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Efectivos de los bomberos de la Junta de Andalucía continúan las labores para evitar que el incendio se reproduzca.

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Efectivos de los bomberos de la Junta de Andalucía continúan las labores para evitar que el incendio se reproduzca. SALVADOR SALAS

La huella de un monstruo de mil cabezas

Incendio de sexta generación El de Sierra Bermeja (Málaga) ha sido un fuego con vida propia, muy peligroso porque se extendió por un paraje natural salpicado de los pequeños pueblos en los que residen 7.000 habitantes

juan cano

Domingo, 19 de septiembre 2021, 00:11

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Los incendios queman generaciones a medida que crecen en peligrosidad. Los últimos, los de sexta generación, tienen vida propia. Crean una atmósfera con corrientes internas de aire que suben en grandes columnas de humo con las que impulsarse y forman nubes de ceniza (pirocúmulos) que, si explotan, pueden desatar auténticas tormentas de fuego para extenderse. Sucedió en Pedrógão (Portugal), en julio de 2017, donde murieron 64 personas.

El de Sierra Bermeja (Málaga), controlado el pasado martes, pertenece a esa sexta generación y provocó hasta tres pirocúmulos que obligaron a confinar una comarca, aunque se disolvieron sin descargar todo ese material incandescente. No es el primero de esta categoría en España, pero sí el más peligroso porque se extendió por un paraje natural de enorme valor medioambiental salpicado de los pequeños pueblos que forman el Valle del Genal, en el que residen unos 7.000 habitantes.

En seis días, arrasó 9.963 hectáreas en un perímetro de 83 kilómetros -casi un tercio de la sierra-, obligó a desalojar a 2.670 personas y acabó con la vida del bombero forestal Carlos Martínez (44 años), del retén de Almería. Por el camino, se llevó por delante la fauna -cabras, ciervos, corzos, jabalíes...- y la flora -principalmente pinos, pero también alcornoques, castaños y, lo que es peor, algunos pinsapos, una especie única en el mundo- de un paraje que lleva años reclamando ser parque nacional, lo que ayudaría a su conservación.

Los trabajos para asegurar que el fuego no se reproduzca son todavía intensos. salvador salas
Los trabajos para asegurar que el fuego no se reproduzca son todavía intensos. salvador salas

La propia dinámica del incendio habla de su extraordinaria complejidad. A las 21.35 horas del día 8, empezaron a arder dos focos junto a la cuneta de la carretera que va de Genalguacil a Marbella. Fue claramente intencionado. Aunque esa fue la causa mediata, hay otros factores que contribuyeron a convertirlo en una tormenta perfecta: la afilada orografía de la zona, el calor, el viento cambiante... pero también el abandono progresivo del campo, el éxodo rural -en 15 años, el valle del Genal ha perdido un 12% de su población- y el cambio climático. En 2019, la temperatura media en España fue de 15,9 grados, uno más que el año anterior.

El fuego avanzó primero hacia la costa empujado por rachas de poniente de hasta 45 kilómetros por hora y llegó a la autopista de peaje a la altura de Estepona, donde los bomberos lograron contenerlo a apenas 20 metros de una gasolinera. Sin embargo, dos días después volvió sobre sus pasos ayudado por el viento de levante y enfiló de nuevo la sierra con llamas de hasta 20 metros de altura.

Fuegos unidos por succión

El domingo, cuando los bomberos del Infoca (servicio de extinción de incendios de la Junta de Andalucía) empezaban a considerarlo estabilizado, fue capaz de crear un nuevo incendio a partir de una pavesa. Ambos fuegos se unieron por succión y el nuevo frente se bifurcó, amenazando a la vez a Casares (al este) y al Valle del Genal (en el norte). A las 6.45 horas del martes, debilitado por la lluvia de la madrugada, quedó controlado. Pero tardará semanas en extinguirse, porque las raíces de los árboles aún siguen ardiendo en el subsuelo.

