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Imagen del mural. L.N

El mirador pintado: un mural que guarda el alma de los Cuatro Valles en Omaña

En una casa de Villaceid, una de las localidades más frías de España, una pared se transforma en un mapa vivo que honra los paisajes, la historia y los pueblos de los cuatro valles leoneses: Omaña, Babia, Luna y Laciana

Jueves, 3 de julio 2025, 08:16

En Villaceid, donde el invierno nunca tiene prisa en marcharse, donde las chimeneas fuman casi todo el año y donde el silencio solo se rompe por el viento entre las montañas, hay una casa que custodia algo extraordinario. A simple vista, nada la diferencia demasiado de las demás. Pero al cruzar su pasillo principal, el que conduce directamente hacia la calle, uno se topa con algo que transforma el espacio y el ánimo: un mural inmenso que convierte la pared en una ventana abierta a cuatro de los valles de León.

Esta obra no es solo una pintura. Es una geografía emocional. Un mapa que abarca los cuatro valles, Babia, Omaña, Luna y Laciana, donde cada curva, cada río, cada cumbre y cada aldea ha sido pintada a mano, con el detalle y la sensibilidad de quien conoce bien lo que está representando. Las montañas se elevan en relieve, cubiertas de nieve; los pueblos aparecen unidos por caminos; los cursos de agua descienden por las laderas, y las casas están pintadas con los colores reales que definen su paisaje urbano. La base del mural simula una barandilla de madera: un mirador ficticio desde el que contemplar, sin moverse, todo el norte leonés.

Los responsables de esta maravilla son Mari Luz Gómez y Juan Carlos Gutiérrez, los anfitriones de la casa y la idea. Pero la ejecución artística corrió a cargo de alguien muy especial para ellos: José, un amigo íntimo que dejó una huella imborrable, no solo en la pintura, sino en la vida de todos los que lo conocieron.

Un mural nacido del dolor, transformado en arte

José no era pintor de profesión. Era guardia civil. Un atentado de ETA en Madrid le cambió la vida: una bomba estalló dentro de la furgoneta en la que viajaba y, aunque sobrevivió, las secuelas físicas y emocionales lo obligaron a retirarse del servicio. Fue entonces cuando, buscando calma y desconexión, se refugió en una actividad que hasta entonces era solo un hobby: la pintura.

«Era muy amigo de la familia. Como un hermano», recuerda Mari Luz. «Nos dijo que quería pintar algo, que si le dejábamos hacerlo a su manera. Le dijimos que sí, claro. Primero decoró las habitaciones del hotel, y después quiso apartarse del mundo un tiempo y pintar este mural, solo, en silencio, en paz».

El trabajo no fue rápido. Le llevó más de seis meses de dedicación paciente. Cada pueblo, cada detalle del relieve, fue trazado con cuidado, como si se tratara de una ofrenda. El mural fue una combinación apoyado en algún mapa convencional: además fue creado desde la memoria y la vivencia, por alguien que, aunque no había nacido allí, había aprendido a querer esa tierra como suya.

Los cuatro valles como raíz y destino

Babia, Omaña, Luna y Laciana no son solo nombres en el mural. Son lugares reales, donde la vida discurre entre montañas, bosques, pastos y tradiciones que resisten al paso del tiempo. Lugares de trashumancia, de leyendas, de ríos helados y veranos cortos. Con sus casas de piedra, sus iglesias pequeñas, sus fiestas patronales casi secretas. Y están todos ahí, en esa pared, como si se pudiera recorrer la comarca entera simplemente con los ojos.

«La gente que entra en casa se queda sin palabras», dice Juan Carlos. «Es como tener una maqueta viva del lugar donde vives. Algunos se ponen a buscar su pueblo, su valle, como si buscaran a un viejo amigo».

No hay placas, ni firmas, ni pretensiones. Solo una pared que habla. Un mural que recuerda que incluso en los rincones más fríos, pueden nacer las cosas más cálidas.

Hoy, José ya no está. Pero su obra sí. Sigue ahí, cada día, mirando a todos los que entran y salen por ese pasillo. Sigue contando su historia sin palabras, con formas y colores. Y sigue siendo, como él quería, un lugar al que volver. Un mirador, no solo a los valles, sino al alma de quien lo pintó.

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