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Ruta asiática

Ruta asiática

Llegan de China casi en exclusiva, con escala en países árabes donde las quieren por poco tiempo, y son recluidas en pisos francos donde viven, son explotadas y drogadas por sus madamas

Domingo, 6 de octubre 2019, 11:54

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La chica, menor de 25 años y origen chino, llevaba un pulcro y minucioso diario de los días de tormento en el piso donde la obligaban a ejercer la prostitución en Madrid. Dormía hacinada con otras mujeres de su misma nacionalidad en el sótano del edificio. Llegó a España en avión. Primero la obligaron a prostituirse en Dubái pero allí las quieren por poco tiempo. Aseguraba en sus apuntes, que requisó la policía en una operación contra la trata china, que se había endeudado en su país de origen, y que para pagar esas deudas aceptó un trabajo de cuidadora de niños chinos en el extranjero Después de viajar, su deuda sólo era pagable con la prostitución. La madama le daba metanfetaminas y otras drogas.

El lugar de origen de la ruta asiática es siempre China, sobre todo las zonas más deprimidas del país. La explotación de las mujeres había sido semiclandestina y sólo para hombres chinos hasta el «auge» del negocio, gracias a varias «campañas de marketing». Ahora los «clientes son de cualquier nacionalidad». Las víctimas entran a España por aire, en vuelos directos o con escala larga en otros países de tránsito. Dirigida por una quincena de grupos criminales de estructura piramidal que responde a un jerarca en el país de origen, la trata se basa en la captación engañosa y la servidumbre por deudas.

Las rutas de la esclavitud sexual

Las chicas son acompañadas en todo momento por alguien de la trama y al llegar son despojadas del pasaporte y alojadas en viviendas que cuentan con vídeo vigilancia. Están bajo la supervisión de una «controladora». Además de la violencia física, vencen su voluntad con drogas. El año pasado han sido investigadas 119 mujeres y 102 hombres chinos como presuntos miembros de estas redes. Como la víctima del diario, las prostitutas chinas viven y son explotadas en pisos particulares de las ciudades españolas que, al contrario que los clubes de carretera, las invisibilizan.

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