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El astronauta británico Tim Peake, en la Estación Espacial Internacional. NASA
Secretos espaciales

Secretos espaciales

El astronauta inglés Tim Peake relata algunos de los misterios de la Estación Espacial Internacional, donde permaneció seis meses

Domingo, 20 de enero 2019, 22:51

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Tim Peake pasó por la escuela pública de Westbourne, a las afueras de Chichester, en el sur de Inglaterra. Estuvo en el instituto de su localidad natal, sacó a duras penas la selectividad y fue a la academia militar de Sandhurst, donde se enroló en infantería antes de convertirse en piloto de helicópteros. Pasó a instructor y después, por fin, cogió un caza. La historia podía acabar ahí, pero él quería ver más. El 15 de diciembre de 2015, con 43 años, llegó a la Estación Espacial Internacional (EEI). Había cumplido un sueño. Ver la Tierra desde donde la habían visto 545 personas de 37 países antes que él en 44 años, empezando por Yuri Gagarin el 12 de abril de 1961. «No dejéis que nadie os diga que no podéis hacer algo que estáis decididos a hacer», comentó cuando se le preguntó, al volver de su estancia, sobre si había alguna limitación.

Peake lo tiene claro: ninguna. Es bueno, eso sí, saber idiomas; pero astronautas ha habido de muchas profesiones. Esa era una de las muchas preguntas que le hacían, tanto en las charlas en colegios y foros como en las redes sociales. Un día, decidió agruparlas e intentar dar respuesta a las dudas más habituales sobre la vida exterior en 'Por qué el espacio huele a barbacoa' (Planeta). Y curiosidades no tan habituales. Por ejemplo, cómo se celebra el Año Nuevo en el espacio cuando un astronauta ve 16 amaneceres y otras tantas puestas de sol al día.

La hora oficial de la EEI es la de Londres, con lo que Peake lo celebró como en casa. «Lo habitual es que cada astronauta lo celebre a las doce de la noche de su país», explica el inglés, que reconoce que lo que más echó de menos en sus seis meses dando vueltas al globo fue la lluvia. Es un apasionado de la vida al aire libre y le apetecía volver a sentir esa llovizna tan británica. Agua, por cierto, que es uno de los bienes más preciados en la estación. Peake cuenta cómo se afeitaba cada dos semanas con «unas tijeras de peluquería con un tubo de caucho acoplado a un aspirador», que recogía todos los pelos para evitar que se quedaran flotando. También tenía que tener cuidado al quitarse los calcetines. «Lo más desagradable de vivir en el espacio es ver cómo las plantas de los pies se te desintegran durante el primer par de meses», explica en el libro. Como los pies apenas se usan durante la estancia espacial, se quedan suaves «como un recién nacido». «La mejor pedicura posible», añade. Pero tiene un problema. Que toda la piel dura y muerta se desprende, con lo que hay que tener cuidado de que los restos no se vayan desperdigados por el módulo.

Salvo el problemas en las extremidades y un par de falsas alarmas, Peake disfrutó de los experimentos científicos que realizó en los 185 días, 22 horas y once minutos que estuvo en el espacio; o de las cuatro horas y 43 minutos de paseo espacial. Y pudo ver la Gran Muralla. Eso sí, con la ayuda de un teleobjetivo con una distancia focal de 800 mm. A simple vista no se ve.

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