El Crucero, un barrio «atendido» y con la inmigración integrada
La seguridad sigue teniendo «algún guerrero que no se adapta a vivir» pero que no impide que sea una zona «tranquila y cómoda» que tiene en el parque de Quevedo su gran emblema
Barrio ferroviario y trabajador de siempre. Una zona multicultural donde, poco a poco, la inmigración ha ido ganando peso al ritmo que los vecinos de toda la vida envejecían. Sin embargo, lejos de haber convertido eso en un problema, El Crucero es hoy ejemplo de integración.
La mejor definición de ello lo hacen desde la Asociación de Vecinos de Quevedo. La casa ubicada en el parque del mismo nombre, «el mejor de León y el más antiguo», como presumen algunas de sus paseantes habituales, fue antaño sede de la administración de Obras Públicas. Hoy es el hogar de este colectivo que trata de dar vida al barrio, aunque la mayoría de sus asociados llevan tiempo peinando canas. «Esto es ahora muy tranquilo. Antes estaba peor, pero esa gente rara ha desaparecido -refiriéndose a los problemas con narcopisos en la zona-. Ahora se ve bastante gente de color y en el colegio de Quevedo hay mucha gente de fuera; y gracias a esos niños porque si no...», reflexiona María Jesús Lomas, acompañada de su inseparable Conchi.
Aún recuerdan a Antonio Pastor, todo un símbolo del barrio y fundador de la asociación. Insisten en las bondades de un entorno como este parque, con sus distinguidos pavos reales. «Hay días que bajo a andar y solo me dedico a dar vueltas a este parque».
Preguntadas por la situación del barrio, sacan pecho de que «cuando pedimos algo, el Ayuntamiento nos atiende»; aunque señalan deficiencias con la limpieza o las «baldosas que bailan» en zonas donde aparcan coches a pesar de ser peatonal. En materia de seguridad, apuntan a la zona de Doña Urraca, pero insisten: «Por ser El Crucero no tenemos que decir que es inseguro. Es peor la gente que no se adapta a vivir y echa la basura donde les da la gana».
Tema aparte es la «fea glorieta» de Carlos Pinilla, donde pidieron una alegoría ferroviaria y les llevaron una vagoneta minera: «La llenamos de basura para que nos la llevaran». Sin embargo, les han dejado la fuente «que funciona cuando quiere» y tampoco es agradable de ver.
Un recorrido por el barrio
Salimos del parque y cruzamos la calle para tomar un café a media mañana. Allí se encuentra José González, hostelero que lleva nueve años tras la barra de La Bejarana, otro de esos sitios que todo el mundo conoce en el barrio -se dice que lleva abierto desde 1944-.
Reconoce que su clientela es de hijos de antiguos clientes fallecidos y mucho inmigrante; ellos han perdido la tradición de la partida, de la que ya solo viven un par de locales en El Crucero. También su lado confesor, con muchos habituales yendo a contarle sus penas, pero en general «gente buena, lo malo está para detrás -señalando las complicadas calles Laureano Díez Canseco y Hermanos Machado-, aunque mucho ya se ha quitado. Siempre hay algún guerrero, pero por aquí no entra».
Tras invitarnos a la consumición, nos dirigimos a otro local con esencia a toda la vida. En Confecciones Cañón se acumulan cajas en las estanterías y ropa en cada rincón. No hay hilo musical y la luz es tenue, muy diferente a los modernos comercios. Rocío es una de sus dependientas y, aunque no vive en el barrio, lleva muchos años despachando a los vecinos.
Este negocio que surgió como confección es hoy «el esfuerzo de una familia que puja por todo esto». No son pocos los que aún siguen comprando aquí e incluso lo llaman «El Corte Inglés del barrio» porque prenda que necesites, prenda que encuentras. «Este es un barrio cómodo, tiene varios sitios para estar y no se vive mal». El único pero vuelve a ser el envejecimiento, «de 60 para arriba la media» y eso que están intentando abrirse al mercado joven con ropa «para todo el público».