El hermoso lenguaje español, como reza el glorioso 'Himno a León', ha dejado de ser en todo el país la lengua vehicular del proceso de aprendizaje en la enseñanza, por mor de la nueva ley de educación (la LOMLOE), pergeñada por una ministra de cuyo nombre no quiero acordarme.
Pero la recordará la historia por este desprecio al idioma que hablamos cerca de 500 millones de personas en todo el planeta y que, ahora, se ve relegado a la categoría de una lengua más del Estado, simplemente.
Ya lo dijo Guillermo Cabrera Infante: «El español es demasiado importante para dejarlo en manos de los españoles». De algunos españoles, tendríamos, en justicia, que puntualizar.
Políticos, intelectuales y personalidades de uno y otro signo han clamado contra tal ataque desde el poder a la lengua de Cervantes. Y eso que no hay intervención o discurso que se precie en el Parlamento por parte de cualquier orador –incluido el docto presidente del Gobierno– si no trae a colación una cita del 'Quijote'.
Entre todos, el que fue vicepresidente del Gobierno con el PSOE del 82, Alfonso Guerra, tan locuaz como comedido últimamente, afirmando, en esta como en anteriores ocasiones, que lo que se ve en España en el campo del idioma no ocurre en ningún otro país del mundo. Ni rotular en el lenguaje oficial del Estado puede un comerciante en Cataluña.
Claro que estas cesiones a los partidos catalanes no son cosa nueva. Las inauguraron otros cuando de necesidad se trataba para recabar el concurso de sus imprescindibles votos, que nuestra ley electoral reparte por el sistema de cálculo proporcional de acuerdo a la llamada Ley D'Hont.
De los primeros en abrir la mano, Aznar, que hablaba catalán en la intimidad (también hablaba tejano a su regreso del rancho del presidente Bush). Y, en la misma línea política del entonces paladín de los 'descamisados' –«¡Dales caña, Alfonso!», coreaban las masas–, un expresidente no muy lejano, el vallisoletano afincado en León, Rodríguez Zapatero, a quien al entrar en escena llamaban 'Bamby'. «Un 'Bamby' que resultó ser de acero», decía Guerra. Ya le contestó entonces Francisco Umbral desde su columna en la contraportada del diario 'El Mundo' preguntándose secamente ¿para qué diablos quieren los niños un 'Bamby' de acero?
Poco le duró la euforia al exvicepresidente. Habían pasado aquellos tiempos en los que, cuando tuvo mando en plaza, para acudir a Sevilla a ver los toros, en lugar ir de con vara de mimbre cortando limones redondos, como Antoñito el Camborio, pidió (gratis total) para él y su pareja un avión Mystère de la recién recuperada Dirección General de Aviación Civil, porque no encontraba otra manera de salvar las largas colas de vehículos apiñados en la frontera portuguesa, de donde procedía. Y la hora de la corrida apremiaba.
La verdad, esta afición a los aparatos de vuelo tiene solera entre los suyos. El citado Zp tomaba el Falcon para irse de compras con su familia a la City, o sea, a Londres. Una ministra de su gabinete (la extremeña Trujillo) reclamó un helicóptero nada menos que por la picadura de un insecto en activo. Y don Pedro, que ahora lo tiene en usufructo, se lo suele llevar puesto. Sin embargo, en esto de los aviones, y sobre todo de los aeropuertos brindados al sol, algunos no podrían tirar la primera piedra.
Hablando de políticos del mismo signo, yo pediría a nuestro alcalde que enviase a la ministra de cuyo nombre no quiero acordarme, ahora por Navidad y como regalo de Reyes, una copia dedicada de nuestro himno local, para que se entere (con música, que amansa a las fieras) del hermoso concepto que tenemos en León del lenguaje español.