Odiar a las mismas personas une mucho. Decía Lena Dunham (su personaje Hannah Hovarth) que sus amigos se definían por lo que odiaban. Camille Paglia no soporta a Lena Dunham, a Doris Day o a Elena Ferrante. De Dunham, Paglia sostenía que era la Andrea Dworkin de hoy (una feminista polémica, fea y muy gorda).
Y eso que no había visto entonces cómo se ha puesto la creadora de «Girls«. El odio es tan libre y tan azaroso que no sé qué hace en el Código Penal (sí ya, tiene que ver con minorías a las que proteger, pero incluso así). Twain y Borges odiaban a Jane Austen. Y Capote a Meryl Streep.
Pablo Iglesias, ahora tertuliano con pachorra y columnista pistolero, atribuye al odio de algunos periódicos madrileños su fracaso como político. Mucha gente lo odiaba (no sé si se les ha pasado) y no leía periódicos. Si acaso veía telediarios. Para el odio (y la devoción) ha sido autosuficiente. Con sus palabras, con sus actos. Siendo Pablo Iglesias.