Pánicos morales y emociones politizadas
¿A favor o en contra de la descarbonización energética? ¿Debemos aspirar a la igualdad efectiva? ¿Tienen los muy ricos que pagar más impuestos?
José Manuel Diez Alonso
Miércoles, 23 de julio 2025, 19:43
¿A favor o en contra de la descarbonización energética? ¿Debemos aspirar a la igualdad efectiva? ¿Tienen los muy ricos que pagar más impuestos? Nuestra respuesta a cada una de estas preguntas es una valoración que los psicólogos sociales llaman actitud, y a cualquier cosa que evaluemos le llamamos objeto de actitud. Estamos predispuestos para evaluar el mundo y cuando esas evaluaciones incluyen no sólo preferir una cosa a la otra, sino distinguir entre lo correcto y lo incorrecto, entramos en el ámbito de la moral, no de lo que es, sino de lo que debería ser.
Crear sociedad y cultura para vivir conlleva diferenciar lo deseable de lo indeseable, lo prescrito, lo prohibido y lo permitido. En palabras del antropólogo Ángel Díaz de Rada, la existencia de un orden moral «obedece a preferencias imaginadas e imaginables, deseadas y deseables, es decir, a mundos aún no realizados». Las convenciones morales «se expresan y se comunican como formas de acción».
Hipermoralizar y sobresignificar
La sombra del moralista es alargada y se extiende tanto a los sesudos escritos de los filósofos como a los púlpitos cotidianos de la vida ordinaria. Cuando el juicio moral no se limita al objeto que evaluamos, sino que contamina la supuesta esencia de las personas y los grupos, es pertinente hablar de hipermoralización. Así, algo no sólo es bueno o malo en una situación dada, sino en todo momento, y sus consecuencias y bondades o maldades desbordan sus propios límites. Andar en bici, seguir voluntariamente una dieta restrictiva, hacer ejercicio con regularidad, votar en unas elecciones, tener o dejar de tener relaciones sexuales y con quién y de qué manera. Hipermoralizamos cuando no sólo valoramos esas acciones como correctas o incorrectas, sino cuando juzgamos a las personas y grupos como esencialmente buenos o malos. Conducir un coche a gasolina y comer un chuletón al punto nos puede arrojar al infierno de los defensores más acérrimos de lo ecofriendly; tener un color oscuro de piel y hablar una lengua extraña pueden activar en los guardianes del nativismo el racismo y la xenofobia.
Al tiempo que impregnamos de moral nuestras vidas y relaciones, los humanos somos máquinas de significar. Cargamos de significado casi cualquier cosa: objetos, experiencias, palabras y relaciones. Una palabra no es solo un significante, un gesto no es sólo un movimiento del cuerpo, un alimento no es sólo un conjunto apetecible de nutrientes. Una palabra nos puede condenar, un gesto delatar, un alimento convertido en tabú poner en riesgo nuestra reputación. Sobresignificamos y sobreinterpretamos cuando el significado que añadimos parece cobrar vida propia, independiente del objeto. Cuando beber vino no es sólo degustar un caldo, sino acceder a toda una cultura milenaria; cuando el vestido de una presentadora en Nochevieja es un alegato a favor o en contra del feminismo; cuando adjudicamos a los animales, en especial a los convertidos en mascotas, cualidades, no ya humanas, sino propias de nuestro grupo sociocultural.
Pánicos morales
El sociólogo Stanley Cohen acuñó en los años 70 el concepto de pánico moral, una reacción exagerada de un grupo humano ante lo percibido como una agresión que amenaza el orden social. El pánico moral puede ocasionar conductas violentas y alcanza picos de alta emotividad. Los medios informativos y las redes digitales son vías de creación y amplificación de pánicos morales. La antropóloga mexicana Marta Lamas, a propósito de la epidemia de acoso en las universidades estadounidenses desde finales de los 80 del siglo XX, describe el pánico moral como «una reacción inapropiada de la sociedad ante cuestiones menores, e implica un miedo desproporcionado ante el peligro real de que ocurra lo que se teme».
