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El cuadro de Balthus, 'Teresa soñando'.

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El cuadro de Balthus, 'Teresa soñando'. Balthus

No poses tu sucia mirada sobre Balthus

El Thyssen ofrecerá una gran muestra que incluirá 'Teresa soñando' entre las 47 obras maestras más allá del cliché de pintor de niñas y gatos

Miguel Lorenci

Rossinière (Suiza)

Domingo, 18 de noviembre 2018, 18:56

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La limpieza o la obscenidad están en los ojos del espectador, nunca en la obra. Así lo cree Setsuko Ideta, viuda de Balthus, el genial pintor francés de origen polaco cuyas retratos de ninfas ensimismadas escandalizan a las miradas mas inquisitoriales que se posan sobre ellas. Hija y nieta de samuráis, Setsuko es la guardiana de la memoria de Balthasar Klossowski de Rola (1908-2001), Balthus, un gigante de la pintura del siglo XX y de quien el museo Thyssen ofrecerá en febrero una muestra que supere su cliché como pintor de ninfas y gatos.

En Rossinière, un paraíso alpino del cantón de Vaud, entre Montreux y Gstaad, está el Grand Chalet, la sede de la Fundación Balthus. La construcción de madera más grande y antigua de Suiza es la vivienda de los Balthus, donde falleció el único pintor que en vida tuvo obra en el museo Louvre. Allí sigue el taller donde creó su obra de madurez y donde su viuda cultiva su memoria.

Es una impresionante y robusta edificación alzada en 1754 que desafía el paso del tiempo. Fue casa de hospedaje en los tiempos del Grand Tour, y por sus habitaciones, más de 40 dependencias en cuatro plantas, pasaron adinerados viajeros, aristócratas y escritores como Goethe, Víctor Hugo y Voltaire. Balthus la descubrió en los años setenta y decidió que sería suya. Dio carta blanca a su agente y un par de lienzos engrasaron la compra en 1977. Con 20 metros de altura y 113 ventanas, esta casa con aire de templo taoista ha sido lugar de peregrinaje de Giacometti, Fellini, el Dalai Lama, David Bowie, Bono o Richard Gere.

Sestsuko Ideta posa en uno de los salones del Grand Chalet.
Sestsuko Ideta posa en uno de los salones del Grand Chalet. M. Lorenci

Ojos limpios

A Balthus no le preocupaban las críticas que tildaban de obscenos sus cuadros. «Si se miran con ojos limpios, de verdadero amante del arte, no pasa nada, decía. El juicio de los demás no le importaba. Pensad lo que os de la gana, os dejo vuestra opinión, repetía», explica Setsuko en el abigarrado taller en el que la pareja pasaba horas y horas cada día y en el que todo sigue como quedó a la muerte del pintor. «Aquí está su respiración, su esencia,», dice su viuda. Achaca la controversia sobre sus cuadros, «a la raíz de de la cultura cristiana». «En mi cultura animista el sexo consentido es maravilloso y aquí parece un problema. Es arte y como tal hay que mirarlo», dice Setsuko, que posó desnuda para Balthus, para quien «pintar era para como rezar».

Ahí siguen sus gafas, sobre una mesa madera ajada y salpicada de pintura, el cenicero plagado de colillas, el mortero de alabastro en el que Setsuko preparaba los pigmentos, los pinceles, paletas, botes y el desvencijado sillón desde el que Balthus juzgaba su óleos, confrontado a su última tela inacabada. «Es el último lugar donde sentí el aire de Balthus», reitera su viuda.

Setsuko Ideta, viuda de Balthus, es la guardiana de su memoria en su casa estudio de los Alpes

Aquí pintó Balthus algunas de las apenas 350 pinturas que lentamente concluyó en toda su vida -20 cuadros en 20 años- nada comparado con las 15.000 de Picasso, las 5.000 de Renoir o las 4.000 de Monet. Sólo pintaba a la luz del día, reconocía influencias de Goya o Zurbarán. «Aquí eligió morir», dice Setsuko. «Volvió a casa del hospital con gotero y respirador. Quería estar conmigo y con Harumi, nuestra hija. Miró este cuadro con la intensidad de siempre y dijo 'hay que seguir'. Ese mismo día entró en coma. Murió la mañana siguiente».

