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El rebaño y el clítoris

una campaña pagada con fondos públicos en un ayuntamiento gobernado por socialistas y Unidas Podemos que lleva por título el delicado y evanescente lema «apaga la tele, enciende tu clítoris»

Eduardo Fernández

Miércoles, 21 de abril 2021, 10:32

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Un vistazo rápido a la prensa da cabal idea de lo desnortado que está este país que los retrógrados siguen creyendo que es España. Yo estoy en los reinos hispánicos, así que todavía más atrás. He preferido no preguntar por la guía de estilo de Leonoticias, no vaya a ser que tenga que cambiar el título y sería una pena, porque no reflejaría el nivel de majadería que afecta a una parte de eso que llaman la clase política española. Yo nunca he creído que existiese nada remotamente parecido a una clase política, porque meter tanto personaje distinto en el mismo saco es como un experimento que solo puede acabar en explosión descontrolada. Si hubiese una clase política y en ella estuviesen Adenauer, Churchill, Thatcher, De Gasperi, Merkel y De Gaulle y con ellos Brandt, Pertini, Palme y Roosevelt, me apuntaría a aceptar que semejante rebaño nos gobernase. Pero claro, son todos del año de la polca e insuficientemente populistas. El rebaño que se persigue en este trance es el de la inmunidad y de eso ya hemos ido sobrados en la política y faltos en el covid. Mi madre, que ya pasa de 90 con pleno orgullo, ha leído la semana pasada que en la provincia los de más de 89 ya están en la inmunidad de rebaño y aún no se le ha quitado la inquina hacia quien inventó semejante cursilada. En todo caso, iba siendo hora de que la Junta, o Sanidad, que ya no sabe uno si son lo mismo, vacunase en León a los más vulnerables que, por añadidura, bastante han hecho en su vida con traernos a todos hasta aquí. Lo de las «cohortes de edad» me da yuyu, que siempre se dice antes de asustarnos con que no cobraremos la pensión, pero lo del «rebaño» es de traca faltona. Hasta ahora lo del rebaño.

Lo otro viene a cuento de una campaña pagada con fondos públicos en un ayuntamiento gobernado por socialistas y Unidas Podemos que lleva por título el delicado y evanescente lema «apaga la tele, enciende tu clítoris». Yo soy un dinosaurio a la espera de meteorito y no descarto la pronta extinción del género humano por su perenne estupidez, pero hay días que incluso me entrego a la fabulación sobre ello. No es que me escandalice; quedé inmunizado cuando hace veinte años mi hija, en educación infantil de colegio de monjas, me dijo con la misma naturalidad con que podría haberme informado de que por fin Dora la exploradora había encontrado su mapa, que los niños tienen pene y las niñas tienen vúlvula. Lo que me solivianta es la idea de qué hacer con el tiempo ganado a la tele. Los tipejos recalcitrantes de un cierto conservadurismo somos muy proclives a apagar la tele en cuanto podemos, y no necesariamente solo cuando pierde el Atleti. Claro que yo debo de ser de una particular pasta reaccionaria, porque a mis hijos siempre les he recomendado que apagaran la tele para coger un libro, que viene a ser más didáctico y en muchos casos no menos entretenido que un clítoris. Lo de coger sin connotaciones sudamericanas, claro está. Como no estoy atacado de micromachismo alguno, les recomiendo a ambos con el mismo encomio, hija e hijo, el libro y no el clítoris. No se extrañen de semejante preferencia, porque también es harto sabido que la derechona es fundamentalmente reprimida. Y represora del gasto público esencial para el Estado como esta campaña de encender el clítoris, sin la cual la educación sexual en España corría el riesgo de ser tan aburrida como insuficiente.

Admito desconocer a partir de qué voltaje el clítoris se enciende, y sospecho que será, en todo caso, inferior al esfuerzo de leer. Los historiadores somo dados a la ucronía, esto es, a imaginar qué hubiera pasado de haberse cambiado en algún recodo del camino la historia tal como sucedió de verdad. No puedo evitar preguntarme qué hubiera sido de mi miserable existencia si hubiera apagado incluso más la tele y me hubiera entregado con fruición a un clítoris. O más, que ya se sabe que la imaginación desbordante no tiene por qué atarse a convencionalismo social alguno. La monogamia es, en definitiva, otra muestra más del poder del heteropatriarcado. La fidelidad y la lealtad ya ni les cuento, cosa de meapilas como yo. Dudo, eso sí, que ni en el mayor de los desenfrenos hubiera tenido con los clítoris la misma variedad que con los libros. Otra razón para preferirlos.

De ese dechado de pedagogía que es la guía «¡Apaga la tele y enciende tu clítoris!» es la frase, que pasará a los anales de la poesía lírica: «si no estoy hinchadito no te daré tanto gustirringuín». Los que ya venimos hinchaditos de fábrica ¿cómo nos lo tomamos? Otro entrecomillado de la prensa atribuye a la alcaldesa socialista la opinión de que «es gesto claro del equipo de gobierno que todos los niños de Getafe tengan relaciones sexuales satisfactorias». Los niños. Los amantes del lenguaje inclusivo como yo (mi persona, que diría Sánchez) no podemos sino sonrojarnos, no porque desde el gobierno y lo público se quiera intervenir hasta en las relaciones sexuales «de los niños», así, sin esperar a que dejen la niñez, que ya luego de mayores se aburrirán del asunto. Nos sonrojamos porque no ha dicho el equipo y la equipa de gobierno y de gobierna y los niños y las niñas. Así no se va a ninguna parte, un pasito adelante con el clítoris y dos hacia atrás con el lenguaje. Habría que sacar otra guía inclusiva. De su rebaño, a poder ser.

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