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Entre la siesta y el libro

Este es un espacio de libertad que concede Leonoticias, a mi para expresar opinión y a otros para disparar sus comentarios y solo cabe agradecérselo

Eduardo Fernández

Miércoles, 12 de agosto 2020, 11:27

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Si está usted, amable lector o lectora, entreteniéndose con estas líneas en plena primera quincena de agosto, es que merece que le sea impuesta una medalla de sufrimientos por la opinión pública, con cuantos distintivos de colores sean posibles. Y si lo está haciendo en la comodidad de sus vacaciones esa medalla debería ser pensionada. Incluso si es alguno de esos que se traga a duras penas mis opiniones con tal de poder comentarlas luego. Quizás debería advertirles que la pensión no sería mayor por sus comentarios, advertencia que hago por si se desanima algún ex político, que bien tuvo tiempo de hablar y hacer desde el cargo con mejor aprovechamiento para esta provincia y su economía. Si no fuera por mi actual tendencia a creer en la bondad universal del género humano pensaría que alimenta con comentarios actuales rencores pasados, no sin ciertas pizcas de mezquindad. Pero este es un espacio de libertad que concede Leonoticias, a mi para expresar opinión y a otros para disparar sus comentarios y solo cabe agradecérselo.

Uno ha pasado, por su mala cabeza al dedicarse temporalmente a la política, algunos comienzos de agosto verdaderamente acongojantes. En ciertas ocasiones empecé el fatídico mes que iba a ser de relajo como si el bañador me viniera cuatro tallas más pequeño, apretándome en exceso las gonadillas. Pero cuando se llevan bañadores como el mío, que parece el de Fraga en Palomares y que para cubrir barriga necesita tanta tela como una colección mundial nueva de Zara, uno se percata de que lo que le aprieta ahí no es el bañador, sino la política en tiempos de pocas noticias. Algunos meses de agosto han elevado la categoría de escándalo nacional temas que en pleno invierno no pasarían de titular mediano. En otras ocasiones, hay que reconocerlo con objetividad y cristiana resignación, el asunto tenía su enjundia para quitarme baños y sueño. Quizás alguno de los que alimenta su inquina en los comentarios recuerde retazos de esos episodios. Desde las familias políticas de altos cargos trasegando autorizaciones para huertos solares hasta la cruz de las grabaciones de alguna operación judicial quedado en nada, pasando por la zozobra de las remodelaciones de gobierno y los plenos parlamentarios veraniegos a la sombra de la corrupción. Sólo la proverbial distancia que da haber metido la pata y no la mano deja esos agostos en el recuerdo nebuloso.

De lo que no me quejé nunca es de las horas pasadas durante lo que debían haber sido vacaciones junto a todos aquellos que combaten los incendios forestales, año tras año, y a los que esta provincia les debe admiración rendida y la Administración mejores condiciones laborales y salariales. Nunca vi que ninguno de ellos antepusiera la terminación de su turno a atajar el avance de las llamas y lo menos que podía hacer era acompañar sus esfuerzos con mi tiempo. No porque necesitaran la ayuda del político, que con no estorbar es suficiente, sino porque el agradecimiento, de no mediar incremento retributivo, al menos mejor en persona que en la fría distancia. En mi primera semana como delegado fui a mi primer incendio, en Castropodame, y como no me conocía nadie, el jefe de la extinción me mandó al Tío Pepe a comprar bocadillos y a repartirlos a quienes no podían dejar su tajo siquiera para comer algo y continuar en la noche; luego cuando supo quién era, quiso pedirme disculpas, cuando en realidad me proporcionó mi mejor aproximación a cómo es y se deja la piel esa gente en nuestros montes. Con certeza, en los ocho años siguientes en pocas ocasiones fui tan útil como repartiendo bocadillos.

Ahora la humareda que amenaza las vacaciones de tantísimos no ha dejado de ser esa, pero se suma también la incertidumbre por el empleo y la situación económica que se avecina en el otoño, agravada en León por la crisis preexistente del sector energético, con una transición injusta que nos han vendido como el timo del tocomocho y que verá mermados los fondos anunciados a bombo y platillo por el gobierno cuando Bruselas termine de perpetrar su transferencia de créditos de esas partidas a los fondos del coronavirus.

En este sopor de verano caluroso que rompe récords de temperatura en el registro histórico en León entiendo bien a quienes escriben en el verano sacando del congelador viejas historias del invierno, porque no está la cosa más que para pertrecharse tras la mascarilla ante la nueva curva de contagios y dejarse caer para coger fuerzas para un año que se antoja más difícil de lo habitual. Así que déjenme reconocerles que, como me había prevenido mi abuelo y yo no había ponderado suficientemente, León está en cualquier arranque de agosto, solamente para abandonarse entre la siesta y un libro.

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