Su obra mas conocida es hoy 'Teresa soñando' (1938). La cría que deja ver su lencería en plena ensoñación ha sufrido los embates de la corrección política. Este retrato de Thérèse Blanchard, su vecina de once años, escandalizó a los más pacatos cuando se expuso en el Met de Nueva York. Casi 10.000 firmas pidieron su retirada. Es una de las estrellas de la muestra que acoge la Fundación Beyeler en Basilea, donde se recogen comentarios y no hay protestas. Será una de la 47 piezas maestras de Balthus que viajarán al Thyssen.

En una soleada y clemente tarde de otoño, las vacas pastan plácidamente en los prados que rodean la casona. Setsuko luce un elegante y valioso kimono de tonos pastel. A sus 75 años conserva una serena belleza, resaltada por su elegancia y simpatía extrema. En su dulce francés, ofrece a sus visitantes té y hospitalidad. Pintora, embajadora de la Unesco, escritora y columnista, abre su casa sin restricciones. Una sucesión de salones atiborrados de obras de arte, recuerdos, fotos de su amigo Cartier-Bresson, el taller donde ella pinta y hace esculturas de Harumi. En la cocina ronronean gatos de tamaño formidable, como los que aparecen en los lienzos de Balthus -le llamaron 'el rey de los gatos-, que conviven con perros apacibles.

Las gafas y el cenicero del pintor en su estudio de los Alpes.
Las gafas y el cenicero del pintor en su estudio de los Alpes. M. L.

Flechazo

Atiende un mayordomo filipino que cambió Barcelona por este alto valle alpino y que lleva cuatro años en el magnifico caserón. «Aquí gano un buen dinero», dice mientras sirve tres tipos de té y bizcocho casero. Setsuko reparte sonrisas y el humeante brebaje en tazas de porcelana japonesa. Ruega a sus invitados que prueben una de las infusiones con supuestas propiedades anticancerígenas mientras desgrana anécdotas sobre su vida junto a Balthus. Se conocieron en Kioto en 1962. Ella tenía 20 años y era traductora. El tenía 54 y había viajado a Japón colocado por André Malraux al frente de una embajada cultural. El flechazo fue inmediato. Él se divorció y ya no se separarían jamás.

Balthus era el apelativo familiar del presunto conde Klossowski de Rola. Nacido en París, hijo del historiador y crítico de arte Erich Klossowski y de Elisabeth Dorothea, Baladine, que sería amante de Rilke, poeta de gran influjo en Balthus. «Era bastante mentiroso y arrogante», coinciden Juan Ángel López-Manzanares, comisario de la exposición del Thyssen, y Guillermo Solana, director del museo con el único Balthus en una colección española. «Siempre mistificó sus orígenes, se arrogó un pátina aristocrática y censuró su biografía. Es más que dudoso que fuera conde, como decía, pero no dejó nunca de fantasear sobre su ascendencia», explican.

La muestra de la Fundación Beyeler es espectacular. Están todas las grandes pinturas de Balthus y casi todas las que viajarán a Madrid. «Es la demostración de que Balthus va mucho más allá de su estereotipo como pintor de niñas y gatos», promete Raphäel Bouvier, conservador de la Beyeler. En ambos casos faltará 'La lección de guitarra', escena lésbica deliberadamente explícita y provocadora y que etiquetó a Balthus como artista erótico.

Los restos de Balthus descansan a unos cientos de metros del Grand Chalet, al lado de la capilla laica que Rossinière ha consagrado a su memoria y donde se pasa un vídeo de Win Wenders en alta definición entre vitrinas con sus paletas, sus pinceles y archiperres de pintor, junto a una pequeña biblioteca.

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