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Los mitos del Wikiperiodismo

Juan Luis Cebrián

Miércoles, 13 de septiembre 2017, 12:22

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En 1778, James Cook, el navegante más famoso de su época, desembarcó en el archipiélago hawaiano. Sus habitantes eran poseedores de un idioma cantarín, casi musical, sin expresión escrita y absolutamente ininteligible para el marino y su tripulación. A fin de procurar entenderse con los indígenas, Cook y sus hombres transcribieron los fonemas del olelo y construyeron una lengua con doce consonantes y especiales signos de puntuación. El empeño fracasó y los aborígenes comenzaron a usar una jerga local, trufada de vocablos aparentemente ingleses, una especie de creole hawaiano con el sonido dulzón y danzarín al que estaban acostumbrados. Así nació el término ‘wiki’, deformación del ‘quick’ o el ‘quickly inglés’, con el que se incitaba al prójimo a ser eficaz y rápido en unas latitudes donde el clima y el ambiente incitaban a la galbana. «¡Wiki, wiki!», «¡deprisa, deprisa!».

En 1994, Ward Cunnigham, creador de la wikiweb, llamó así a la página de internet en la que proponía un sistema que permitía intervenir a los usuarios en el contenido al que accedían, mediante un programa sencillo de usar. Los wikis sirven para elaborar documentos colectivos. El más famoso de los que han generado es la Wikipedia.

Cuando comencé a ejercer el periodismo, el grito de guerra que cualquier aspirante a estrella de la profesión soñaba con dar era «¡que paren las máquinas!». Llegar antes consistía en uno de los mandamientos de la ley de piedra de nuestra profesión. ¿Qué sentido tiene ahora imaginar nada semejante cuando la información es instantánea y se ha convertido en un bien mostrenco? Algo al alcance de todos, en cualquier momento y lugar. Nuestros lectores ya conocen las informaciones que les interesan cuando abren el periódico, y no solo eso: han discutido sobre ellas; han participado en debates, a través de tuits, wasaps o ese eme eses; han sucumbido a decenas, cientos de tentaciones de las miles que compiten con las pobres sugerencias que les hacemos, paseándose por un ecosistema complejo y gigantesco que permite acceder al conocimiento universal y participar de su elaboración.

Así que los periodistas nos dirigimos hoy a un tipo de lectores muy variado y disperso, de difícil lealtad, incapaces de ser identificados solo o primordialmente como usuarios de un periódico concreto, cuyo comportamiento es también volátil y diferente según los terminales que utilice en cada momento. Para los nostálgicos, los clásicos, los espíritus más evolucionados y los amantes de educar a su perro amenazándole con un periódico plegado, seguirán estando las ediciones en papel, mientras haya redes de distribución y puntos de venta. Ocuparán en el universo mediático e intelectual el espacio que en el comercial tienen las boutiques de lujo, las marcas de alta gama y, en definitiva, el sentimiento elitista y aristocrático que Platón reclamara para encomendar el gobierno de la polis a los mejores.

Pero alguien debe ejercer el liderazgo, en la sociedad digital como en la analógica. El populismo reinante, nacido como reacción al absolutismo burgués, no ha de perdurar mucho tiempo. Aunque los ciudadanos aman la libertad de elegir, les cansa hacerlo a cada minuto. Sin ellos saberlo, las máquinas les están sustituyendo en sus voliciones, independientemente de que sigan creyendo en el mito de que la red propala una libertad absoluta. Asistimos así a una lucha entre los valores de la Ilustración, sobre los que se construyó el antiguo régimen, y los que se derivan de la identidad, que la personalización de la sociedad digital promueve. La amenaza de pérdida de esa identidad en el océano proceloso de la red permite a los embaucadores más avispados alzarse con el santo y la limosna. Los medios de comunicación han sido siempre fabulosos creadores de mitos, y el wikiperiodismo es capaz de fabricarlos por toneladas, de manera inmediata y a escala planetaria. Por eso la labor del periodismo responsable, del periodismo a secas, es contribuir a desmontarlos.

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