Pepe Pérez-Muelas
En 'Días de sol y piedra', el escritor pedalea hasta Roma con el dolor como equipaje y la cultura italiana como compañera de viaje
Filólogo, historiador del arte y profesor de Literatura en Sevilla, de niño ya viajaba en su cabeza contemplando las páginas del atlas. Será por eso, y por todas las vueltas que ha dado por el mundo, por lo que no se sabe muy bien si Pepe Pérez-Muelas es un escritor que viaja o un viajero que escribe: cuando una crisis vital le atraviesa de arriba abajo hasta llevarlo al borde de la depresión, decide hacerle frente echándose la ansiedad a la mochila y recorriendo en bicicleta la Vía Francígena, una senda de peregrinación que va desde los Alpes hasta Roma. El resultado es 'Días de sol y piedra' (Siruela), obra donde entremezcla las reflexiones más íntimas con la descripción del paisaje italiano mientras se cruza con Primo Levi, Pavese o Petrarca. Tras leer el libro, la duda se resuelve: Pérez-Muelas es un gran escritor que, además, viaja.
-Después de tantos kilómetros en bicicleta, el vermú tiene que saber a gloria.
-Desde luego. Yo tenía una rutina sagrada: empezaba a pedalear a las seis de la mañana para evitar las horas de calor, y al llegar a las dos al pueblo que tuviese que llegar, me duchaba y me tomaba el aperitivo. Por la tarde, descansaba y escribía.
-Se desnuda ya en la primera página: «Tengo miedo desde hace meses. A la muerte, al vacío, al silencio», escribe.
-Sí. Soy una persona muy hipocondríaca, y en ese proceso de ansiedad e hipocondría extrema me doy cuenta de que no soy inmortal, que dejo de ser joven. Empiezo con unos dolores aquí, unos dolores allá, y me descubro viviendo en un mundo de dolor que era todo mental. Y el dolor es que una mañana te levantas y estás tan mareado que no puedes dar ni un paso, y ni siquiera sabes por qué te ocurre eso.
-Esa crisis le impulsa a hacer este viaje.
-Este viaje no es una huida, sino una demostración de que puedo volver a ser el de siempre. Es un regreso a Italia, pero también a mis años felices, al Pepe alegre, ese que trabajaba muchas horas pero tenía tiempo para ser feliz, para estar con la familia.
-¿Por qué la Vía Francígena?
-Porque Roma marca la ruta. Es la ciudad que ha sido mi compañera cultural y sentimental a lo largo de toda mi vida.
-Hay formas más fáciles de llegar que hacerlo en bicicleta.
-Eso tiene que ver con la ansiedad. Un amigo, que también lo había pasado mal con ese tema, me dijo: «Oye, a mí me vino muy bien salir en bicicleta, ¿por qué no me acompañas?» Y eso hice, y lo que antes para mí era prisa y tensión, de repente se convirtió en relax. Estar fuera de la ciudad en veinte minutos y descubrir el campo, las montañas, los ríos, es algo extraordinario. Empecé a recuperar la capacidad de sorprenderme, y no quiero volver a perderla.
-Durante el viaje descubre que no es tan solitario como creía.
-He experimentado dos soledades distintas. Una es esa soledad efectista, bonita, que es la de la naturaleza: escuchar el rumor de los bosques, ver los Alpes… todo eso es maravilloso. Pero hay otra soledad, y es la que sentía cuando, tras hacer ese gran esfuerzo en la bicicleta y llegar a una ciudad, no podía compartir con nadie lo que me estaba sucediendo. Esa soledad es la mala, la que he encontrado en el camino y de la que no podía escapar. Me he dado cuenta de que no me gusta viajar solo, de que no soy nadie si no comparto con los demás lo que siento.
-Se alojaba en conventos y monasterios. ¿Buscaba la fe?
-No creo desde hace muchos años, pero tengo una vocación espiritual muy grande. Soy un ateo que quiere creer, que abraza la religión católica con todos sus desmanes y todas sus contradicciones. La primera noche tengo una conversación con fray Stefano en la que me dice que lo importante no es creer o no creer, sino ser buena persona, y que si no me llega la fe, pues tampoco es tan importante. Esa es la religión que yo persigo, la que permite el debate, la disidencia. La que no desprecia la inteligencia.
-Alguna pájara le dio.
-Sí, más de las que cuento en el libro. Tuve una enorme cruzando los Apeninos, y me siento muy orgulloso de haberla vencido porque era totalmente mental, no física. Ahí entendí que la bicicleta me viene tan bien porque mi mente sufría el mismo proceso cuando me daban los ataques de ansiedad que cuando me veía incapaz de subir un puerto de montaña.
-¿Pensó en tirar la toalla?
-En el viaje, no. En la ansiedad, sí. Afortunadamente, siempre he tenido a mi lado a Mercedes, mi mujer. Es una persona extremadamente cabal que ha apostado por mí.
-Es un enamorado de 'La Odisea' que se encuentra con una Penélope y con una Nausícaa. ¿De verdad se llamaban así?
-Es absolutamente cierto. Me encuentro con una Penélope, una chica inglesa muy maja, y con una Nausícaa. Eso cumple la teoría de que nuestras vidas aspiran a ser obras literarias, que la vida imita a la literatura.