¡Segundos fuera!

Hasta ahora, lo más fugaz de lo que se tenía noticia era la sensación esa que dicen haber experimentado las personas que han estado a punto de traspasar la fina raya que separa los dos mundos, o sea, la vida de la muerte. En un segundo, desfila por la mente –según han relatado– toda la existencia.

Eso, hasta la pasada cumbre de la OTAN, en la cual don Pedro el de La Moncloa, presidente para todo y mucho más, superando la relatividad del tiempo, logró pasar revista en escasos treinta segundos treinta (que por uno arriba o abajo no vamos a hacer de esta niñería cuestión de gabinete), caminando al lado del anciano mandatario norteamericano tras cortar el paso a su homólogo canadiense, Jean Trudeau, cuando se dirigía hacia el nuevo emperador de Occidente, logró analizar– pasar revista decíamos– los más complicados asuntos que embargan al planeta. Mientras, Biden, la mirada pedida, hacía oídos sordos a quien no ha querido ni telefonear en seis meses, a pesar de tratarse España de un aliado estratégico puesto que Estados Unidos tiene bases militares en nuestro suelo.

¡Ahí es nada! ¿Qué supone el tránsito raudo de la vida de una persona frente a la endémica situación de toda la humanidad misma?

Este es don Pedro en estado puro, despreciando a posteriori el ridículo más riguroso cuando daba cuenta del episodio a los medios amarrado al atril, la mirada bailona, la sonrisa mucho más que forzada, y confesando que hacía el relato del efímero contacto con dios sin haber dispuesto en su momento de un mal cronómetro que echarse a la mano. Pero que, así y todo, por sus especiales facultades para manejar los tiempos, podía asegurar que hubo segundos, muchos segundos.

Y ¡ojo!, alcalde, que a alguno de sus muchachos aún le quedan tres años, tres para ya sabes qué.