La mesa de diálogo fractura antes de tiempo al Govern
Aragonès solo tiene asegurado llegar hasta la mitad de su mandato en 2023, entonces tendrá que someterse a una moción de confianza
Cristian Reino
Barcelona
Sábado, 18 de septiembre 2021
La lógica política diría que lo que ha pasado esta semana en el Govern catalán debería ser motivo más que suficiente de divorcio entre los dos socios y de ruptura del Ejecutivo. ERC y Junts no solo discrepan en el modelo social y económico, como se ha visualizado con las posiciones contrarias en el proyecto de ampliación del aeropuerto de El Prat –que apoyan los de Carles Puigdemont y rechazan los de Oriol Junqueras–, sino que chocan en lo importante, la agenda soberanista, por la que en teoría se siguen aguantando.
El intento de Junts de reventar la mesa de diálogo, la negociación más importante para Cataluña en 40 años, según Aragonès, ha dejado al Govern tocado, pero de momento no hundido, aunque cueste entender que los dos socios de un gobierno no vayan nuntos en el que se supone es el proyecto bandera de la legislatura, al menos para el presidente de la Generalitat.
Pere Aragonès no puede disolver la Cámara catalana hasta un año después de las elecciones (febrero de 2022), pero sí puede remodelar su Ejecutivo y gobernar en solitario. La salida de Junts ha estado sobre la mesa esta semana. No se ha descartado nada, según apuntan fuentes republicanas. El Gobierno en solitario, de hecho, fue una de las opciones que contemplaron los republicanos cuando veían que el acuerdo de investidura se resistía con los de Puigdemont. A la vista de las turbulencias, el PSCy los comunes no han tardado en llamar a la puerta y ofrecerse como socios alternativos.
Pero con el paso de los días, el calentón se ha ido templando y la voluntad es intentar reconducir la situación (Aragonès lleva poco más de cien días al timón), aunque unos y otros ya se han tomado la matrícula y se preparan para la próxima. Que la habrá, porque se tienen ganas desde hace años. Todo depende de la actitud que adopten los de Junts con la mesa de diálogo. Si continúan intentando dinamitarla, Aragonès tendrá un serio problema. El martes, les sacó tarjeta amarilla y les dejó fuera de la reunión con el Gobierno. Si no rectifican, la segunda será roja, expulsión.
Diez años después del inicio del 'procés' ERC y Junts siguen juntos por la misma razón por la que Puigdemont no fue capaz de dar marcha atrás en octubre de 2017: nadie se atreve a aparecer como el culpable de la ruptura independentista. Más aún en este momento, cuentan con 74 diputados sobre 135 y por primera vez superaron el 50% de los votos (aunque la participación fue del 53%).
Las acusaciones entre unos y otros son cada vez más gruesas. Los de Puigdemont, a ojos de los republicanos, no aceptan haber perdido la Presidencia de la Generalitat y son desleales; los posconvergentes, por su parte, acusan a Aragonès de aceptar la tutela de Pedro Sánchez, de compartir intereses con el presidente del Gobierno, temen que la relación entre socialistas y republicanos se consolide más allá del Congreso y que busque su aislamiento político. Advierten de que ERC está preparando la rendición del secesionismo. En Esquerra atribuyen a Junts las pitadas y los insultos a Junqueras y Aragonès en la Diada y critican el reino de taifas que es la formación heredera de Convergència, donde coexisten almas y liderazgos. Puigdemont y Sànchez controlan el núcleo duro del partido, pero también está Laura Borràs, lideresa con voz propia, o Jordi Turull, que podría optar a arrebatar a Sànchez la secretaría general.
Dilema en Junts
Los posconvergentes celebraron ayer su primer consejo nacional. Se debaten entre regresar al redil que les pide Aragonès o tensar aún más la cuerda con el riesgo de que se rompa. 2023 es el año clave para la legislatura catalana. Hay elecciones municipales, acaba el mandato de Pedro Sánchez –quien sigue necesitando a Esquerra para la estabilidad y para aprobar los Presupuestos– y es cuando expira el plazo pactado por ERC y la CUP para que la mesa de diálogo ofrezca avances que les permitan seguir apostando por este foro. Aragonès deberá someterse a una moción de confianza en 2023, en el ecuador de su gobierno.
Si la mesa no da los pasos deseados, la CUP tumbará el Govern (salvo que los comunes y el PSCacudan al rescate). Los anticapitalistas ya advierten no obstante de que dos años podrían ser demasiado tiempo a la vista de las pocas expectativas que, a su entender, ha deparado la primera reunión. Aragonès necesita tiempo para afianzar su liderazgo y que la mesa coja algo de cuajo, pero en cambio JxCat no puede ser un socio del todo fiel porque no renuncia a regresar al Palau de la Generalitat.
Junts afirma que su ausencia es porque su propuesta es «firme»
Junts niega que su ausencia de la mesa de diálogo sea por los nombres de los delegados que ha elegido. No participan, sostuvo este sábabado el secretario general, Jordi Sànchez, porque llevan una propuesta clara y firme. «Nuestra voz sería la de la no renuncia» y por eso fue vetada, afirmó el número dos del partido de Carles Puigdemont. «No nos han vetado por las personas, sino porque sabían que llevaríamos sí o sí luz y taquígrafo a un encuentro que se iba a celebrar sin orden del día, sin claridad en la forma en la que teníamos que abordar la autodeterminación y la amnistía», manifestó ayer durante la celebración del primer consejo nacional de la formación.
Sànchez insistió en que la responsabilidad de que Junts no esté en la mesa hay que buscarla en la Moncloa y no en el Palau de la Generalitat. «No podemos aceptar –señaló– que quienes vienen a negociar con nosotros nos impongan de qué hablaremos y quién hablará en nombre del independentismo, no lo hemos aceptado ni lo aceptaremos nunca». Descartó que las discrepancias surgidas con Esquerra vayan a poner en peligro su alianza en el Govern. Y dirigiéndose al PSC y los comunes, que se han ofrecido a los republicanos como solución alternativa, les emplazó a que si tienen «tanta urgencia por ganar un tripartito, ganadlo en las urnas» porque con maniobras de salón «no conseguiréis que la unidad del 52% quede rota».
En clave interna, animó a los dirigentes de Junts, un partido creado hace un año, a convertir a la formación en el «embrión» que aglutine la mayor parte del independentismo, una fuerza de «unidad nacional». Una tarea, añadió, que exige «trabajar como equipo», un mensaje dirigido a terminar con las rencillas internas.