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Los congresos populares, una historia de paseos militares para su líder

Los congresos populares, una historia de paseos militares para su líder

Solo Rajoy sufrió un voto de castigo en el de 2008 tras perder las elecciones por segunda vez frente a Zapatero

Ramón Gorriarán

Sábado, 11 de febrero 2017, 02:29

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Los congresos nacionales del PP suelen ser un paseo militar para su líder. Son elegidos o reelegidos con unas mayorías apabullantes porque no hay primarias para medir fuerzas con otros candidatos, y, sobre todo, porque al no tener rival los compromisarios solo pueden votar por él o no votar. Este hecho, sumado a la estructura presidencialista adoptada en 1990, determina que los cónclaves populares sean, salvo muy contadas excepciones, una balsa de aceite sin las grescas que adornan los de otras fuerzas.

La costumbre empezó a cimentarse con la llegada de José María Aznar en 1990. En aquel congreso en Sevilla fue elegido presidente del PP con el 96,2% de los votos y el hasta entonces gran patrón de Alianza Popular, Manuel Fraga, proclamó que su mandato no tendría «ni tutelas ni tu tías». Tres años después, revalidó su mandato con el apoyo del 98,4% de los compromisarios y aprovechó tamaña solidez para purgar la sombra de oposición de algún vestigio aliancista cuyo rostro más conocido era Miguel Herrero y Rodríguez de Miñón.

El PP ya olía su victoria en las urnas cuando celebró el congreso de enero de 1996, en el que Aznar fue reelegido presidente con el 99,6%. Ratificó como número dos a Francisco Álvarez Cascos, al que heredó en la secretaría general de los tiempos de Fraga, situó a sus tres escuderos, Rodrigo Rato, Mariano Rajoy y Jaime Mayor Oreja, en las vicesecretarías, y dio un volantazo hacia el centro ideológico, que para eso había escogido que el lema de la reunión fuera «gana el centro». En el cónclave de 1999 consiguió el respaldo del 98,9% y prescindió de su «general secretario» Cascos, al que relevó Javier Arenas.

Su última etapa al frente del PP llegó con el congreso de 2002, al que se presentó con un gobierno con mayoría absoluta, en la cumbre de su trayectoria política. Dijo que era el último pero dejó a todo el mundo en ascuas sobre la identidad del sucesor, aunque Rato era el nombre en casi todos los corrillos. Se guardaba el destape de esa carta para el año siguiente.

La guardia de Aznar

Con Rajoy al timón del PP, llegó la derrota electoral de marzo de 2004, un revés mitigado en términos políticos por las dramáticas circunstancias de los atentados del 11-M y que no le restó apoyos. Recibió el plácet del 98,3% de los compromisarios populares y se convirtió en el nuevo líder de la formación. Eso sí, sin equipo y rodeado por la guardia aznarista; Ángel Acebes fue su secretario general. Pero el segundo fracaso, en 2008, de nuevo ante José Luis Rodríguez Zapatero, puso en riesgo su jefatura y si no llega a ser por el apoyo en el congreso de Valencia de barones como Francisco Camps, Alberto Núñez Feijóo o Javier Arenas podría haber tenido que regresar a su despacho de registrador de la propiedad en Santa Pola. Con todo fue castigado, sobre todo por los delegados de Madrid capitaneados por Esperanza Aguirre, y fue reelegido con el 84,2%. Setrata del porcentaje más bajo en la historia de la derecha, solo por encima del 71,8% que obtuvo Antonio Hernández Mancha en 1987 en Alianza Popular.

Se rehizo para el congreso de 2012, a lo que contribuyó en buena medida su contundente victoria, en noviembre del año anterior, que devolvió al PP al Gobierno con mayoría absoluta, aunque fuera a la tercera. Confirmó como su número dos a Dolores de Cospedal, en la que había depositado su confianza cuatro años antes y a la que encomendó capear la crisis que se avecinaba con los casos de corrupción que entonces ya despuntaban. En ese mismo cónclave, prescindió de Ana Mato en la dirección del partido.

Cinco años después, Rajoy no tiene quien le tosa, y en el congreso que comenzó hoy no es una apuesta arriesgada vaticinar que obtendrá un apoyo similar al de Aznar en sus mejores tiempos para bordear el cien por cien de los compromisarios. Igual que hace 27 años, las reglas del juego en el PP no han cambiado; es el candidato único y no tiene que pasar por unas primarias con otros aspirantes al mismo cargo.

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