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MIKEL CASAL
Raúl Castro, la última reliquia de la revolución de los barbudos

Raúl Castro, la última reliquia de la revolución de los barbudos

Fue la mano derecha de Fidel durante 50 años y ha demostrado más cintura que él. Tras dos mandatos al frente de Cuba, el general abandona la vida pública, dejando un país que anhela más reformas

Domingo, 18 de abril 2021, 00:24

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Lo contaba el periodista español Enrique Meneses en su libro 'Fidel Castro, Patria y Muerte', donde relataba las tribulaciones de la insurgencia cubana en Sierra Maestra. «¡En cuanto llegue lo fusilo! ¡Me importa un carajo que sea mi hermano! ¡Lo fusilo!». La anécdota se remonta a 1958, cuando Raúl Modesto Castro Ruz (Birán, 1931), a la sazón comandante, recorría la provincia de Oriente liderando una columna guerrillera, todos barbudos salvo él. Raúl solía intercambiar correspondencia con Ernesto 'Che' Guevara, epístolas preñadas de utopía y justicia social donde ambos daban rienda suelta a sus afanes.

Quiso el destino que una de aquellas cartas cayese en manos de los soldados de Fulgencio Batista, al que sin saberlo le quedaba menos de un año en la poltrona. La dictadura utilizó la misiva para extender la idea de que los rebeldes querían instaurar un régimen comunista en la isla. Fidel, que por aquel entonces estaba lejos de imaginar un Bahía Cochinos ni que acabaría echándose en brazos de los rusos, abroncó a su hermano cuando le tuvo a tiro. «¡No me estoy rompiendo los cuernos luchando contra una dictadura para caer en otra!», recuerda Meneses que le dijo. Las vueltas que da la vida.

Raúl, hijo de gallego, expulsado de varios colegios, metido en un internado militar a la fuerza, fue llevado a rastras por su hermano a La Habana para que estudiase Administración Pública antes de hacer la revolución. Aún se le tiene que aparecer en sueños Nikolai Leonov, el espía del KGB al que conoció cuando no era nadie y con quien tejió una amistad que tendría luego consecuencias en el tablero internacional. También la celda de Isla de Pinos -R. L. Stevenson situó allí 'La Isla del Tesoro'-, en la que pasó dos años encerrado por asaltar el cuartel Moncada y donde se forjó el revolucionario que sería después.

Raúl, que se asoma ya a los 90 años, no sólo ha conseguido sobrevivir a los arrebatos de su hermano, sino que se ha convertido en el artífice de los primeros signos de aperturismo en el país caribeño. Siguiendo sus instrucciones, el Congreso del Partido Comunista de Cuba, el primero que se celebra desde la muerte de Fidel, elige este fin de semana al sucesor de una estirpe que ha sido el faro de todos los movimientos revolucionarios surgidos en América Latina en los últimos 60 años.

Un proceso que arrancó con la preselección de los 605 candidatos a la Asamblea Nacional, el paso por las urnas de 8 millones de cubanos y la constitución de la Cámara, y que acaba con la propuesta de miembros del Consejo de Estado y el nombramiento del presidente, cargo para el que Raúl llevaba tiempo postulando a Miguel Díaz-Canel, su mano derecha y actual vicepresidente. Un candidato que ni siquiera había nacido cuando un jovencísimo Fidel respondió al tribunal que le juzgaba por el asalto al Moncada aquello de que la Historia le absolvería.

Socialismo «irreversible»

Tal y como prometió, Raúl se retira después de cumplir dos mandatos presidenciales de 5 años, bendecido primero por Barak Obama -con el que inició un deshielo, canje de espías incluido- y denostado después por Donald Trump -que volvió a la casilla de salida, la misma que Biden se muestra ahora reticente a abandonar-. Atrás deja una agenda de reformas que nunca hubiera suscrito su hermano Fidel, y que él jura y perjura sólo persiguen apuntalar el carácter «irreversible del socialismo», el mismo que recoge la Constitución aprobada en 2019, «hija de su tiempo y reflejo de la diversidad de la sociedad».

Cambios radicales al menos para un régimen como el cubano, donde la gente ha acabado haciendo de la necesidad virtud -en buena medida debido al embargo que mantiene Estados Unidos- y la libertad de expresión brilla por su ausencia. Un ejemplo. Los cubanos ya pueden comprarse un automóvil o una casa. Y hasta venderlos. Una medida que en el caso de las viviendas ha alentado un mercado de bienes raíces que, aunque tímido, sigue creciendo; y que en el de los coches tropieza continuamente con los precios desorbitados para un ciudadano medio. Es más, pueden ir a los hoteles de su propio país, algo para lo que hasta hace bien poco sólo estaban autorizadas las parejas de recién casados o los trabajadores especializados. Como lo oyen.

Otra medida 'revolucionaria': favorecer las inversiones extranjeras, abriendo un polo industrial en el puerto de Mariel. O el acceso a Internet, una bomba en uno de los países con mayores tasas de acceso a la educación. En 2010, Raúl abrió la isla a la propiedad privada, creando el fenómeno de los 'cuentapropistas', que tiene en los paladares o restaurantes su manifestación más conocida. También la reforma migratoria, que desde 2013 autoriza a los cubanos a salir del país hasta por espacio de dos años sin perder sus bienes ni su residencia. ¿Suficiente? Seguro que no, aunque con Fidel la mayoría de estas reformas habrían entrado en el terreno de la ciencia-ficción.

El Raúl que se dispone a abandonar la vida pública ha sido testigo de giros de la historia difíciles de asimilar en el mundo actual. El aura romántica que siguió al triunfo de la revolución, vientos de guerra cuando estalló la Crisis de los Misiles, años de bonanza a la sombra de los soviéticos, el descenso a los infiernos cuando cayó el Telón de Acero y con él la ayuda que le llegaba del Este...

Quienes visitaban la isla en los noventa hablaban de un país hambriento en el que costaba encontrar perros o gatos porque acababan en la cazuela; sacudido por huracanes que causaban destrozos millonarios, haciendo cada vez más hondo el agujero económico en el que aún hoy vive sumido el país. Tuvo que llegar Hugo Chávez y la inyección de crudo venezolano a precio de saldo para que el país levantara cabeza.

Durante todo ese tiempo, Raúl Castro, Héroe de la República y ministro de las Fuerzas Armadas, ha sabido mantenerse siempre a flote, ya fuera al frente de Interior, de Cultura o de Salud Pública. Casado con Vilma Espín hasta el fallecimiento de ésta en 2007, tiene cuatro hijos y una cintura bastante más flexible que la de su hermano, como quedó de manifiesto cuando restableció relaciones con los Estados Unidos de Barak Obama, para lo que no dudó en contar con la mediación del Vaticano.

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