El marrón de Pablo Casado no es cosa menor, es cosa mayor, que diría su (homo) antecesor. Tiene un lío en general a la hora de pastorear y convencer a los votantes de derechas y de centro para que se vayan con él (Teodoro puede controlar el aparato en Madrid y en las provincias, pero eso no es la gente que va a las urnas).
Tiene Pablo otro problema en particular con la emoción de censura que empieza hoy. Supongo que le pasa como a W.C. Fields: «Yo estoy limpio de todo prejuicio. Odio a todo el mundo por igual» («empezando por mí misma», añadiría Joan Rivers). Vale, no será odio. Pero lo mismo le da Sánchez que Abascal a la hora de señalar.
Lo que pasa es que a España no le da igual, porque Abascal no es el que gobierna. En su discurso, Casado tendrá que dar a Sánchez y su recua, pero también a Vox. Tocará la flauta en el Hamelín que es el Congreso, con su parte de ratas y su parte de niños. Pero ni las ratas ni los niños se van a menear.