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Cristina Cifuentes. EFE
Cifuentes, sus enemigos y los pecados del pasado

Cifuentes, sus enemigos y los pecados del pasado

Siempre fue un elemento extraño en el partido, pero, incluso así, pasó de tocar el cielo en el PP a protagonizar la salida más grotesca de la vida política

Lunes, 2 de septiembre 2019, 17:02

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Hace poco más de un año, a finales de abril, dijo adiós. Se derrumbó. Todo por dos cremas regeneradoras afanadas hacía ocho años. Cristina Cifuentes ya estaba desahuciada por el inexistente máster en Derecho Autonómico que se atribuía. Dijo que pensaba dimitir el 2 de mayo, el Día de la Comunidad de Madrid, cuyos actos institucionales iba a presidir como si nada. Pero no le dio tiempo. Un hurto cutre y unas imágenes humillantes pusieron punto final a una carrera que se presumía exitosa y que había ilusionado a los sectores más dinámicos del PP. Desde entonces se ha comunicado a golpe de tuit, para defenderse de las primeras voces que empezaron a vincularla con 'Púnica'. La de ahora, la definitiva, es bien distinta. La llamada del juez ha de atenderla.

Los pecados del pasado dinamitaron su futuro político. Salió por la puerta de atrás cuando aspiraba a entrar por la grande de la Moncloa, y lo hizo de la manera más esperpéntica que se podía pensar. Hasta entonces tocaba el cielo con las manos, optaba a la sucesión de Mariano Rajoy, tenía asegurada la candidatura para las autonómicas del año siguiente, y era un personaje respetado en la cúpula de su partido. El máster, las cremas y ahora 'Púnica' la han sentenciado.

Las baterías de fuego amigo, un decir lo de amistoso, arruinaron sus planes. Todas las teorías conspirativas sobre la filtración de la grabación y el momento elegido para sacarla a la luz tienen su punto de credibilidad. Unos señalan a Esperanza Aguirre, a la que llevó ante la Fiscalía por la ruinosa Ciudad de la Justicia; otros a Ignacio González, al que puso a los pies de los caballos con sus denuncias del Canal de Isabel II; los más apuntan a Francisco Granados, no se sabe si por la oscuridad del personaje o por las cuentas pendientes. Pero intentar discernir quién estuvo detrás es como llorar sobre la leche derramada, que no hay quién la devuelva al vaso.

Lo que no logró un grave fraude universitario, lo consiguió una sisa ante la que no pocos ciudadanos no podrían tirar la primera piedra. La diferencia con los demás es que ella es un cargo público -entonces era la vicepresidenta de la Asamblea regional y hasta ayer presidenta de la Comunidad de Madrid- y no podía permitirse semejante baldón.

Con apenas asideros en su partido tras el escándalo del máster, el único era Dolores de Cospedal, se tenía que ir. En el PP de Madrid se ha visto de todo, pero un postgrado trucho y una ratería miserable en un Eroski de Vallecas han sido demasiado para la paciencia de Rajoy y para la imagen de un partido que a estas alturas solo pretende no ser devorado.

Sus pretensiones de ser una dirigente de rompe y rasga, implacable con la corrupción, una bocanada de aire fresco en el viciado ambiente de los populares madrileños, se truncaron por dos torpezas, de las que era consciente, y que confió con sorprendente ingenuidad en que no salieran a la luz. Pero han trascendido y han dado pábulo al qué más habrá que algunos se malician.

Rampa de lanzamiento

Tras dos décadas anodinas en la Asamblea autonómica sin ascender al Gobierno regional, se encontró con el premio de la Delegación del Gobierno en Madrid. Puesto al que llegó con el aval de Cospedal y el beneplácito de Rajoy, harto de las trapisondas de Aguirre y con desconfianza creciente hacia González. Un cargo administrativo y gris que supo convertir en rampa de lanzamiento para sus ambiciones políticas. Un grave accidente de moto en el Paseo de la Castellana que la colocó al borde la muerte -«supe que me moría y algo peor, quise morirme»- encandiló a su pesar al universo PP.

Estaba abonado el terreno para que la joven afiliada al partido en 1980 con 16 años, cuando era Alianza Popular, diera el salto a las categorías superiores. Pero la séptima hija de un general de artillería, resultó ser un cuerpo extraño en el PP. Republicana, agnóstica, defensora del matrimonio homosexual y de la ley del aborto llegó al despacho de la Real Casa de Correos en la Puerta del Sol tras salvar por los pelos los muebles del PP en las elecciones de 2015. Gracias a un pacto con Ciudadanos dispuso de una ajustada mayoría con un solo diputado de ventaja sobre la oposición socialista y de Podemos. Pero el entendimiento con los liberales fue difícil desde el primer día, y su mandato ha sido un rosario de encontronazos.

El enemigo, sin embargo, estaba en casa. Los errores, lamentan en su entorno y reconocen en el PP, fueron la bandeja de plata que esperaban sus enemigos domésticos para cobrarse en frío, como mandan los cánones, una venganza rumiada durante meses.

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