El agente de Medio Ambiente de la Junta Pepe Montes -«llevo lo forestal hasta en el apellido», bromea- lo define como «un monstruo con mil cabezas» por su capacidad para multiplicarse. Los incendios, explica, se clasifican en tres tipos: de suelo, que son los más fáciles de apagar; de copa, cuando la llama llega a los árboles, mucho más complejos; y de subsuelo, que se extienden por las raíces. «Este ha sido de los tres tipos a la vez», añade.

Montes conduce el todoterreno de Medio Ambiente del Infoca por los carriles del fuego mientras explica que aquí la tierra es de color bermejo debido a la peridotita, una roca de origen ígneo que aflora desde la corteza continental de la Tierra. Las de Málaga (en Ronda y en Sierra Bermeja) constituyen la mayor exposición mundial de estos afloramientos. El lecho es rico en materiales pesados, por lo que no son muchas las especies capaces de adaptarse a él. Las que lo hacen son extraordinariamente singulares -es la zona de Andalucía con mayor densidad de endemismos-, como el abeto pinsapo, un tesoro en peligro de extinción.

El día -este pasado jueves- amanece despejado y la sierra presenta, de lejos, una variedad cromática que resulta pintoresca y triste al mismo tiempo. El verde se mezcla con el ocre y con el negro. Los tonos marrones evocan el otoño, pero es un engaño, un puro espejismo. Los pinos son de hoja perenne y su tonalidad no varía a lo largo del año. El color que ahora tienen es la huella del fuego.

El paraje de Lomas y Ferreira, perteneciente a Júzcar, también conocido como el pueblo pitufo porque la mayoría de sus casas están pintadas de azul, ofrece un contraste desolador. En el perímetro del fuego es donde mejor se aprecia el antes y el después. El suelo sobre el que crece un bosque de pinos todavía humea porque el incendio, ahí abajo, aún no está apagado. «Es muy peligroso y nos obliga a mantener la vigilancia. Los árboles siguen ardiendo por dentro y el fuego circula de manera lenta por la falta de oxígeno, pero se extiende por el sistema de raíces y puede salir una semana después fuera del perímetro», explica Montes, que peina la sierra junto a sus compañeros para localizar los «puntos calientes» y alertar a los bomberos forestales del Infoca.

Miguel Redondo conduce el vehículo autobomba hasta el paraje y lo sitúa lo más cerca posible de las ascuas. El camión, que a diferencia de los vehículos de bomberos urbanos es todoterreno, tiene 3.600 litros y 36 mangueras de 25 metros y diferentes embocaduras que se pueden empalmar para llevar agua a 75 metros de distancia. Es un bien preciado, por lo que los bomberos juegan con la presión. «No se trata de comerse la llama, sino de saber comérsela. Hay que apuntar a la base», detalla Montes.

Un par de minutos después llega el retén ME-207 -M de Málaga, E de Especial y la numeración corresponde al de Tolox- en un todoterreno repleto de herramientas del que se bajan siete bomberos forestales que se mueven como un escuadrón: el primero escarba con el pulaski (o hacha-azada, una herramienta básica para ellos) y el segundo inunda las raíces de un tocón. Todos los retenes son de siete miembros, salvo las brigadas regionales, las llamadas Bricas, que pueden ser de 13 o de 18 integrantes. Unos y otros trabajan «pegados a la candela», como dicen sus compañeros del Infoca, que habla de ellos con admiración.

Accidente de helicóptero

El jefe de grupo es José Morera (55 años) y su hermano Francisco (60), el conductor del todoterreno, que ya sabe lo que es estrellarse con un helicóptero -él y sus ocho compañeros resultaron ilesos- cuando participaba en la extinción del incendio de 1991 en la Serranía de Ronda, que se disputa con el de Sierra Bermeja ser el más grave en la provincia en el último medio siglo. José no tiene dudas: «Este es el peor que he visto. El viento, el terreno... ». La muerte del compañero, confiesa, los ha dejado muy tocados. En casa suelen despedirse de ellos diciéndoles que tengan cuidado. Estos días añadían otra petición que era más una súplica: «Vuelve».

