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La cantante cubana Xiomara Laugart, durante un ensayo de un musical de Celia Cruz. Erika Rojas (Efe)
Anatomía del jazz del Caribe que nació en Nueva York

Anatomía del jazz del Caribe que nació en Nueva York

El periodista César Miguel Rondón retrata el movimiento musical que llenó pistas de baile en los 70 y 80 en 'El libro de la salsa'

Doménico Chiappe

Sábado, 28 de julio 2018, 21:47

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Existe un mapa del Caribe que incluye a Nueva York, por ser la capital de la salsa, ese ritmo bailable que tuvo de principales exponentes a Celia Cruz, Ismael Rivera, Héctor Lavoe, La Lupe, Larry Harlow, Willie Colón. Cantantes y compositores que encontraron un sonido propio y popular a partir de una fusión de jazz y ritmos cubanos. Cuando la salsa estaba en su máximo esplendor, un par de décadas antes de que la variante 'erótica' y el merengue la expulsaran de las listas radiofónicas y la convirtieran en música de culto, César Miguel Rondón, locutor y periodista, vivía en aquella ciudad norteamericana como «corresponsal de todo el que quisiera publicarme».

Gracias a su amistad con Rubén Blades y Eddie Palmieri, forjada de antemano en los estudios venezolanos, Rondón frecuentaba el círculo de artistas que guaracheaban entre los rascacielos con gran éxito y no pocos excesos. «No me imaginaba que la salsa iba a tener ese recorrido», reconoce Rondón, en su visita a Madrid, para presentar la edición española de 'El libro de la salsa. Crónica de la música del Caribe urbano' (Turner), uno de los ensayos más ambiciosos y completos sobre este género músical.

Publicado por primera vez en 1979, con ese mapa del Caribe expandido hasta la costa este del norte en la cubierta, el libro recorre desde los inicios de la salsa hasta los grandes artistas de la Fania, y repasa en sendas 'codas' los exponentes actuales que resguardan el legado.

Aunque hubo destacados intérpretes en la época de las grandes orquestas, la «cosa arrancó» cuando se coló «el barrio marginal» en la música, cuenta Rondón. «La salsa estaba muy comprometida con el jazz, entendiéndolo como algo vigoroso, siempre en búsqueda. Y tiene relación con lo urbano. Pasa a ser el son del arrabal, la marginalidad, el barrio (de chabolas). Se empieza a cantar un lenguaje muy particular, con mucha rabia y violencia intrínseca. Nada que ver con Tropicana o el mambo.

A principios de los sesenta confluyen elementos como la revolución cubana, que explusó a gran cantidad de músicos, y los cambios contraculturales, como los beatnik y los hippies, que puso las bases de lo que vendría después». En este ambiente nace el sello Fania, y empieza a crear a sus 'estrellas' y sus mitos. Si Rondón, melómano siempre atento a las nuevas tendencias, tuviera que elegir a los mejores salseros de todos los tiempos, se quedaría con «Ismael Rivera, siempre. Y siempre también con Héctor Lavoe, el Cheo Feliciano de los setenta y el Oscar de León de Dimensión Latina». Sin embargo, reconoce que la columna vertebral del movimiento salsero fue el virtuoso, ahora dedicado al jazz, Eddie Palmieri.

Palo y canción

Hace dos años, en una alocución transmitida al unísono por todas las radios y televisiones de Venezuela, Nicolás Maduro condenó a César Miguel Rondón, uno de los locutores más escuchados del país y crítico con el régimen chavista desde primera hora. Maduro lo hizo de la manera en que suele mandar mensajes al poder judicial: debería estar preso, dijo. El crimen: ser un «odiador», en vísperas de la aprobación de la Ley contra el Odio. Rondón cuenta que le quitaron el pasaporte, una medida que se extendió a su familia. «Se inició una campaña de amenazas en las redes sociales», recuerda. Días más tarde, las autoridades devuelven los pasaportes a sus familiares. El suyo, no. En la radio, aunque no anulan su programa, le prohíben hacer editoriales.

Dos meses después, le llega su pasaporte con una orden, más que una advertencia: «Váyase ya», recuerda Rondón con pesar, y desde entonces vive un exilio no oficial pero forzoso. «Hubo gente que me recomendaba huir por los 'caminos verdes' (como la canción de Blades, del álbum 'Buscando América') pero yo me negué». Si lo que sucede en Venezuela se convirtiera en letra de una canción de salsa 'brava' o 'auténtica' o 'cabilla', como apellidan a este jazz caribeño que biografía y homenajea en 'El libro de la salsa', Rondón recita: «De cómo Pablo Pueblo perdió el rumbo / Estos son veinte años de derrota». Detiene el verso, prosigue con prosa: «Un país que se veía muy sólido quedó evidenciado que era muy frágil como nación, en su estructura republicana. Bastó que llegara un puñado de malandros con sed de venganza, como ha dicho Delcy Rodríguez (vicepresidenta de Venezuela). No se trata de recuperar lo perdido sino intentar hacer lo que nunca tuvimos. Y ese descubrimiento nos llega cuando tenemos dos décadas de palo limpio. Estamos extenuados, agobiados». Más que una salsa, el ritmo triste del país sería un blues de viejos esclavos.

De las nuevas generaciones, Rondón elogia a varias agrupaciones, como Orquesta Bailatino, Guajeo de Alfredo Naranjo o Banda Sigilosa, que han seguido la estela de aquella salsa que todavía sobrevive en locales que rehúsan las modas, como el viejo 'Maní es así' de la Caracas a la que Rondón no puede volver.

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