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Pedro Yagüe en el jardín del Cid, delante de la sede de Cruz Roja León. R.F.
Pedro Yagüe – Sin hogar durante siete años

«El peor momento era Navidad; rechazaba llamadas de familiares para evitar que supieran cómo estaba»

Este leonés recuerda cómo la crisis de 2008 le dejó sin trabajo y sin dinero «para pagar una habitación» hasta que decidió agarrarse a la mano de Cruz Roja para salir de la calle

Miércoles, 26 de noviembre 2025, 08:23

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Mantiene una mirada vidriosa, de aquel que tiene el recuerdo de haber llegado al fondo del pozo. Sin embargo, a medida que recuerda su evolución, ese pesar, esa timidez que le llevó a sentir vergüenza de ser reconocido en la calle, va iluminando su cara y sonríe. Se suelta, incluso hasta el punto de asesorarnos durante el reportaje y guiarnos el camino.

De entrada nos para los pies. «Antes de que empieces, quiero que veas esto». Nos enseña una imagen de dos brazos agarrándose, uno sumergido y otro fuera del agua. «¿Qué te dice esa foto?», nos pregunta. Respondemos y nos asiente: «Si te echan una mano, acerca la tuya para salir de los problemas».

Así fue como Pedro Yagüe logró salir del fondo de su pozo vital. Un espacio en el que cuando hacía sol, pasaba calor; cuando llovía intentaba buscar cobijo; y cuando hacía frío, no tenía dónde meterse. Entre 2011 y 2017, este leonés vivió en la calle, a sus 50 años, cuando «las vueltas de la vida» le llevaron a desistir y quedarse en la indigencia.

Evitar ser visto en la calle

Tras muchos años ocultándose, evitando ser visto y huyendo de aquellos que se dirigían a él cuando pedía limosna, encontró el brazo que necesitaba en una cruz de color rojo que le llevó café y caldo. «Me han ayudado mucho. Me tendieron la mano y yo tendí la mía. Ahora estoy fuera, relativamente, de todo esto», reconoce delante de ese equipo de Cruz Roja León al que se agarró.

Su otra «cruz» empezó cuando tenía 50 años. Trabajó en el campo y en algunos ayuntamientos. Llegó el momento de quedarse en el paro y tenía «muchos años» para seguir trabajando, o eso le insinuaban. «Llegó el momento en el que te preguntas, ¿y ahora qué?». Y su respuesta fue irse a vivir a la calle. En 2011 empezó a dormir en la calle porque la paga que tenía «no me daba para pagar una habitación».

Y ante la pregunta de si hay algo bueno de estar en esa situación, responde que «aprendes muchas cosas». Sin embargo, «por desgracia», tuvo que pedir limosna y ahí recibió «dardos» que le hirieron el alma. «Te fijas en la gente, en los comentarios, en cómo te miran, las preguntas que te hacen... y a mí eso no me gustaba».

A esta experiencia sumaba su pensamiento constante en la familia para que no le vieran en esa situación. Su peor momento era la Navidad; estaba en la calle y «no podía» ir con su familia. «He llegado a negarles llamadas para que no supieran cómo estaba». Recuerda como anécdota el día que su hermano, transportista de autobuses, cambió el destino -y también el suyo- para ir a verle. «Intenté que me viera bien para que no se preocupara por mí. Me arreglé un poco y a partir de ahí retomé el contacto con la familia».

Todo ello le llevó a recapacitar e «intentar vivir» con lo poco que tenían. Empezó a reconstruirse y se empezó a acercar a esa furgoneta que recorre las calles de la ciudad prestando algo caliente y una buena conversación a todas estas personas. «Al principio te cuesta un poco expresar tus circunstancias porque hay timidez. Te van dando confianza y les explicas tus problemas». Y así encontró la cuerda para agarrarse y salir del pozo.

Guiomar Fernández, técnico; Carmen, voluntaria; y Pedro Yagüe, usuario del programa para personas sin hogar. R.F.

En Cruz Roja ha encontrado «casi todo» lo que necesitaba para dejar la calle. Le han ayudado -y ahora les ayuda él, como colaborador-. Empezó yendo al Centro de Higiene y poco a poco fue dejando atrás la dureza de ser un sin techo. «Un día en la calle es muy triste; en días de frío, a veces no tienes dónde meterte; si hace calor, pasas calor; y cuando llueve, intentas ir donde no te mojes».

A través del programa social de Cruz Roja pudo coger una habitación y ahora lleva ocho años compartiendo piso, cumpliendo unas normas y aceptando que «cada uno es como es». «El dueño me quiere mucho, nunca le he dado guerra y siempre he cumplido con todo», matiza. Ahora cobra 800 euros de pensión, después de 40 años cotizados, una cantidad que, al menos, le ha permitido dejar la calle.

A los que están en la situación que él atravesó durante siete años, les aconseja que «tiren para adelante, que intenten salir, que se dejen ayudar». Un mensaje que deja a los jóvenes y también a los mayores. «Conozco a muchos y hablo diariamente con ellos, voy al comedor social con ellos, pero cada uno tiene su historia». Y su último mensaje es para todos ellos, felicitando, «aunque sea pronto» una dura Navidad en la calle: «Que noten el calor de los demás, que sientan que no están solos. Las navidades deberían ser todo el año y no nos deberíamos acordar de ellos solo esos días».

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