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Pandemia y mal trato laboral con fondos públicos

Se me destinó por parte de la Dirección del Centro a aulas abarrotadas de alumnos en las que no había distancia de seguridad ni entre los mismos alumnos

Carlos Javier Taranilla de la Varga

León

Miércoles, 22 de septiembre 2021, 09:21

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Acabo de jubilarme después de 43 años cotizando a la Seguridad Social, los últimos treinta en el Centro concertado Virgen Blanca de la Capital, sostenido en todos sus niveles con fondos públicos.

Ejerciendo mi derecho a la libertad de expresión, además de tratarse de un caso propio, doy a conocer el maltrato laboral que he sufrido durante el curso pasado y los días que he trabajado al principio de este en relación a la pandemia.

El curso pasado, a pesar de rebasar los 64 años cuando me incorporé al trabajo a finales de octubre tras una incapacidad transitoria por baja médica, y teniendo en mi poder una carta de recomendación para la empresa notificada por Prevención de Riesgos Laborales, documento en el que consta que soy un trabajador TES (Trabajador especialmente sensible) no solo por la edad sino también por patologías previas como haber sufrido un infarto agudo de miocardio, se me destinó por parte de la Dirección del Centro a aulas abarrotadas de alumnos (seis aulas de 28 alumnos con sus pupitres en un espacio de 63 m2), en las que no había distancia de seguridad ni entre los mismos alumnos, existiendo en mi especialidad docente otras clases desdobladas con 14 o 20 alumnos, que se adjudicaron a profesores sin mis circunstancias de riesgo.

Puesto el caso por mi parte en conocimiento de la Dirección Provincial de Educación, esta se limitó a requerir  al Centro para que se cumplieran los protocolos de seguridad, puesto que al tratarse de un centro privado concertado carece de potestad para cambiar a los profesores de aulas, ya que se trata de una competencia de la titularidad del Colegio. Protocolos, por otra parte, de imposible cumplimiento, pues personada la Inspectora en el Centro, se acordó marcar en el suelo, en torno a la mesa del profesor, un espacio exclusivo de 1,5 metros en el que no debían penetrar los alumnos; algo nada efectivo en la práctica diaria, puesto que no estamos hablando de muñecos de porcelana estáticos en un escaparate.

Así las cosas, siendo yo el único profesor de dicha edad en la plantilla, y con tales circunstancias personales, se me tuvo en riesgo de contraer una enfermedad extremadamente grave los días que he permanecido trabajando este curso y, especialmente, durante el anterior, cuando la 2ª y 3ª olas estaban disparadas, con decenas de miles de afectados cada día y muriendo la gente diariamente por centenares, además de no pocos contagios entre mis alumnos en todas las aulas.

Habiendo vuelto a solicitar a la Dirección del Colegio al principio de este curso que no se repitiese, aunque fuera por breve tiempo, dicha situación (lo que no se cogió en un año se puede coger en un día), se limitó a calificarme como «un campeón» por haber salvado la vida el año pasado, reconociendo explícitamente el riesgo en el que se me mantuvo, en una empresa que, a mayor abundamiento, yo también costeo, puesto que –repito– está sostenida con fondos públicos.

Así mismo, no hubo empacho en mentir negando públicamente de viva voz mi capacidad profesional para ejercer en otros niveles de enseñanza aparte de la ESO donde se me mantuvo, capacidades demostradas a lo largo de mi dilatada carrera, con veinticuatro años de ejercicio docente en Bachillerato como Licenciado universitario y, por decirlo todo, contando con las preferencias de la mayoría del alumnado, como consta, por ejemplo, en las últimas encuestas realizadas a finales del curso anterior.

De momento, la denuncia ante la Inspección de Trabajo ya está cursada. Veremos las responsabilidades que procedan por las secuelas físicas o psicológicas derivadas del maltrato sufrido, que ya estoy acusando.

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