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Trabajadores de Vestas, a la puerta de la factoría.
Vestas debe ser rescatada

Vestas debe ser rescatada

No se puede mantener una política industrial en la que el estado actúe de modo subsidiario

Pablo Huerga Melcón

Martes, 11 de septiembre 2018, 10:23

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La Ribera del Órbigo es una comarca rica y productiva. La agricultura y la ganadería de pequeñas explotaciones se han combinado con industrias locales que durante décadas han dado vida a miles de familias. Hubo en esta zona fábricas de todo tipo; la laboriosidad de las gentes de la comarca es proverbial. La vida de nuestras industrias, en muchos casos fruto de la iniciativa particular, pone de manifiesto la evidencia de que su desarrollo sigue ritmos generacionales que, de algún modo, recogen el estilo de cada época e imprimen carácter en nuestras gentes.

También reflejan los cambios políticos y las transformaciones tecnológicas y productivas. Porque la industria está siempre marcada por la agenda política. No es la primera vez que la política económica de la Unión Europea golpea en el Órbigo con una dureza proporcional a la propia debilidad del Estado. Y ha vuelto a ocurrir.

En 1999, el Ayuntamiento de Villadangos del Páramo decidió reorganizarse y aprovechar las posibilidades económicas que le ofrecía su situación geográfica, a la vera del camino de Santiago, como cruce de todos los caminos del norte. Puso en marcha un polígono impresionante con el objetivo de convertirlo en polo industrial para toda la zona. Apostó con un éxito sorprendente por favorecer el asentamiento de nuevas empresas que supieran aprovechar esta situación estratégica, y ha conseguido que mucha de la población joven encontrara la oportunidad de seguir viviendo en sus pueblos, con unas condiciones de vida propias del siglo XXI, disfrutando de puestos de trabajo adecuados, en empresas importantes y aun punteras en su ámbito; entre ellas, Vestas, empresa líder mundial en la fabricación de aerogeneradores.

Vestas se instaló en el polígono industrial de Villadangos en el año 2006, aprovechando las ventajosas condiciones que le ofrecía el ayuntamiento, cesión de terrenos para la instalación de la fábrica, y las ayudas económicas que le concedió el Estado. Según algunos medios, la inversión total de la Junta de Castilla y León para el desarrollo de este polígono alcanzó los 41 millones de euros. La situación no podía ser más halagüeña. Una empresa dedicada a las energías renovables, que construye aerogeneradores para todo el mundo, con un programa de formación técnica para los trabajadores, y con un futuro, por tanto, indiscutible. La empresa recogía en su mismo concepto los ideales más avanzados de la civilización actual: la lucha contra el cambio climático, el cambio energético, las nuevas tecnologías, el desarrollo sostenible. En el año 2008 se amplió la fábrica con el fin de triplicar la producción, concibiéndola como una de sus cuatro megaplantas estratégicas en el mundo.

Ese año, la prensa anunciaba que la empresa invertiría 50 millones de euros, además de los 10 millones iniciales. El proyecto incluía la creación de un departamento de I+D en Villadangos, para acoger a 50 ingenieros con el fin de desarrollar tecnologías propias. ¿Qué podía ir mal? En el año 2014 se seguían anunciando ampliaciones de la fábrica. La idea era convertir las instalaciones de Villadangos en «su primera planta multidisciplinar del mundo» con capacidad para producir cualquiera de los aerogeneradores de la gama que produce Vestas. También en este año se anunciaba la ampliación de la plantilla, que entonces ya alcanzaba los 425 trabajadores, con 30 ingenieros dedicados a I+D. Hasta 2018 Vestas había producido en Villadangos unos 10.000 aerogeneradores, y había alcanzado una plantilla de casi 1000 trabajadores directos, además de muchos empleos en empresas auxiliares de todo tipo.

