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El planchar se va a acabar

El planchar se va a acabar

Este invento para desinfectar en el siglo pasado pierde fans

Lunes, 9 de noviembre 2020, 20:19

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¿Por qué seguimos planchando la ropa? Por un patrón estético difícil de desterrar, claro está. La visión de una arruga tuerce el gesto del más tolerante, por sucia e impropia. Tanto, que hace que un electrodoméstico con más de un siglo de vida siga vigente en los hogares, prácticamente inalterable en su diseño y funcionalidad. Pero esto, que no deja de atender a una convención social, está en clara decadencia.

Una vez que su sentido original de poderoso desinfectante fue superado, el planchado tiene varios frentes de batalla abiertos difíciles de superar: es poco ecológico, la tecnología no ha evolucionado para librar del esfuerzo físico que supone, cuesta tiempo (o dinero) y la industria textil desarrolla cada vez más tejidos que lucen impolutos así los centrifugues. Sus fans ya no son legión.

La cuarentena por la pandemia de Covid-19 ha recordado a muchos el placer de no tener que planchar. ¿Para qué, si no había que someterse al escrutinio público desde el encierro casero? La Federación Española de Fabricantes de Electrodomésticos constata esta realidad que se ha vivido de puertas para adentro. Según los datos facilitados a este diario, «la plancha es el electrodoméstico que más ha sufrido la caída de ventas» en este periodo de cuarentena. Este descenso en el mes de septiembre era del -7% con respecto al año anterior. En el acumulado de los meses, de enero a septiembre, también en comparación con 2019, el desapego por este aparato se deja notar mucho más: un 21% menos de ventas, según los datos elaborados para la citada federación por GFK, la empresa de investigación de mercado de referencia en el sector.

También otro personaje tan relevante de la 'nueva normalidad' como el epidemiólogo Fernando Simón puso en tela de juicio la conveniencia del planchado. Sus camisas lucían como recién sacadas de la lavadora en cada comparecencia pública para alimentar el chismorreo más trivial. Hasta que confesó en una entrevista: «La plancha fue útil porque en un momento sirvió para matar bichos. Cuando se han inventado lavadoras y detergentes que pueden con eso, ha pasado a ser un elemento de apariencia y dominación», dijo entonces sembrando la duda en mucha gente: ¿servía para matar bichos?

Los catedráticos de genética Héctor Díaz-Alejo, Eduardo Costas y Victoria López-Rodas firman un artículo científico sobre el particular en el que recuerdan que el planchado masivo se extendió con el fin de la I Guerra Mundial, en 1920, y prácticamente era un instrumento de supervivencia.

En esa época ya había evolucionado en su forma actual la primera plancha eléctrica que databa de 1882. Bajo el lema de «En cada hogar, una plancha», se popularizó para superar a sus predecesoras de carbón. Por ese entonces, se había demostrado que la única forma de matar a una variante de piojo humano (no el que pervive en la actualidad en las cabezas de los pequeños sobre todo), transmisor de enfermedades letales como el tifus, la fiebre de las trincheras y la fiebre recurrente epidémica. Hoy no nos preocupan, gracias en parte al planchado, pero en su día eran temidas porque «han costado a la humanidad más muerte que todas las guerras juntas», sostienen los citados expertos.

Pero llegó el jabón, el agua caliente y las lavadoras para cumplir con esta función desinfectante. Pero el hábito de planchar perduró. Los detractores de estas práctica aducen razones de futuro que nada tiene que ver con la Historia. La principal, que no esm edioambientalmente responsable. El Instituto para la Diversificación y el Ahorro de Energía (IDAE) sostiene que el uso de este pequeño electrodoméstico conlleva uno de los consumos más significativos de la factura eléctrica, dado que su potencia se encuentra entre los 1.000 y los 3.000 watios. Los de una nevera, por ejemplo, oscilan entre los 250 y los 350. Red Solidaria, una ONG especializada en consumo energético traduce estos datos en términos ecológicos: no planchar una camisa equivale a plantar siete árboles y a absorber el dióxido de carbono de siete automóviles.

Al planeta le supone un esfuerzo, pero a sus usuarios también. El por qué la tecnología no ha evolucionado a la par que otros aparatos del hogar para ahorrar sacrificios a los usuarios es una incógnita. Es cierto que existen armarios de vapor en el mercado que eliminan arrugas con solo dejarla colgada en su interior un tiempo, pero los precios y su enorme tamaño pueden ser el handicap que impida su despegue,

Por ahora, para librarse de esta tarea solo hay dos alternativas: atender a los consejos que pueblan miles de webs relativos al cómo lavar y tender para evitar al máximo tener que planchar después, o elegir bien los tejidos. El lino es probablemente el único que luzca bien naturalmente arrugado; por contra, las telas que tengan al menos el 25% de fibra sintética (lycra, acetato, poliéster...) salen de la lavadora sorprendentemente tersas. Eso sí, el futuro pasa por la tecnología textil. Emprendedores como Sepiia han puesto en el mercado tejidos inspirados en los astronautas que ni se arrugan ni se manchan.

Sepiia, el cambio real

El futuro se cuece en los laboratorios y en los de innovación textil la guerra a los tejidos poco ecológicos, que necesitan de mucho lavado y más planchado, ya ha comenzado. Uno de los primeros en emprender esta lucha han sido los creadores de Sepiia, una marca de ropa confeccionada con un tejido que ni se mancha ni se arruga. Hasta pasada una semana no hace falta lavarla porque incluso neutraliza las partículas del olor. Son camisas y camisetas «de diseños atemporales, que puedes utilizar durante muchos años y que, a su vez, son más duraderas», describe Federico Sainz de Robles, fundador de Sepiia que, desde su creación en 2016, ha puesto en el mercado 20.000 de sus productos, de los que fabrican desde la materia prima con la que hacen los filamentos que forman el tejido 'mágico' hasta el diseño del producto final. Con su negocio, los creadores de Sepiia aspiran a cumplir con dos objetivos: reducir el impacto medioambiental y cubrir «la necesidad de crear prendas versátiles y cómodas para cualquier situación del día a día», de un consumidor que valora «la comodidad» por encima de otras cosas. «Sentirnos a gusto en una prenda es un placer. Y si te sientes cómodo con ella, hace que te la quieras poner mucho más y, a su vez, esto implica que compres menos prendas, por lo que ya estás luchando contra la industria del 'fast fashion'. Es un proceso de cambio que lleva tiempo, pero hay mercado de futuro», apuesta De Robles.

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