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Donald Trump.
Trump solo logró el 8% del voto negro y el 28% del hispano

Trump solo logró el 8% del voto negro y el 28% del hispano

El republicano se llevó a los menos educados, a católicos y evangélicos, a los que viven en suburbios acaudalados y zonas rurales, a los que creen que los inmigrantes deben ser deportados y, sobre todo, al 79% de los que creen que su situación económica es peor ahora que hace cuatro años

Mercedes Gallego

Jueves, 10 de noviembre 2016, 01:29

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La Gran Manzana es famosa por el paso rápido e indiferente de sus peatones, enfrascados en sus propios asuntos. Ayer, sin embargo, fue el día en que los neoyorquinos lloraron juntos en el metro y se miraron a los ojos al cruzar la calle, porque por una vez todos compartían la misma preocupación. En el semáforo, la mujer al volante de una furgoneta se sintió aludida por la mirada lastimera. Aspiró profundamente su cigarro y bajó la ventanilla. «A mí no me mires, yo no voté por él», atajó con los ojos rojos. «¿Cómo podemos ser tan estúpidos los americanos? Vamos a una guerra mundial, ya verás. Sólo quiero llorar».

La pregunta quitó el sueño a muchos estadounidenses y tenía perplejo al mundo. Había dos maneras de contestarla. Una, echarse a la carretera y recorrer esos Estados industriales de los Grandes Lagos en los que la desindustrialización ha dejado a millones de ciudadanos resentidos con la clase política que firma los tratados comerciales. El libre comercio, que ha sido la piedra angular de EE UU desde la revuelta del Té, acaba de ser condenado en las urnas por llevarse a China y a México los trabajos que hicieron grande a la clase media. Ohio, Pensilvania, Michigan y Wisconsin, que han sido la base obrera del Partido Demócrata, se han echado en brazos de Trump. Creen que si hay alguien capaz de romper los tratados existentes, castigar con impuestos desorbitados a las empresas que producen fuera y plantar en la mesa a los líderes globales, ese es Donald J. Trump, el irreverente multimillonario de 'reality show' al que han elegido nuevo presidente de EE UU.

La otra es analizar las encuestas a pie de urna, que no supieron predecir su aplastante victoria. En estas se revela que la América blanca sigue estando al frente del poder en EE UU, por mucho que se insista en su diversidad cultural. El 70% de los que votaron el martes eran blancos, que se inclinaron mayoritariamente por Trump. Los latinos en los que Hillary Clinton había confiado para darle la victoria representaron sólo el 11% del electorado. «Si no te involucras no tenemos democracia», reclamaba con una pancarta Ariel Kavoussi, una actriz de 27 años que en la madrugada del miércoles apagó la tele y se plantó frente al Hotel Hilton donde Trump celebraba su victoria, para recordar a sus conciudadanos por qué se había convertido en presidente.

La autopsia que hizo el Partido Republicano de la derrota de Mitt Romney en 2012 determinó que, en un país donde las minorías crecen, la formación conservadora no podría volver a tomar el poder si no conquistaba a hispanos y afroamericanos. Trump les ha demostrado que pueden ganar a lo grande aferrándose a valores racistas y proteccionistas que fueron abanderados oficialmente por el periódico del Ku Klux Klan. El magnate sólo se llevó el 8% del voto negro y el 28% del hispano, este último concentrado entre las comunidades cubanas y venezolanas que no llegan como ilegales sino como asilados políticos. Son estos hispanos los que entregaron Florida al magnate.

Trump se llevó a los menos educados, a católicos y evangélicos, a los que viven en suburbios acaudalados y zonas rurales, a los que creen que los inmigrantes deben ser deportados y, sobre todo, al 79% de los que creen que su situación económica es peor ahora que hace cuatro años.

La ironía es que, a pesar de barrer la mesa con los votos del colegio electoral que asigna cada Estado, Clinton fue el martes la candidata más votada. Se une así al también demócrata Al Gore en la ironía de perder las elecciones pese haber tenido más votos. A la candidata de 69 años que soñaba con romper el techo de cristal para todas las mujeres le costó aceptarlo. En la madrugada del miércoles su jefe de campaña John Podesta despidió a los seguidores que habían esperado toda la noche entre los cristales del Jacob Javit Center a que ella los hiciera saltar por el aire. Podesta dijo que esperarían hasta que se contase el último voto, pero hora y media después a la ex secretaria de Estados le ganó la responsabilidad y llamó a su rival para concederle la victoria. Detrás quedaron abrazados y entre sollozos los que soñaron con verla convertida en la primera mujer presidenta.

