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Fotografía oficial de la familia real británica tomada tras la boda de Meghan Markle y el príncipe Enrique. AFP
Crónica de un fracaso real

Crónica de un fracaso real

El 19 de mayo de 2018 Meghan Markle, una norteamericana mestiza y con voz propia, entraba a formar parte de la casa de los Windsor. Dos años después, sus decisiones han sumido a la familia real británica en la peor crisis en 85 años

PAULA ROSAS

Domingo, 14 de marzo 2021, 00:11

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«Debemos descubrir el poder del amor, el poder redentor del amor. Y cuando lo hagamos, convertiremos este viejo mundo en un mundo nuevo». No suele estar Martin Luther King entre la selección tradicional de lecturas en un enlace real británico. Tampoco reverendos como el afroamericano Michael Curry, que cabalgando las palabras del pastor y activista por los derechos civiles reflejó con sutileza el poder transformador que los futuros duques de Sussex insuflaban a la vetusta, almidonada y muy blanca monarquía británica el día de su boda.

Aquel 19 de mayo de 2018, una persona mestiza, Meghan Markle, entraba por primera vez a formar parte de la casa de los Windsor. Una mujer hecha a sí misma y con una voz propia, cuya historia de amor con el más díscolo de los nietos de la reina Isabel II traía una promesa de modernización a una institución condenada a renovarse o perder la sintonía con su pueblo, como dolorosamente había comprobado la propia monarca tras la muerte de la princesa Diana. Sin embargo, la ola que iba a impulsar la monarquía hacia nuevas orillas ha acabado por sumergirlos, arrastrando a la casa real a la peor crisis de los últimos 85 años.

Si la familia real británica tiene algo en común con el resto de los mortales es que las disputas en su seno no son ninguna novedad. Las intrigas palaciegas y los apuñalamientos por la espalda -en sentido figurado al menos en los tiempos modernos, otra cosa era la época de Enrique VIII- son más viejos que las propias monarquías y vienen a poner de relieve algo bastante obvio: detrás de la institución, hay personas de carne y hueso con sus grandezas y sus miserias. Que el príncipe de Gales no le coja el teléfono a su hijo Enrique, o que éste apenas se hable con su hermano Guillermo, como se deduce de la entrevista que los duques de Sussex han concedido a Oprah Winfrey, palidece en comparación con las broncas de Jorge II con su hijo Federico, que llegó a ser líder de la oposición, o las del propio Jorge II con su padre, que durante un tiempo hasta le quitó la custodia de sus hijos.

Aunque no hace falta remontarse hasta el siglo XVIII para encontrar ejemplos. Ahí está Eduardo VIII, el tío bisabuelo del príncipe Enrique, que en 1936 ocasionó una crisis constitucional al renunciar al trono para casarse con Wallis Simpson y con el que muchos han querido encontrar un paralelismo tras la decisión de la pareja, en enero de 2020, de dar un paso atrás en sus obligaciones reales e intentar encontrar una independencia económica, ruptura que se ha consumado un año después. Es cierto que Enrique solo es sexto en la línea sucesoria y no ha renunciado a sus derechos dinásticos, pero que en la ecuación entre otra glamurosa divorciada americana, añade factores al símil.

Un momento de la entrevista de los duque de Sussex en la televisión americana.
Un momento de la entrevista de los duque de Sussex en la televisión americana. REUTERS

Más reciente aún es el caso de la malograda Diana de Gales, otro cuento de hadas con final infeliz en el que Enrique y Meghan no solo se han visto reflejados, sino que han replicado en su decisión de airear los trapos sucios de palacio, exclusiva con la reina de la televisión americana de por medio.

Las acusaciones de racismo y de indiferencia ante los problemas de salud mental que la ex actriz dice haber padecido y que le llevaron a tener pensamientos suicidas no ha sido, sin embargo, el único cañonazo que ha recibido la monarquía británica en los últimos y turbulentos dos años. Apenas un par de meses antes de que Enrique y Meghan dejaran Reino Unido para instalarse provisionalmente en Toronto, el príncipe Andrés, el hijo favorito de la reina Isabel II, se apartaba -o era apartado- de la vida pública tras haber sido acusado de participar en la trama pedófila del magnate Jeffrey Epstein. La desastrosa entrevista que concedió a la BBC pocos días antes para intentar rebatir las alegaciones terminó de darle la puntilla.

Cita a ciegas

Meghan y el príncipe Enrique se conocieron a través de una cita a ciegas organizada por una amiga en Londres en 2016. Su relación fue intensa y muy rápida. «Casi inmediatamente estaban casi obsesionados el uno con el otro», describe una de sus amistades en la edulcorada biografía conjunta, 'Meghan y Harry. En libertad', de los periodistas Omid Scobie y Carolyn Durand. El libro -que no es una biografía autorizada pero que, por su acceso ilimitado a fuentes muy cercanas a la pareja, hace sospechar que cuenta con el beneplácito de los duques- revela que la relación con la familia real, ahora agriada, empezó, no obstante, muy bien. La reina invitó a Meghan a pasar la Navidad de 2017 en el palacio de Sandringham a pesar de no estar aún casados, y el príncipe Carlos acompañó a su futura nuera al altar y guarda con cariño una foto enmarcada del momento en su residencia de Clarence House.

