Mandai uno y mandai bien
Los que añoraban decisiones unas, grandes y libres en un gobierno que hiciera olvidar la descentralización autonómica se han topado de bruces con que la Administración General del Estado carece a estas alturas de estructuras y, sobre todo, de prácticas recientes para manejarse ante semejante desafío
Hace años, durante una caminata por unos pueblos de la Cabrera -sin que sea científicamente posible averiguar qué hacía yo entre pueblos que no tienen hamburguesería y pastelería- andaba errante, desorientado y sin querer preguntar a los que me cruzaba -rasgo hispánico donde los haya cuando te has perdido-. Por eso de dar la impresión de seguridad de que un tío bragado en la ciudad no se pierde en el campo. Esto puede ser la alegoría de un político cuando un tema le supera o de un epidemiólogo metido a estrella mediática. Pero no, es de verdad, fui a pasear al campo y me perdí. No todo lo digo en parábolas bíblicas. Íbamos tres y cada uno tenía una idea diferente de por dónde tirar (eso sí es una metáfora del gobierno). A la entrada de un pueblo, una vieja -sobra decir anciana o señora mayor si no se teme la ñoñería de los eufemismos actuales- que nos estaba mirando con media sonrisa burlona, nos soltó ante el guirigay que nos traíamos: «mandai uno y mandai bien». Vamos, que la salida era por un sitio y seguiría siendo por ahí, aunque hubiésemos decidido en asamblea ir a contracorriente, porque el camino es más tozudo que la democracia real (ahora ya me siguen la metáfora).
Más allá de que la cosa diera para comentar la interconexión de algunas variantes dialectales diatópicas que comparten en el leonés y en el gallego la perduración de curiosidades fonéticas como el mantenimiento del diptongo decreciente /ai/ en la segunda persona del plural del imperativo, rasgo apasionante que seguro a ustedes les mantiene en vilo, quedémonos con la sabiduría del consejo, tantas veces incumplido en los últimos meses en España. Que mande uno y que mande bien.
Una de las consecuencias indirectas de la forma culposamente incompetente de gestionar esto a nivel nacional es que han decaído muchas razones para el mantra cansino de la centralización que se gasta el populismo de derechas. Ese que se cansa de las autonomías, pero después de que su jefe deje de cobrar de momios y fundaciones autonómicas, que entonces no parecían las autonomías ser tan malas. No se sostiene ahora lo de acabar con las Comunidades y que lo haga todo Madrid, cuando precisamente ha sido la firmeza de algunas autonomías -y ayuntamientos-la que ha posibilitado una mejor atención y se ha puesto al descubierto las vergüenzas -incontables y burdas- de la gestión centralizada que ha hecho el gobierno. Para qué estado de alarma, centralización de compras y decisión jacobina si cuando empiezan a volar las bofetadas en los tribunales vuelven los ministros al «yo todo lo hice bien, yo no sabía nada, yo me enteré de la pandemia por los periódicos y la culpa es de la otra administración». Oigan, pero ¿no ha centralizado ustedes todo? Encogimiento de hombros. Esto sería una astracanada … si no hubiera vidas de por medio.
En el caos competencial originado por la aplicación -la implementación en la neolengua cursi del gobierno de la nueva normalidad- de la avocación de competencias y la centralización de funciones asistenciales normalmente autonómicas hacia los ministerios, especialmente el de Sanidad, tampoco es que haya contribuido precisamente a aclarar los cometidos de cada uno el desconcierto que algunas decisiones judiciales han provocado a la ciudadanía. Ante peticiones iguales para suministrar material de protección de forma inmediata, se han visto contestaciones desde el casi es antipatriótico molestar al gobierno en semejante trance con fruslerías como que los sanitarios tengan trajes, mascarillas y guantes hasta el en dos días sin dilación. Lo más sorprendente es que en las resoluciones de varios juzgados de lo Social se ha prescindido hasta la incongruencia jurídica de la atribución de la responsabilidad derivada de los Decretos-leyes del estado de alarma. El Ministerio de Sanidad acapara toda la capacidad decisoria y se incauta del material, pero el juzgado de turno obliga a la Comunidad Autónoma a que provea el material que ya no tiene porque se ha centralizado su distribución. No sé si con la pasividad del acongojo por la cifra de muertos y contagios (si alguno de ustedes ha seguido las noticias por los habituales medios públicos y su deseo de ocultar la peor cara de la pandemia tal vez sea una sorpresa, pero sí, ha habido ataúdes, unos cuantos en León) hemos aceptado una benevolente laxitud en las exigencias de un Estado de Derecho que se precie ante la restricción que algunos derechos fundamentales -la limitación de nuestra libertad deambulatoria sigue siendo hoy el mejor ejemplo-, que tal vez hubiera requerido mayor rigor formal que un estado de alarma. A partir de ahí, pedir el cumplimiento de las exigencias de transparencia sobre las contrataciones y criterios de reparto del material sanitario ha sido tarea imposible.
Pues eso, que los que añoraban decisiones unas, grandes y libres en un gobierno que hiciera olvidar la descentralización autonómica se han topado de bruces con que la Administración General del Estado carece a estas alturas de estructuras y, sobre todo, de prácticas recientes para manejarse ante semejante desafío. Y ha fallado con el estrépito de miles de afectos truncados, que es mucho clamor en las calles y en las casas que han pasado hospitalizaciones y ausencias. Cuando a uno le tienen que operar, no quiere solo que el cirujano se sepa de memoria los manuales de anatomía, quiere que tenga manos, que tenga experiencia habitual. Al Gobierno de la Nación le han faltado manos y pericia y le han sobrado protagonismos por partes iguales. Ha metido mano a la caja de los suministros sanitarios y en el coge la mascarilla y corre las ha juntado con las compras fake que un día conoceremos en detalle y las ha repartido con el desparpajo del que presume de lo que no hace y tiene que ocultar lo que hace, que es retirar por escrito las que no servían para proteger a los que velaban por todos.
Vaya usted ahora a saber en cada caso en los hospitales de León y Ponferrada de dónde venía cada remesa del reparto del material inservible y traicionero, si del que tenía la Junta para otras condiciones, del que el Gobierno requisó a las autonomías, esta u otras, y lo repartió donde y como quiso, si de las compras fake del gobierno o de la compra fake de las autonomías …. Ya me perdí en las combinaciones y permutaciones del asunto en el momento en que se anunciaban aviones de cualquier sitio del mundo con material como para una boda.
Para los que reclamaban mando político único en España antes de esto, con la añoranza de cirujano de hierro, con la onda expansiva de las manifestaciones del 8 M, los estadios de fútbol llenos y las reuniones políticas de exaltación patriótica y tosecilla de Vistalegre, se han topado con la incómoda verdad de que las autonomías -con sus despropósitos, que de todo ha habido- han manejado con mejor pericia el conocimiento de las necesidades, los problemas y la gestión sanitaria cotidiana.
El problema ya no es de mandai uno, sino de mandai bien.