     

«Esto es doloroso»

«Siento que no hayamos ganado, por los valores que compartimos y la visión que tenemos de este país», les confesó ayer, cuando al fin sacó fuerzas para reaparecer digna y sonriente. Por un momento se le atragantó la voz al reconocer que «esto es doloroso y tardará tiempo» en pasar, pero le salió de nuevo la fuerza cuando advirtió a sus seguidores que «aunque esta derrota duela, nunca dejéis de creer que vale la pena luchar por lo que es correcto».

Muchos hombres habían admitido que no podían votar por una mujer para comandante en jefe. El 96% de los que votaron por Trump cree que el magnate ejercerá mejor ese papel, pero aunque Clinton no haya logrado romper el más alto techo de cristal «algún día alguien lo hará», prometió a las mujeres que votaron mayoritariamente por ella. «A las niñas que están viendo esto, nunca dudéis de que sois valiosas y poderosas, de que merecéis cada oportunidad que haya en el mundo para alcanzar vuestros propios sueños».

Su rival, ese presidente electo para el que pidió a sus seguidores «una mente abierta y la oportunidad de liderar», también leyó en un hotel cercano el discurso que tenía preparado en caso de ganar. No era lo que más esperaba su campaña, que hasta vencer en Florida a la 1.30 de la madrugada no empezó a creer que saldría triunfante. El Trump conciliador del 'telepromter', que ya no pedía encarcelar a Clinton sino que le rendía gratitud por una vida de servicio público, apaciguó a los mercados con sus buenas palabras y deseos de unir al país. «Ahora es el momento de cerrar nuestras heridas y unirnos. Seré un presidente para todos e incluso pediré opinión a los que no habéis votado por mí. Arreglaremos los extrarradios, reconstruiremos las autopistas, los túneles, aeropuertos, escuelas y hospitales. Pondremos a millones de personas a trabajar».

Gracias a eso repuntaron ayer los mercados, que inicialmente cayeron hasta 800 puntos en Futuros, pero tan pronto como el nuevo presidente electo terminó con el 'telepromter', se le acercó un periodista de Al-Yasira que se encontró con el Trump de la campaña: «Estáis acabados», le amenazó, sin más explicaciones.

Consternado, el portavoz de la Casa Blanca Josh Earnest se atrevió a decir ayer que el nuevo presidente «tiene muchas preguntas difíciles que responder y retos que afrontar». Obama ha instado a su personal a cooperar con el ganador con la misma profesionalidad y elegancia que recibió del equipo de George W. Bush hace ocho años para asegurar una transición pacífica. El mandatario que puso en juego su legado y apostó a que su país no votaría «por alguien que se abre paso insultando a la mitad de la población» tendrá que recibir hoy a su sucesor para mostrarle el Despacho Oval y transferirle el 20 de enero los códigos que acompañan a la maleta nuclear. Esa que dijo ser demasiado peligrosa como para ponerla en manos «de alguien a quien se puede picar con un tuit».

Hartos del sistema

Su equipo le escuchaba cabizbajo, apoyado en las columnas de la Casa Blanca entre las que pueden perderse los esfuerzos de estos últimos ocho años, pero Obama les recordó que lo que buscaban no eran las mieles de un lugar en la historia, sino el bienestar del país. «Le dejamos un país más fuerte y mejor del que existía hace ocho años», aseguró, «y cada uno de los que están en mi equipo debe sentirse extraordinariamente orgulloso de ello».

El candidato del optimismo que se empeñó en ver en su pueblo «los mejores ángeles» falló al calcular el hartazgo con el sistema y la frustración de una clase media menguante entre la que el 65% espera dejar a sus hijos una vida peor. En lo único que acertó fue al decir que, cualquiera que fuese el resultado, «al día siguiente saldrá el sol». Hasta en eso, ayer llovía en Washington, pero el Obama pragmático estaba dispuesto a creer que prevalecería el Trump conciliador de su discurso de victoria, por calmar las ansiedades de un país estremecido. «A veces se pierde una discusión, a veces unas elecciones, así es la democracia. El camino que este país ha tomado nunca ha sido una línea recta. A veces nos movemos de forma que algunos sienten que avanzamos, y otras que retrocedemos».

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