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Carné de veterianrio de Miguel Cordero del Campillo.
Miguel Cordero: el trabajo sin fin y la anécdota de la gallina

Miguel Cordero: el trabajo sin fin y la anécdota de la gallina

Conocedor de cinco idiomas, amante del trabajo diario hasta el último día de su vida y entregado a la investigación y a la familia, así era el humanista leonés por excelencia

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León

Miércoles, 12 de febrero 2020, 12:03

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«¿A qué ha dedicado su vida? A estudiar, sobre todo a estudiar, y claro, al trabajo y a la familia»

Una singular entrevista realizada por Elena Cordero a su abuelo, Miguel Cordero del Campillo, evidenciaba los vínculos laborales y familiares de un humanista clave en la historia de León

- ¿A qué ha dedicado su vida?

- A estudiar, sobre todo a estudiar, y claro, al trabajo y a la familia.

Es la respuesta de Miguel Cordero del Campillo a su propia nieta, Elena Cordero, en una entrevista para una publicación de su centro docente.

Preguntas más o menos inocentes para un humanista enorme que reconocía que pese a su jubilación acudía cada jornada a su despacho en la Universidad de León. «Leo, escribo, converso con estudiantes y profesores y en eso paso la mañana», aseguraba.

Campillo recuerda a su nieta que su actividad educativa y profesional le había obligado a recorrer el mundo entero al mismo tiempo que le hizo residir en Estados Unidos, Inglaterra y Alemania.

- ¿Cuantos idiomas sabe?, le pregunta su nieta

- Saber, saber, español. Me manejo bastante bien en inglés y alemán y me defiendo, para leer y comprender cuando me hablan, en francés y en portugués. Por último, leo con soltura el latín.

En el transcurso de la entrevista reconoce su orgullo por el camino recorrido a nivel personal y educativo, por ese trayecto que él mismo definía como «de estudiante a rector».

«He tenido una vida completa. Me han salido las cosas bien: de estudiante a rector. Y por supuesto, la familia: la abuela, los cinco hijos, las nueras y yernos, los nietos que me entrevistan», aseguraba.

Una deliciosa entrevista que finalizaba con una singular cuestión.

- ¿Podría contarnos alguna anécdota de su infancia?

- Entonces nos gustaban mucho las películas de vaqueros y claro yo me hice mis armas. Por un lado cogí un hacha y me dediqué a afilarla. Un día estaba subido en un fresno que había en la plaza del pueblo, cuando una vecina me recriminó que había roto una rama y que se lo iba a decir al presidente. Yo, asustando, me tiré del árbol y al caer el hacha me hizo un corte en el brazo del cual aún conservo la cicatriz. La otra arma que fabriqué con las varillas de un paraguas viejo fue un arco. Tenía buena puntería y un día una gallina que no quería entrar al gallinero se convirtió en mi diana, con tan mala suerte que le acerté y la maté. Me la cargué en un doble sentido porque al día siguiente nos la comimos y porque me zurraron bien.

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