Menos de un año después de recibir el último tramo de las subvenciones públicas, en 2018, Vestas decide cerrar la instalación aduciendo que lo hace por mantener la competitividad de la compañía en «un mercado en constante evolución»; pretende llevar la producción a China, India y Argentina, a pesar de que todavía en su último informe anual de 2017 se reconocía, como recoge el periodista Antonio M. Vélez, que «se espera que España sea un mercado clave en el medio y largo plazo». Curiosamente, la empresa esperó a que pasara el mes de junio, en el cual expiraba el plazo para devolver las ayudas millonarias recibidas, para anunciar el cierre.

Según Antonio M. Vélez, actualmente Vestas, después de sucesivos expedientes de regulación de empleo, ha quedado con una plantilla de unos 370 trabajadores que son los que va a suprimir con el cierre anunciado. Tiene además reclamaciones por más de 90 millones de euros de la Agencia tributaria española por impuestos de los ejercicios 2006 a 2009. Sabemos también que la Junta de Castilla y León así como el Ministerio de Economía y Hacienda subvencionaron la construcción de la nave de Villadangos con 14 millones y medio de euros que fue recibiendo en diversos tramos, el último de los cuales lo cobró en septiembre del año pasado, cuando recibió casi seis millones de euros.

Es evidente que la Globalización es un gran negocio. En España lo conocemos bien gracias al retrato premonitorio que hizo en 1953 Luís García Berlanga con su película Bienvenido Míster Marshall. La deslocalización y la globalización, pero sobre todo, las reformas laborales y la política europea neoliberal dejan a los estados sin capacidad para frenar lo que parece a todas luces un acto de rapiña (algunos hablan de «deslealtad»). Los señores daneses vienen aquí, nos prometen el oro y el moro a cambio de que se les concedan toda clase de beneficios fiscales e incentivos económicos para que inviertan sin temores pero, una vez recibidas las ayudas al completo, se van con nuestro dinero a otro lugar donde algún estado también debilitado y azotado por políticas neoliberales nefastas volverá a picar el anzuelo sin alternativa.

La globalización y el neoliberalismo se traducen en esto: el estado paga todos los gastos mientras la empresa recoge los beneficios. Lo más chusco es que a la hora de tributar, la globalización también ayuda. En vez de tributar allí donde se instala, la empresa se confunde y no entiende claramente dónde debe hacerlo, si en su país de origen o en el de destino, es todo «demasiado complicado». Esta es la política que la Unión Europea vende como algo inevitable; y es un lastre para cualquier nación que quiera fortalecer su tejido productivo. No se puede mantener una política industrial en la que el estado actúe de modo subsidiario, financiando iniciativas privadas, y cargando con los costes del cierre de las empresas.

No hay modo de parar la deslocalización si los estados no imponen unas mínimas condiciones para la instalación de las multinacionales. Pero para que esas condiciones se cumplan los estados deben tener fuerza suficiente. Con el sistema de las comunidades autónomas, en España se genera una situación particular, pues el Ministerio tiene sus competencias limitadas, mientas que la Junta de Castilla y León no tiene fuerza para imponer condiciones a la multinacional.

Sin embargo, sabemos que hay alternativas: en el caso de Bankia, por ejemplo, el Estado hizo todo lo necesario para rescatarlo por más de 40 mil millones de euros. El rescate de Bankia era importante, -al menos todavía tenemos un banco público en España-, pero es necesario rescatar las industrias. Por eso, me parece que es una buena ocasión para que el estado se implique a fondo y no sólo rescate esta empresa de Villadangos (que tiene un futuro garantizado y que es rentable desde el punto de vista económico, social y aun diría histórico), sino que aproveche la coyuntura para conformar un gran proyecto nacional de energías renovables, fomentando una red de empresas nacionales punteras, que apueste por el futuro y que permita, entre otras cosas, por ejemplo, recuperar a muchos de esos jóvenes ingenieros que cada año se nos van de España hacia países como Alemania, o Dinamarca, donde sí se aplican políticas industriales agresivas contra la deslocalización.

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