Borrar

Ante el V Centenario de las Comunidades

Nunca he entendido por qué pervertido mecanismo mental se ponen como fiestas oficiales las conmemoraciones de las derrotas y, lo que es peor, de los enfrentamientos civiles

Eduardo Fernández

Miércoles, 29 de julio 2020, 05:08

Necesitas ser registrado para acceder a esta funcionalidad.

Compartir

Se ha anunciado el inicio de la conmemoración del V Centenario de las Comunidades. No faltarán en León ágrafos y gaznápiros que confundan la Historia con la Política, los comuneros con los consejeros de la Junta de Castilla y León y la necesidad de rememorar importantes acontecimientos de nuestro pasado con una proyección del Estado -no se si parcialmente fallido- de las Autonomías. A buen seguro ustedes, apreciados lectores, no se encontrarán entre semejante hato de manipuladores.

Nunca he entendido por qué pervertido mecanismo mental se ponen como fiestas oficiales las conmemoraciones de las derrotas y, lo que es peor, de los enfrentamientos civiles. Mira que la historia de Castilla y León daba para encontrar un considerable número de posibilidades para celebrar. En fin, la apropiación del universo mental comunero por la izquierda durante los albores de la Transición -incluido algún admiradísimo e ilustre medievalista- dio lugar a interpretaciones delirantes sobre el movimiento de las Comunidades y el carácter de apóstoles de la democracia radical de sus líderes. Y ya si la izquierda se autoproclamaba castellanista, la Historia Moderna de España pasaba a convertirse en ciencia ficción. Que la Historia es, con más frecuencia de la admisible, subterfugio de falsificación de las reivindicaciones políticas lo sabemos bien todos los que hemos dedicado a ella una parte considerable de nuestras vidas. Dado que conozco su sorna como lectores me veo en la obligación de aclarar que ese «ella» al que me dedico es a la Historia y no a la falsificación política (al menos no a estas alturas pensará alguno de ustedes). Como ocurre con los Decretos de Nueva Planta en Cataluña, la historia comunera no iba a ser una excepción en Castilla y León. Haciéndole a los comuneros y a la propia Historia Moderna el peor de los servicios, que es arrojándola al espacio en que cualquier iletrado que no se ha molestado en conocer nuestro pasado opina, valiéndose de su incultura, sobre nuestro futuro.

En mi vida me he sentido identificado ni con los comuneros, ni con su causa, ni con el imaginario reivindicativo castellanista, ni con su fiesta. Pero no por leonés, sino por refractario a la simplificación festiva de la charanga historicista. No por leonés, porque algunos ignorantes se habrán creado la fabulación mental de que León no participó en las Comunidades para no asociar su suerte a la de Castilla, pero como no tengo ni líneas ni entusiasmo para reseñar cuánta ignorancia se esconde en esa simplificación me remito al magisterio, muchísimo más autorizado al respecto y muy estimado por mí, del profesor Laureano Rubio para que se adentren en las andanzas y posiciones ideológicas de Ramiro Núñez de Guzmán y sus hijos, de Antonio de Quiñones, del canónigo Juan de Benavente y del prior del convento de Santo Domingo, fray Pablo de Villegas y en la lista de los leoneses incluidos en el perdón regio de 1522. No puedo imaginar voz más autorizada a la vez en la defensa de León y en el estudio de la Historia de nuestra tierra en los tiempos modernos que la suya.

Me parece una pérdida de tiempo que los políticos se paseen por esa dichosa campa una mañana cuando lo importante es tener la reivindicación de las gentes de la Comunidad -las que están a gusto y las que no- presente todos los días del año. Lo que esta Comunidad sea no hunde sus raíces en la revuelta comunera ni en el 23 de abril de 1521; el presidente de la Junta no es un Carlos V ante el «que indinados nuestros leales vassallos se alborotassen y leuantassen contra nuestra obediencia y fidelidad». Como lo que sea León no se deriva directamente de su condición de reino medieval, como si hubiese un salto en el vacío de ocho siglos, sino de la voluntad democrática de sus ciudadanos, eso sí, manifestada por los cauces formales que cualquier democracia de calidad requiere, lo que incluye el respecto al ordenamiento constitucional y administrativo que nos hemos dado, porque si no, yo también quiero elegir por dónde lo rompo y en cuánto lo ignoro.

De modo que devolvamos la Historia Moderna de España a su lugar, que no es el de la contienda política, sino el de su investigación, difusión y, cuando llega fecha tan redonda como un quinto centenario, el de su celebración, que no tiene, en mi opinión, que ver con la forja de ninguna identidad castellano y leonesa, supuesto que semejante engendro existiese (y recuerden lo que he escrito aquí en mi anterior columna sobre la pertenencia de León a esta Comunidad Autónoma, que ha de funcionar para atender a sus gentes sobre la base de la racionalización objetiva de los servicios públicos y no sobre la base subjetiva de una identidad imposible).

No habría país europeo civilizado que no celebrase con toda suerte de acciones un quinto centenario tan señalado como este. Afortunadamente sigue abierta -porque si no, de qué escribiríamos los historiadores del pensamiento político- una cierta controversia historiográfica sobre la naturaleza y orientación de las Comunidades. Creo que fueron un movimiento con confluencias tan plurales y complejas que impiden encasillarlo maniqueamente entre la última revuelta medieval y la primera domesticación del Estado moderno hispánico. Pero para quien vive una cantidad de las horas del día pegado a la política de los Austrias, mejor que triunfara el bando realista (no se creerían que me iba a sustraer de tomar partido, los del Atleti somos así, vemos las confrontaciones apasionadamente).

El caso es que me parece un acierto que se conmemore ese V Centenario, que no íbamos a ser menos que el descubrimiento de América o la primera circunnavegación. Me parece otro acierto que la celebración goce del amparo presupuestario de las Cortes de Castilla y León y de la Junta. Me parecería mal que alguien se opusiera confundiendo la Historia -que mira hacia atrás- con las aspiraciones leonesistas -que supongo que aspiran a mirar hacia adelante-, porque juegan en distintos terrenos. Por eso yo espero que la provincia de León sea escenario de alguno de los fastos anunciados. Dejo para el final lo que me parecen los mayores aciertos de las instituciones organizadoras: uno, haber despejado el terreno político para ceder el protagonismo al mundo académico y de la cultura, prueba de perspicacia; dos, contar con la participación de miembros de las cuatro universidades públicas como impulso al que se sumarán muchos otros complementarios; tres, que no se haya atrincherado esa participación universitaria solo en la disciplina de la Historia Moderna, que será, sin duda, protagonista, sino que se haya abierto a la Literatura, al Pensamiento Político, al Derecho, como a buen seguro se abrirá después al Arte y a la Economía. Por último, lo más difícil de todo es decidir unos nombres entre los muchos que pueden en cada una de esas universidades hacer aportaciones en esta efeméride, lo imagino como el puzle más difícil, porque el género humano «profesor universitario» es uno de los más ariscos que la antropología conoce. Seguro que hay espacio para todos entre muy distintas iniciativas como parecen vislumbrarse, pero yo -esto sí como leonés- no puedo dejar de saludar con satisfacción la presencia del profesor Arvizu, maestro de juristas innumerables en esta provincia, que de forma tan didáctica siempre subraya la relación entre Historia e instituciones, y de quien es para mí más que un maestro, un amigo y un mentor, el catedrático de Historia del Pensamiento y de los Movimientos Sociales y Políticos de la ULE, Salvador Rus, como comisario de los actos.

Reporta un error en esta noticia

* Campos obligatorios