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Un agricultor observa una plantación de soja transgénica
Qué podemos hacer con los transgénicos

Qué podemos hacer con los transgénicos

Una carta firmada por un centenar de premios Nobel en defensa de estos productos reabre la discusión sobre la modificación genética en los cultivos

Sonia Andrino

Viernes, 23 de septiembre 2016, 17:02

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Cuando la FAO (Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura) sitúa en 9.600 millones el número de personas que habrá que alimentar en 2050, la comunidad agrícola, científica y el resto de la sociedad ha de sumirse en una reflexión profunda y seria para afrontar el reto, no solo de ser capaces de producir los alimentos necesarios para cubrir esas necesidades, sino también para avanzar en la erradicación del hambre cada vez más focalizado en determinados puntos del planeta. La profundidad que exige un reto como este está todavía muy lejos pero es cierto que se han dado ya algunos primeros pasos aunque solo en el ámbito filosófico y de opinión y todavía, escasamente práctico.

Una carta firmada por un centenar de premios Nobel (la gran mayoría norteamericanos, donde el uso de transgénicos entra dentro de la realidad cotidiana, como puntualizan algunas corrientes de opinión) desataba de nuevo la discusión hace solo un par de meses. El origen de su reflexión se centra en la posibilidad de modificar semillas para cultivar arroz dorado que, según los firmantes de la misiva, «tiene el potencial de reducir o eliminar gran parte de las muertes y las enfermedades causadas por una deficiencia en vitamina A, con mayor impacto en la personas más pobres de África y el sudeste de Asia». La organización ecologista Greenpeace, que cuenta con una gran capacidad para desenvolverse en el terreno de la comunicación y la opinión, ya había criticado duramente esta apuesta y advertía, en la respuesta a la misiva publicada en su página web (www.greenpeace.org), de que este tipo de arroz «no está disponible. Es un proyecto fallido que tras veinte años sigue en la fase de investigación». Además, cuestiona la capacidad de mejorar el nivel nutricional de las personas con deficiencias en vitamina A como proclaman los expertos.

Aún así, lo cierto es que, sin una razón determinada sobre la concreción del momento («¿por qué en este momento aparece la carta de los premios Nobel?», preguntamos a algunos de los expertos del sector sin que haya una respuesta clara), los científicos reunieron sus firmas en torno a una defensa de esta práctica de modificación genética. De esta forma se abría de nuevo el debate.

Los expertos dirigieron su misiva a los líderes de Greenpeace, a Naciones Unidas y a los gobiernos de todo el mundo y en ella defienden las innovaciones biotecnológicas en la agricultura. Lamentan que organizaciones ecologistas como la ya mencionada «hayan tergiversado» los riesgos de esta práctica así como los beneficios y los impactos y «hayan apoyado la destrucción criminal de ensayos de campo aprobados y de proyectos de investigación».

En la carta insisten en que los cultivos y alimentos mejorados mediante la biotecnología son tan seguros, «si no más» que los derivados de cualquier otro método de producción y sentencian que «nunca ha habido un solo caso confirmado de un efecto negativo derivado de un consumo sobre la salud de los seres humanos o de los animales. Se ha mostrado en repetidas ocasiones que son menos perjudiciales para el medio ambiente y una gran ayuda para la biodiversidad global», abogan en su texto para contrarrestrar la réplica de Greenpeace que, en su web, duda de esa seguridad advirtiendo de que «sigue siendo desconocida».

De momento, la comunidad científica y la ecológica enzarzan su debate únicamente en el ámbito de las ideas porque, en la práctica, la Unión Europea, mantiene una política de perfil muy bajo al respecto, a diferencia de lo que ocurre, por ejemplo, en Estados Unidos donde se permiten hasta nueve tipos de semillas modificadas: maíz, soja, algodón, cánula, remolacha, alfalfa, papaya, squash y patata. En Europa, la única semilla genéticamente modificada que se permite es la del maíz resistente al taladro que fue aprobado en 1998 y, casi veinte años después, no se ha avanzado más en este terreno. De momento, es el único cultivo de uso industrial que se permite y eso que hay organismos oficiales, como el CSIC, que dedican parte de su presupuesto a investigar en este sentido pero que luego exportan y venden los resultados a otros países en los que transgénicos tienen más recorrido.

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