Si Cohen elaboró su concepto estudiando el mundo juvenil y pandillero de los 70, hoy es lícito identificar esferas socioculturales proclives al desarrollo de los pánicos morales, como la sexualidad -Marta Lamas habla de pánico sexual-, las migraciones o las innovaciones tecnológicas. Así, no es difícil oír y leer cómo la digitalización socava nuestras capacidades cognitivas, la llegada de migrantes amenaza la civilización occidental y la recreación de identidades de la mano de la diversidad sexual hace temblar los cimientos del orden social y familiar. Ahora me interesa destacar cómo se barajan la sobresignificación, la hipermoralización y los consecuentes pánicos morales en la arena política, aislando uno de los componentes de las actitudes: las emociones.
El giro afectivo
Cuando evaluamos cualquier cosa ponemos en juego una serie de experiencias, de creencias y conocimientos. Es decir, en toda actitud hay un componente cognitivo -qué pensamos-, uno conductual -qué hacemos- y otro afectivo -qué sentimos-, que se ponen en juego de manera variable y que en muchas ocasiones entran en conflicto: sé que fumar es malo para mi salud -cognición-y, sin embargo, sigo fumando -conducta-.
Ausentes -o camufladas- durante largo tiempo de las ciencias sociales, las emociones siempre habían estado ahí. Chantal Mouffe es una de las teóricas del populismo de izquierdas. Para superar el racionalismo imperante, tanto en el liberalismo de raíz ilustrada como en el marxismo, confronta la supremacía analítica y moral de la razón y enfatiza el valor de los afectos en política. Mouffe, para contrarrestar esa desafección llamada pospolítica, defiende una visión agonística que movilice los afectos en democracia, mediante la reafirmación de la oposición izquierda/derecha y la transformación del antagonismo, donde el rival es un enemigo, en agonismo, donde el rival es un adversario. Así, en su crítica al socialismo científico y al materialismo histórico más ortodoxo, defiende la movilización de las pasiones -afectos comunes que crean identificaciones nosotros/ellos-, que la autora distingue de las emociones -individuales-. Es lo que Mouffe llama giro afectivo.
La emoción y el poder del Estado
Sin embargo, hay formas menos virtuosas de movilizar las emociones en política. La socióloga israelí Eva Illouz, que ha dedicado gran parte de sus trabajos a descifrar el importante rol de las emociones en el capitalismo tardío, identifica cuatro que se han puesto en juego en la arena política del estado de Israel: el miedo, el asco, el resentimiento y el amor. Las políticas públicas moldean los afectos de la población para legitimar las acciones del poder político. Tanto es así que Illouz escribe que «Israel puede verse como paradigma de un estilo político nacionalista y populista que se ha difundido por todo el mundo». La manipulación emocional alimenta la sensación de pánico moral y activa mecanismos de amenaza existencial que hacen posible lo que de otra forma parecería inimaginable: legitimar la ocupación territorial, el desplazamiento de poblaciones y el asesinato masivo de palestinos. Escribe Illouz que «si el miedo es la emoción privilegiada de los tiranos, el asco es la emoción privilegiada de los racistas». En el estudio de caso de la misma sociedad en la que vive, la deshumanización del adversario por parte de las elites estatales, visto como un enemigo, abre camino al genocidio, a la expulsión y la destrucción del otro. Con estas y otras prácticas se exacerba la dicotomía del endogrupo frente al exogrupo, de nosotros frente a ellos, y se cavan trincheras ante las que sólo cabría situarse de un lado o del otro.
Asistimos a frecuentes performances sobreactuadas por parte de influyentes actores políticos y mediáticos que se valen de una moral hipertrofiada, de la sobresignificación y de una exacerbada emocionalidad para crear y consolidar hegemonías y legitimar intereses, posiciones ideológicas y políticas de exclusión, lo que provoca que los conflictos se desborden y estén en condiciones de inflamar los mundos sociales que habitamos.
Para saber más:
Stanley Cohen: Demonios populares y pánicos morales (Gedisa editorial 2015).
Ángel Díaz de Rada: Píldoras antropológicas (Canal UNED) Canal UNED - Píldoras antropológicas
Elena Gaviria, Isabel Cuadrado y Mercedes López (coords.): Introducción a la psicología social (Editorial Sanz y Torres, 2009).
Eva Illouz: La vida emocional del populismo (Kazt Editores 2023).
Marta Lamas: Acoso. ¿Denuncia legítima o victimización? (Fondo de Cultura Económica 2018)
Chantal Mouffe: El poder de los afectos en la política (siglo xxi editores 2023).
José Manuel Diez Alonso, Lcdo. en Antropología Social y Cultural, es también autor del poemario Las puertas vacías (Aliar ediciones 2024).