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Como una ola

Estando en profunda meditación sobre lo divino y lo humano durante esta atípica semana santa que acabamos de pasar

Carlos Javier Taranilla

León

Miércoles, 7 de abril 2021, 10:31

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Estando en profunda meditación sobre lo divino y lo humano durante esta atípica semana santa que acabamos de pasar, la música de la temperamental Rocío Jurado (q.e.p.d.) me devolvió a la cruda realidad:

«Como una olaaaa».

Más que una ola, se presiente el cuarto tsunami que asoma ya sus afilados colmillos amenazando desde sus abiertas fauces con volver a tragar a quien se tercie. Y es que, al cabo, como decía aquel medio filósofo metido a compositor y cantante, el también malogrado Aute (q.e.p.d.) antes de pasar de las miserias de este mundo traidor hace justo un año:

«La vida es un accideeente».

Un accidente, en este caso provocado –o sea, que no es un accidente– por no inflar más el porcentaje de deuda pública sobre el PIB, que ya se ha metido en el 120% (en 2010 era la mitad y en 2019 alcanzó el 95,5%); por no inflarlo con las ayudas pertinentes a los sectores afectados por los cierres necesarios; necesarios, al menos, para quienes terminen sufriendo los nuevos rigores de la ola presentida. O, ¿cómo lo calificaremos esta vez?: ¿algo aleatorio, fuego amigo, unos se van para que otros se queden?

Qué bien nos vendrían ahora las joyas de la corona que se privatizaron a partir de los años 90 para hacer caja. ¿Se acuerdan de Telefónica, Endesa, Repsol, Argentaria, Tabacalera, Iberia, etc.?

Pero, con el importe obtenido de su «socialización» (no pocos ciudadanos hicieron pequeños negocios comprando y vendiendo acciones) se acometieron otras «necesidades» de pronunciado despilfarro y obra pública desmedida; entre ellas, por ir a lo más cercano, el cambio de cara continuo de ciudades y villas al socaire de los caprichos de los regidores de turno. ¿Cuántas veces se ha remodelado Ordoño II desde que se inauguró el oficio 'reinando' Amilivia? Por cierto, quien no dejó ni rastro del bonito jardinillo que adornaba el costado sur de la Pulchra; muy poco del que adornaba la fachada de San Marcos (¿qué tendría aquel hombre contra las flores?). O, entre otras muchas 'urgencias imperiosas' que todos sabemos, emprender el trazado y construcción de una de las redes de AVE más densas del mundo. El primero, Madrid-Sevilla, importó aproximadamente un billón de las antiguas pesetas, es decir 6.000 millones de euros al cambio. Pero fue de los más baratos. Los posteriores, hasta dar gusto a todos los dirigentes regionales, se han subido a las barbas. Y es que para la clase pudiente constituía una enorme molestia trasladarse hasta los aeropuertos, que tienen su ubicación fuera de las ciudades, para presentarse allí casi una hora antes del embarque; y otro tanto volvía a suceder al llegar al punto de destino. Mucho más sencillo, donde va usted a parar, tomar el tren en el centro de la ciudad y, prácticamente en el mismo tiempo, vas de Madrid a Barcelona. ¡Ah!, ¿que el pueblo llano apenas disfruta de este servicio salvo en contadas ocasiones debido al nada modesto coste de los billetes, y por el contrario se ha visto privado de trenes más económicos como aquellos audaces expresos de media noche con sabor a insomnio y aventura? Eso son cosas del progreso. Para quien se lo pueda permitir, claro.

Y es que aquí se gobierna, primero que nada, para uno mismo. Por eso, dormiré con mi enemigo si hace falta. Que la chusma traga por todo; para ello hemos creado una red clientelar de estómagos agradecidos que no dejarán nunca de acudir a las urnas porque en ello les va la sopa boba. Y mientras voten esos –que no son pocos, aunque haya de mediar, para esto sí, la elevación del porcentaje de deuda pública sobre el PIB que fuere preciso para cubrir sus emolumentos–, a pesar de que se harten otros muchos, vale igual.

Por eso digo que vacunaré día y noche pero prácticamente 'echo las chapas' cuatro días seguidos. Ya se me ocurrirá algo vomitando todas las culpas al de enfrente.

Un festival de 'estarletes' de la vida política amparados en la partitocracia que surgió de la noche a la mañana tras el fulgor hospitalario del viejo dictador durante casi cuarenta días. A las primeras elecciones de la nueva normalidad (léase democracia), 15 de junio de 1977, se presentaron más de doscientos partidos o formaciones políticas, porque había ya un ego de aquí te espero entre sus cuadros dirigentes. Claro, que casi todos marcharon a soplar viento urnas mediante. Pero, como siempre, quedaron los mejores, es decir, los que mejor se supieron adaptar: moderados de centro, que al colapsar Suárez con el 23 F –algo se barruntaría antes del esperpento, es de suponer– se agruparon bajo la batuta de aquel ciclón incombustible del viejo franquismo reciclado (todo el mundo sabe a quién nos estamos refiriendo), nuevos izquierdistas con pinta de buenos chicos, como dijo una vez Carrillo para explicar la escasa aceptación de su partido y el auge de Felipe y sus muchachos, quienes, al contrario que el PCE, no habían sido durante cuarenta años de dictadura el chivo expiatorio de todos los males de la Segunda República.

Pero el diablo estaba en los detalles, es decir, en querer traer al huerto a los nacionalistas, los cuales no han dejado de pasar la carísima factura de sus exiguos escaños cuando se ha presentado la ocasión. Y, lógicamente, desde que se destapó su 'tres per cent', no desean más que largarse. Mucho pedirnos que estirásemos entre todos l'estaca y, ahora que la tumbamos, nos quieren dejar 'tiraos'. Para este viaje...

Pero todo lo arreglará el pueblo, para eso asaltaron unos los cielos al grito de '¡Sí se puede!'. Claro que se puede vivir mejor, que se lo digan a su paladín, sin olvidar ni mucho menos a sus señoras ministras y altísimos cargos que, como se dice ahora, pisan moqueta desde hace ya más de todo un año.

Por cierto, y hablando un poco en rosa, el día de la toma de posesión, las tres damas eran modelo de costura. La primera, Nadia (no Nadie, como dijo llamarse Odiseo cuando le preguntó Polifemo), mona como una muñeca rubia. Yolanda parecía un helado de nata y la Belarra, tan de negro, un ninja en traje de faena a pesar del pronunciado escote vertical, estrecho a los lados, como una saetera románica; solo le faltaba el pañuelo a lo pirata (¡ojo!, un no una, porque paponas dejan pero ninjas hembra, que se sepa, aún no). Mucho mejor ellas que los hombres presentes, de un soso masculino subido, enfundados como siempre en sus acartonados trajes, con los que siempre parecen maniquíes animados.

Sin embargo, que nadie se extrañe del nuevo nivel económico de la nueva ola revolucionaria. Al cabo, prosperar es un derecho de las personas libres. Y, al cabo, en la última fase de su desarrollo histórico, los revolucionarios siempre han traicionado a la revolución. Pero estos no tienen por qué ser como todos. Al cabo, en la variedad está el gusto, ¿no?

Ya decía el Diablo Cojuelo, tejados adelante, que desde la hora del desayuno andamos los unos intentando engañar a los otros.

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