Todos coinciden en la sensación de impotencia. «Lo peor ha sido el viento. Estábamos en un flanco, cambiaba la dirección del aire y de pronto se convertía en la cabeza del fuego. Ha sido muy difícil. Hacías un trabajo de dos o tres horas y de pronto no servía de nada y tenías que salir por patas», cuenta, con la cara tiznada, el bombero forestal Rafael Gómez, que tiene 43 años y entró con 19 en el Infoca.

«Un retén bueno -añade Rafael- es el que mezcla veteranía y juventud». Manuel (27) es el de menos edad y hay dos compañeros más en la treintena. Todos son eventuales: están contratados cuatro meses -la temporada de alto riesgo de incendio, del 1 de junio al 15 de octubre- y se buscan la vida el resto del año mientras escalan puestos en la bolsa de trabajo. La falta de estabilidad empuja a muchos de ellos a cambiar de oficio, con lo que se pierde todo ese caudal de experiencia.

Para los incendios de suelo, usan el ataque directo con mangueras o con «batefuegos», una especie de remos que manejan por parejas para sofocar la llama. En los incendios que están en copa hay que cambiar de estrategia. Paradójicamente, el fuego se combate con fuego, en este caso llamado 'técnico' o 'prescrito', que no es otra cosa que crear cortafuegos para debilitarlo. El retén de Tolox pudo cortar así uno de los frentes: «El incendio venía de recula -cuando avanza ayudado por la pendiente, pero en contra el viento y, por tanto, más lentamente- y no había forma de entrarle al fuego, así que nos apoyamos sobre un carril que nos daba seguridad y quemamos el marrotal que tenía delante». El agente Montes apostilla: «El bombero forestal es capaz de combatir el fuego sin agua. Si tiene, mejor, pero si no, también lo apaga».

El epicentro

El observatorio del Porrejón, a 1.200 metros de altitud, ofrece una panorámica casi completa de la Costa del Sol y es también el epicentro del incendio de Sierra Bermeja. Las llamas se quedaron a escasos 10 metros del puesto de vigilancia, que es, por su ubicación, el más importante de la provincia. Rita Hidalgo (55) es una de las observadoras forestales. Los ojos del Infoca. «Mi compañera me relevó a las 19.30 (dos horas antes). Cuando empezó el fuego, ella tuvo que salir corriendo con su marido. Al coger la carretera hacia Peñas Blancas no pudieron seguir por el resplandor de las llamas y tuvieron que dar la vuelta hacia Jubrique». Para entonces, Rita ya estaba en casa, en Genalguacil, de donde fue desalojada dos días después. «He pasado nervios, miedo y también tristeza. He llorado muchísimo. Que estés siempre mirando, con los prismáticos en la mano, y que en un momento alguien llegue y se lo cargue todo... No hay derecho», expresa.

«Éste es el peor incendio que he visto, por el viento, el terreno», asegura el bombero José Morera, que ha perdido un compañero

Desde el Porrejón se vería el Estrecho de Gibraltar si no fuera por Los Reales, una montaña de 1.452 metros en una de cuyas laderas crece el pinsapar. El Infoca se marcó como uno de sus principales objetivos protegerlo y, aunque se han perdido muchos árboles, el grueso sigue a salvo. En la carretera de subida se cruzan varias cabras monteses que se han librado del fuego y que buscan pasto verde entre el hollín. Pepe detiene el todoterreno para admirarlas y luego muestra una semilla del pinsapo, que vuela como si fuera una hélice para clavarse en el terreno del que puede brotar. Pese a la negra espesura que lo rodea, él sigue viendo verde. «Duele encontrarse esto así. Sé que es un desastre, pero quiero ser optimista. Confío mucho en el poder de la naturaleza».

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