Media vida con diabetes: «Somos calculadoras humanas y cada vez que comes algo lo tienes que pensar»
Esta joven leonesa fue diagnosticada a los 17 años, cuando aspiraba a convertirse en guardia civil | Ahora es autónoma y valora los avances tecnológicos que facilitan su día a día: «De tantos pinchazos en el dedo, me salía sangre al coger un vaso»
En su bolso siempre encontrarás unas gominolas, agujas y un extraño bolígrafo que le da la vida. Le acompaña a todas partes, al igual que siempre la verás con su móvil con batería que utiliza para algo mucho más importantes que las redes sociales en las que acumula miles de seguidores.
Laura González tiene su oficina en el vivero de empresas -edificio rojo- de Eras de Renueva. Desde allí gestiona los encargos de los clientes que conectan con ella para adquirir sus productos de márquetin y los objetos personalizados que comercializa. También es donde se conecta bajo el nombre 'Laudecor' a sus vídeos, un lugar donde se abrió a contar que desde los 17 años está diagnosticada de diabetes.
Esta joven leonesa lleva media vida teniendo a la insulina como medio de vida. El componente genético jugó sus cartas y le tocó esta enfermedad que, a ojo, su tía le avanzó que sufría. «Comía mucho y adelgazaba; estaba todo el rato bebiendo agua y no aguantaba la hora de clase sin ir al baño». El glucómetro cantó: «Dio error porque tenía más de lo que la máquina podía marcar», y su madre la llevó al médico esa misma noche. Estuvo ingresada una semana hasta que le regularon el azúcar y del Hospital de León salió con el diagnóstico: tenía diabetes.
Fue entonces cuando notó el cambio en su vida. Al bajarle los niveles, «daba dos pasos y me desmallaba» porque su cuerpo se había acostumbrado a tener más azúcar en sangre.
Una enfermedad que influye en todo
Desde entonces ha vivido acompañada por esta «enfermedad silenciosa» que no le limita, pero le influye en todo: desde que se levanta hasta sus hábitos de vida. Se mide el azúcar antes de desayunar y se pone las unidades de insulina que considera; si tiene prisa, todo depende de la glucosa en sangre; si quiere quedarse a cenar con amigos, necesita tener la insulina suficiente. Padece diabetes tipo 1 y cada vez que come tiene que pincharse. «Somos como calculadoras humanas y cada vez que como tengo que pensar: ¿cuántos hidratos? ¿cuántas raciones? ¿cuántas unidades por ración? No es lo mismo comerme una pizza que un zumo de naranja».
Una situación que afecta incluso a su carácter porque si se pone de mal humor, se refleja en la glucemia. También cuando enferma porque un catarro le altera los valores «y eso te deja agotado». Lo mismo le ocurre con una gastroenteritis por la que puede acabar en Urgencias con suero si vomita y no logra controlar el azúcar.
Recuerda también su embarazo, antes de tener a su hijo que ahora tiene cinco años, un momento en el que lo pasó «realmente mal». Fue de riesgo por el mero hecho de ser diabética y en las últimas semanas la insulina hacía menos efecto: «Me la ponía 16 veces al día, una cada hora, y no era por comerme dónuts en el sofá». Ahora, el pequeño sabe cómo actuar en caso de que su madre sufra una bajada y pierda el conocimiento.
Y, como todo en la vida, mira al lado bueno de la enfermedad que le ha tocado sufrir. «Lo positivo es que hay cosas peores», bromea. Entre ellas, apunta, a la celiaquía que sí es limitante. «Se dice que si eres diabético no puedes comer azúcar, pero no es así», y se explica. Ella puede comerse un helado en la piscina, pero debe medir los hidratos, ponerse la dosis de insulina correspondiente y comprobar su nivel de azúcar. «Siendo celiaco no puedes medicarte si tomas algo». Además, esta situación le obliga, y permite, tener una vida más saludable.
El precio de la diabetes
Los avances tecnológicos y la concienciación social han permitido que el coste de padecer diabetes sea menor para sus afectados y las familias.
Cuando diagnosticaron a Laura, los productos sin azúcar incrementaban los precios; además, sus padres pagaban 120 euros al mes por los parches del brazo que, a parte de mejorar la calidad de vida, han pasado a ser subvencionados por la Seguridad Social. Este sensor permite que la paciente no tenga que pincharse en el dedo para mirarse el azúcar. Se conecta directamente al móvil, ella establece unos rangos y si sube o baja salta una alarma. «Siempre hay que tener en la cabeza que no me puedo ir con la cazadora y ya o a correr con las llaves de casa; tengo que llevar el móvil para estar monitorizada, algo de insulina y algo con azúcar».Por todo ello pone en valor la investigación porque, recuerda, ella antes «cogía un vaso de agua y, de tantos pinchazos en el dedo, me salía sangre por los agujeros que tenía».
En caso de que suene el aviso, debe comer algo y esperar. Además, esta joven tiene que pincharse en todas las comidas, aunque sea para tomar un café, y si se sube el azúcar debe bajarlo con insulina o ejercicio. Toda una rutina que @Laudecor ya tiene asimilada y que le permite hacer vida prácticamente normal gracias a su boli de insulina.