La relación con la prensa fue muy distinta. Desde el primer momento, los infames tabloides británicos sometieron a la entonces novia del nieto de la reina a un nivel de acoso al que ella, acostumbrada a los flashes por su estatus de estrella televisiva, jamás habría imaginado ni en sus peores pesadillas.

Las historias con tintes racistas -su madre es afroamericana y su padre blanco- no tardaron tampoco en aparecer, incluso en la prensa denominada 'seria' como el semanario 'The Spectator', que llegó a decir que «hace 70 años Meghan Markle habría sido el tipo de mujer que el príncipe habría tenido como amante, no como esposa». El acoso no cesó tras la boda. Un presentador de radio de la BBC fue obligado a dimitir tras anunciar en Twitter el nacimiento del niño de la pareja con la foto de un chimpancé.

AFP

A Meghan se le ha llegado a criticar por llevar pantalones en un evento, por pintarse las uñas de negro, hasta por gustarle el aguacate, con el que el 'Daily Mirror' aseguraba que podría estar «impulsando la sequía y el asesinato». Para añadir más leña al fuego, el padre y los hermanastros de la ex actriz se pasearon por platós y alimentaron a la bestia con historias, fantasiosas en su mayoría, y cotilleos sobre la pareja a cambio de suculentos cheques.

Enrique, que tenía 12 años cuando su madre murió en un accidente de coche perseguida por paparazzis, mantiene, según los reporteros que siguen de cerca a la casa real, una relación casi obsesiva con la prensa, y llega a leerse hasta los comentarios de las noticias. Convencido de que fue la prensa quien mató a su madre, temió entonces que la historia se repitiera.

La espontaneidad y ambición de los duques se topó, sin embargo, con el lema de la familia real: «nunca quejarse y nunca dar explicaciones». Incapaces de defenderse ante las críticas y las mentiras -«todos hemos pasado por esto», les dijeron, al parecer-, la pareja acusa ahora incluso al palacio de filtrar informaciones falsas para proteger a miembros más valiosos de la familia, como los duques de Cambridge, Guillermo y Catalina.

La jaula de oro

En poco más de dos años, todo había saltado por los aires. La presión mediática y la angustia de la jaula de oro acabaron teniendo repercusiones en la salud mental de Meghan, según denuncia ella ahora. Como Diana de Gales en su día, sus llamadas de auxilio chocaron con la gelidez de la familia que, en sus propias palabras, le negó ayuda psicológica. En este fuego cruzado, miembros de su antiguo equipo la han acusado, sin embargo, de acoso laboral. Quienes la han tratado de cerca aseguran que es «muy trabajadora y exigente»; los más críticos que es «difícil trabajar con ella». El palacio de Buckingham -que no parece interesado en ahondar en lo sucedido con el príncipe Andrés- ha asegurado que investigará las denuncias.

Su entrevista ha abierto una brecha generacional en el apoyo británico a la monarquía: los más jóvenes apoyan a la pareja en la que ven reflejados nuevos valores; los mayores, al resto de la familia. Asentados ahora en Los Ángeles, al inicio de una nueva vida americana -los duques son más populares a ese lado del Atlántico-, no han dudado en quemar las naves.

La familia aprieta los dientes, convencidos de que la crisis, como las anteriores, acabará pasando. La reina tiene, además, otras preocupaciones de las que ocuparse, con su marido, de 99 años, ingresado desde mediados de febrero en el hospital. Pero el hilo invisible que sostiene en pie a la monarquía, ese encantamiento que depende de un equilibrio sutil de la percepción popular, ha sufrido un nuevo golpe. Isabel II sabe que no puede cortarlo, y esta semana ha tendido un puente desde la vieja isla: «Enrique, Meghan y Archie siempre serán miembros muy queridos de la familia real».

El ocaso de los 'Cuatro fantásticos'

En la foto eran perfectos: cuatro jóvenes, atractivos, trabajando juntos por causas nobles; la nueva cara de la monarquía. La prensa los bautizó como los 'Cuatro fantásticos'. Guillermo, Catalina, Enrique y Meghan, todo sonrisas. El idilio, sin embargo, duró poco y el tiempo ha desvelado que la realidad tras la foto no era tan amable.

Los hermanos empezaron a distanciarse poco después de la boda del pequeño con Meghan Markle. Hasta entonces compartían equipo de comunicación en el palacio de Kensington, pero los roces se hicieron tan evidentes que los duques de Sussex solicitaron separar su oficina de la de los de Cambridge para poder emprender proyectos propios.

Las cuñadas, al parecer, nunca llegaron a conectar. Según la versión más moderada, «son personas muy diferentes». Los más incisivos aseguran que no se soportan. Todas las comparaciones son odiosas. Pero más odiosas aún si proceden de los tabloides británicos, que destacaban en sus páginas la discreción y adhesión al protocolo de Guillermo y Catalina, ante la espontaneidad -siempre criticada en esos medios- de Enrique y Meghan.

La rivalidad entre las casas y el cruce de acusaciones y mezquindades ha sido una constante casi desde el principio. Los de Sussex alegan celos de los demás miembros de la familia real por la popularidad de la pareja, mientras que los otros les tachan de ir por libre. Como cuando colgaron en internet una nueva foto de su hijo el día que Guillermo presentaba una nueva iniciativa contra el cambio climático, añadiendo, para más inri, el comentario de que él y Meghan solo pensaban tener dos hijos por el bien del medio ambiente (Guillermo tiene tres). De ahí a la separación había tan solo un paso, que no tardaron en dar.

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