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Sin hablar del coronavirus

Graciliano Palomo

León

Miércoles, 25 de marzo 2020

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Según la décima y última proposición de L. Wittgenstein en el Tractatus: De lo que no se puede hablar [con fundamento] más vale callarse. Esta máxima deberíamos aplicarla a diario todos los opinadores, pero especialmente sería obligatoria en circunstancias tan trágicamente excepcionales como las de esta pandemia mundial. Sin embargo ya vemos todos los días que no es así. En realidad cunde públicamente el mal ejemplo de Torra y Ayuso que aprovechan el coronavirus para atacar al gobierno de la nación y no hacerse responsables de la gestión sanitaria cuya competencia tienen transferida.

El ejemplo no puede ser peor para una ciudadanía sometida en su mayoría a un confinamiento para el que no está acostumbrada. Pero sobre todo, es absolutamente insolidario y desleal con los esfuerzos que están realizando todo el personal sanitario para atender la situación de emergencia total y con ellos las fuerzas de orden público y las fuerzas armadas. Lo último que necesita un país en estas circunstancias es la duda permanente sobre las instituciones y el gobierno, hagan lo que hagan, tal y como se practica a diario… sin entrar a hablar del esperpento de las caceroladas. Afortunadamente los sanitarios, las policías y el ejército y, junto con ellos, todos los demás actores que nos proporcionan a diario seguridad, alimentos, medicinas, energía o facilitan su transporte y distribución, incluidos los agricultores que están sembrando la cosecha del año que viene, por ejemplo, nos hacen el favor de cumplir con su obligación sin dejarse influenciar por mensajes desmoralizadores. A pesar de todo, España funciona por encima de los intereses mezquinos y sectarios exhibidos con impudicia, incluso en estas circunstancias de funeral interminable.

No faltará quien argumente que estos razonamientos (y el de Wittgenstein) ponen en duda la libertad de expresión en tiempos del coronavirus. Sin embargo, la crítica libre es perfectamente compatible con el rigor, la modestia y la responsabilidad mientras se cuentan los muertos por el virus aquí y en todo el mundo. Porque ya hemos leído a alguno que defiende su libertad de expresión en España mientras elogia la eficacia del régimen chino, todo ello a cuenta del mismo coronavirus. Naturalmente, omite que, en China, el gobierno le habría despejado todas las dudas en un instante y sin llegar a la segunda pregunta.

Afortunadamente la democracia española figura entre las veinte primeras del mundo y la libertad de expresión está asegurada. No se puede decir lo mismo del sentido de la decencia en la vida pública.

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