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La Que Se Avecina

Si indultan a los políticos presos, habiendo asegurado incluso en sede judicial que lo volverán a hacer, va a ser difícil mantener la seriedad del sistema que tenemos

Carlos Javier Taranilla

Miércoles, 2 de junio 2021, 10:47

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EL otro día, la actualidad, volviendo a traer a escena el nombre de Fernando Abril-Martorell, el desposeído presidente de Indra, me jugó una extraña pasada trayéndome a mí a la memoria a un viejo político de la tan traída (valgan las redundancias) y llevada Transición. Me refiero a su padre, el hombre del transistor cuando la larga noche del 23 F en el interior del Congreso de los Diputados. Le llamaron así porque a pesar de la tenaz vigilancia de las fuerzas del teniente coronel Tejero («No intentes tocar la cámara que te mato. Desenchufa eso.»), consiguió mantener camuflado en su poder un pequeño receptor de radio con el que estaba al tanto de lo que ocurría en el exterior para pasárselo a sus más cercanos compañeros en tan inciertos momentos.

Por cierto, ya va siendo hora, cuarenta años después –más de lo que duró la última dictadura–, de que se desclasifiquen todos los documentos del suceso y conozcamos, sin esperar a 2031 como estipula la ley franquista de Secretos Oficiales, todos los entresijos de aquel entreacto de nuestra recién estrenada democracia. Un juicio a puerta cerrada no fue el mejor final para semejante andanada. Y ya somos mayores de edad para no comulgar con lo que nos digan y listo, a pesar de que todo el mundo sea inocente hasta que se demuestre lo contrario..., por si acaso se demuestra.

Pero, ahora, en el panorama nacional mandan los indultos del 'procés', como le llaman en su tierra, que es la nuestra desde 'illo tempore', cuando los fenicios la denominaron 'Isepham-in' ('Tierra de conejos', debido la abundancia de lepóridos en las costas e islas levantinas, entre ellas Conejera, por las que accedieron estos navegantes orientales a la península), expresión de la cual derivaría la Hispania romana y de esta nuestro sonoro nombre actual, que no lo hay mejor para la afición deportiva ni para la marcialidad ni, tampoco, para la esperanza, como dice ese verso difícil de superar de Blas de Otero en el que se inspiró Víctor Manuel para componer los suyos:

España, camisa blanca de mi esperanza.

Aquí me tienes, nadie me manda.

Quererte tanto me cuesta nada.

Difícil decir en tan pocas palabras mucho más sobre el amor a España.

Claro que ha habido otros indultos. ¡Y muchos! Con informe favorable y desfavorable del Tribunal Supremo. Léase por ejemplo el caso del susodicho golpista Tejero en 1993, cuando la Sala de lo Militar del TS, pese a no estar arrepentido ni existir «razones de justicia», se mostró favorable al indulto por «conveniencia pública» para contribuir «al olvido de unos hechos que deben quedar ya en el pasado».

¡Vaya torpedo en la línea de flotación para los contrarios al indulto!

Si indultan a los políticos presos, habiendo asegurado incluso en sede judicial que lo volverán a hacer, va a ser difícil mantener la seriedad del sistema que tenemos. Se llamaría allanarles el camino para que vuelvan a delinquir. ¿O acaso no están condenados por graves delitos tipificados en el Código Penal?

El recurso a que todo se haría en pro de la apertura de la vía política a través del diálogo, no es más que una falacia, puesto que se trataría de un auténtico 'diálogo de besugos': unos quieren dialogar sobre cómo marcharse y otros sobre cómo quedarse. ¿Acaso existe término medio? ¿En los quicios de qué puertas del campo? Pero es que diálogo es un término tan socorrido que recurren a él quienes no tienen nada concreto.

Y, al cabo, aquellas palabras de don Quijote tras 'indultar' a los galeotes volverían a hacer mella en la actualidad: «Siempre, Sancho, lo he oído decir, que el hacer bien a villanos es echar agua en la mar (Quijote I, 23)».

No obstante, el papelón sería para S.M. Felipe VI, que después de abroncar duramente a los independentistas tendría que firmar los indultos alegando, como le dijo su padre a un cardenal cuando rubricó la ley del aborto: «¿Qué quiere, monseñor, que me pase la Constitución por el arco de triunfo?». O bien, resignar (como dicen en Argentina) de la corona, haciendo o no las maletas como las hizo su bisabuelo en 1931. Es un hombre muy educado. Una leve sonrisa de compromiso no le faltará haga lo que haga.

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