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La instructora Irene Auma (c) da clases de yoga a prisioneros en la cárcel Athi River en Kitengela, a las afueras de Nairobi (Kenia).
Yoguis con pijama de rayas

Yoguis con pijama de rayas

En la cárcel masculina de Athi River, al sur de Nairobi, un grupo de presos sigue con atención las instrucciones de Irene Auma, que imparte yoga dos veces por semana como rehabilitación

efe

Miércoles, 2 de noviembre 2016, 12:04

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Les invade una sensación de paz y libertad cuando levantan los brazos, respiran profundo y buscan el cielo con la mirada, pero su pijama de rayas, la alambrada de espino que rodea el patio y los guardias que vigilan celosamente sus clases de yoga les recuerdan que siguen entre rejas.

Todos en círculo y ataviados con su uniforme de rayas blancas y negras, trabajan la fuerza y la flexibilidad a través de posturas que les permiten eliminar el estrés y la tensión que acumulan en sus músculos. No son solo ejercicios físicos; también les ayudan a mantener la mente "en forma". "Estoy muy contento de practicar yoga. Me aporta mucha energía y armonía", comenta George, a quien el yoga le ha cambiado la forma de ver la vida en prisión, donde cumple una condena de diez años por "asalto indecente", según explica.

Reinserción social

Tras experimentar los beneficios de esta práctica, asegura que le gustaría ser un ejemplo para otras personas que afrontan problemas en su vida. "Cuando salgamos, nosotros enseñaremos a otra gente. A aquellos con problemas con las drogas, les rescataremos para que hagan yoga", dice entusiasmado. Uno de los objetivos de esta iniciativa es facilitar a los presos su reinserción en la sociedad, donde habitualmente suelen ser rechazados cuando regresan tras cumplir su condena.

"Les estamos dando herramientas que les permitan entender la sociedad de la que proceden. Una vez lo hacen, es más fácil para ellos volver y reintegrarse", explica a el responsable de la prisión, el agente Bison Madegwa. Es importante, insiste, que los reclusos tengan su propio tiempo de reflexión para mirar hacia atrás e intentar cambiar los errores que cometieron en el pasado. Algunos lo hacen a través del yoga, pero el centro también mantiene las tradicionales actividades ideadas para este mismo objetivo: clases de educación secundaria, talleres de carpintería o actuaciones musicales, por ejemplo.

Un oasis en prisión

En Athi River, muchos cumplen condena por delitos de abusos sexuales. El respeto y la admiración de los presos hacia Auma -la única presencia femenina junto a unas pocas guardias- es síntoma de que no son las mismas personas que hace años entraron por la puerta de la cárcel, aseguran. "Este no es un buen sitio, pero cuando tenemos este momento (de yoga), podemos pasarlo bien y sentir que estamos en otro sitio. Soy muy feliz ahora", dice David, que en febrero saldrá de prisión tras pasar siete años encerrado por robo.

Una vez consiga su ansiada libertad, asegura, contactará con su profesora para poder continuar con estas clases que le han brindado la energía necesaria para seguir adelante. Todos coinciden en que estas sesiones les han proporcionado bienestar físico y mental. "Me siento mucho mejor ahora. Nos gusta. El yoga nos está ayudando a reducir el estrés y a encontrarnos con nosotros mismos", dice otro preso.

El yoga despierta cada vez más el interés entre los cerca de 900 reclusos de este centro penitenciario, donde poco a poco el número de yoguis va aumentando. Algunos presos no habían escuchado hablar del yoga hasta ahora, y observan desde lejos con curiosidad los ejercicios que realizan sus compañeros. Sin esterillas, directamente sobre la hierba que crece tímidamente en el suelo, algunos de ellos se atreven con acrobacias más complicadas. No aguantan el equilibrio y caen en medio de las risas del resto, pero no se rinden y lo intentan de nuevo.

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