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Un asesor chavista se perdió en León

El perdonavidas podría ser de cualquier otra ideología, pero este aprendió de una visita de Delcy a Barajas con su jefe y hasta hoy

Eduardo Fernández

León

Jueves, 17 de junio 2021, 10:44

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En un tiempo vital distinto discutía -o, por rebajar la intensidad, debatía- con el alcalde de León cada semana, micrófono mediante. Recuerdo aquellas tertulias con simpatía, porque se daba una vuelta a la actualidad de León, no sólo la política, con suma afabilidad, aunque siempre con el ardor necesario en la contienda partidista. No causaré asombro alguno si les confieso que yo no votaría a José Antonio Díez jamás, y probablemente él quede muy aliviado por no arrastrar un voto tan atrabiliario. Tampoco le causará sorpresa que no le haya votado alguno de los dirigentes socialistas leoneses que desde hace años le ponen a escurrir con mayor saña que a los de enfrente, porque nunca hay peor inquisidor que el recién converso. No le votaré, pero estoy dispuesto a armar huestes con su escudo y salir a campo abierto de batalla para que algunos que confunden lo patrimonial, el partido, con lo institucional, el Estado, reciban una lección al estilo Barrio Sésamo: y ahora vamos a ver la diferencia entre cerca y lejos, cerca lo de todos, lejos, lo de los míos.

Que haya que explicar el orden de prioridades de un alcalde a un ministro, a un asesor, a un mamporrero, a un esbirro ministerial o a secuaz orgánico es una osadía imperdonable. Cualquier regañina es poca, hombre. El mismo José Antonio al que algunos jefes presionaban para que ni fuese a las tertulias es hoy alcalde. Probablemente lo sea a la contra de muchos de los suyos que no le pusieron el camino fácil, pero esto no es extraño a la vista de lo que sucede en muchos partidos, los que están en disolución, y también el del alcalde, y el mío, que prefiere hurtarnos a los afiliados el debate sobre qué queremos para León y qué queremos para el PP y vamos a tener que pedir asiento en una sala de vistas judiciales para enterarnos. Lo del partido del alcalde, por tanto, no es inaudito, desgraciadamente. Pero viene a resultar que cuando llega el ministro de la inmovilidad, Díez no es cargo orgánico, sino cargo público. Y no está ni para reír las gracietas de los jefecillos orgánicos y mandos intermedios, ni para conformarse sin reivindicar en nombre de todos, que alguno habrá que no le haya votado y esté esperando que pida por esa boquita que los leoneses -incluso para disgusto de algunos como yo- decidieron plantar en la alcaldía. Y uno, que con Luis Aznar tuvo sonoros, intensos y llegado el caso, públicos enfrentamientos con un ministro de los suyos como Soria, reconoce el coraje político y el servicio público que tal gesto representa.

Todavía es peor que lo que el ministro calla te lo telegrafíe por un propio, que siempre querrá quedar de bueno yendo incluso más allá; no hay recadero mesurado en esto de la política, todos aspiran a medrar desde el peloteo más sumiso. Fíjate, ministro, tú que tienes la preocupación de un partido centenario en la cabeza, tú que tienes la responsabilidad de las autovías y los ferrocarriles al más allá sobre tus hombros, cómo vas a tolerar que cualquiera te venga a pedir; como si le hubiera puesto la gente para eso. Si es que no me extraña, hay cada pretensión por ahí, que así no vamos a escaño alguno. Hay quien cree que se escenificó, que se teatralizó y que se exageró, pero vayan ahora a desmentir el choque una vez elevado al mito.

Dice Javier Cendón que el encontronazo no sucedió como se cuenta, pero algunos ya sabíamos que historia y memoria no son lo mismo. Para la memoria basta un relato. Y está la cosa a estas alturas del gesto ejemplificador para otros cargos públicos socialistas como para cargarse el relato del honesto regidor que se opone al oprobioso poder nacional. Los ministros socialistas preferirían corregidores que alcaldes, que siempre serían removibles al antojo. Pero esto es lo que hay y lo que se ha alimentado mediáticamente. Querido Cendón, es caso perdido, relájate y súbete al carro de la defensa de León como si hubiera cañones disparando a la muralla y el alcalde fuese Agustina de Aragón.

Los leoneses somos muy nuestros, y a uno de León, aunque sea de los malos de enfrente, no lo toca el asesor de los sobres, se llame Koldo, Ramón Mercader o Vladimir Uliánov. Porque el valor de nuestra democracia es que el alcalde, efectivamente, lo sea de todos, incluso de los que seguiríamos sin votarle por su gesto. Lo demás, es partidismo. Vino un mando intermedio, Ábalos, acompañado de bravucón chavista. El perdonavidas podría ser de cualquier otra ideología, pero este aprendió de una visita de Delcy a Barajas con su jefe y hasta hoy. Vino a León y se perdió en el paisaje humano.

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