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Varios inmigrantes tratan de atravesar las concertinas en la valla de Melilla. REUTERS
A la búsqueda de una alternativa más humanitaria a las concertinas

A la búsqueda de una alternativa más humanitaria a las concertinas

Desde hace trece años, los diferentes gobiernos han fracasado y gastado millones de euros en sistemas menos lesivos e igualmente ineficaces

Domingo, 17 de junio 2018, 02:16

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El pasado jueves, el nuevo ministro del Interior, Fernando Grande-Marlaska, anunció que el Gobierno intentará retirar las concertinas que coronan las vallas fronterizas de Ceuta y Melilla. Unos alambres sembrados de cuchillas que provocan terribles cortes a los inmigrantes que asaltan los perímetros, a pesar de que éstos llevan las extremidades cubiertas por ropas y vendajes.

Un día después, el viernes, la ministra portavoz del Ejecutivo socialista, Isabel Celaá, hizo, desde Moncloa, otro anuncio: el Gobierno había encargado un informe al Ministerio del Interior para buscar otro «método» que sustituya a las concertinas y no sea tan «cruento» como el de las cuchillas.

¿Problema resuelto? En realidad, nada nuevo. Idénticos anuncios los hicieron los gobiernos de José Luis Rodríguez Zapatero y de Mariano Rajoy. Los dos ejecutivos, el primero en 2005 y el segundo en 2013, colocaron concertinas en plenas crisis migratorias para luego retirarlas, en el caso de Zapatero, dos años después cuando bajó la presión. Ambos gobiernos aseguraron haber encontrado los sustitutos perfectos a las cuchillas. Se gastaron millones de euros en patentes y sistemas que se mostraron ineficaces. Tan ineficaces, como las propias concertinas. Desde hace trece años, la búsqueda de un sistema menos lesivo y más eficaz que las concertinas ha sido un auténtico fracaso.

En marzo de 2014, en plena crisis migratoria -la enésima- en las vallas, el entonces ministro del Interior, Jorge Fernández, visitó Ceuta y Melilla. Llevaba bajo el brazo la supuesta panacea. Se llamaba malla anti-trepa, un sistema que en teoría hacía casi imposible escalar porque los inmigrantes no podían introducir sus dedos para agarrarse y trepar. Pero eso, solo en teoría. El proyecto de Interior tuvo un coste de menos de tres millones de euros y pasó por instalar en la totalidad de los ocho kilómetros del perímetro de Ceuta y en los doce de Melilla las mallas anti-trepa, (unas planchas de alambre de acero de 1,4 milímetros de diámetro, con cuadrículas de 1,3 por 1,3 centímetros).

Sin embargo, las mallas solo fueron un obstáculo más, pero en modo alguno fueron «infalibles», como se demostró el pasado verano cuando centenares de inmigrantes, sobre todo en Ceuta, las superaron con largas escaleras o, simplemente, subieron con la ayuda de cuerdas o escalas sin necesidad de meter sus dedos dentro de la malla.

Los anuncios de Fernández o Marlaska recuerdan mucho al de un antecesor de este último, el socialista ya fallecido José Antonio Alonso, cuando en octubre de 2005 presentó en el Congreso las, también en teoría, impenetrables «telarañas» de cables de acero -sirgas tridimensionales en el argot policial- que debían atrapar a los inmigrantes según se acercaran al perímetro, dejándoles como única salida volver a territorio de Marruecos.

14 millones

El Gobierno se gastó entonces casi 14 millones de euros solo en Melilla. Un dineral que no sirvió de nada porque las autoridades de Rabat se negaron a que las telarañas se montaran en su territorio y, al final, Interior optó por situarlas en medio de las dos vallas ya existentes, convirtiéndose en la tercera valla, pero perdiendo cualquier efectividad porque los asaltantes caía desde arriba (sin afrontarlas de cara) usándolas incluso como una suerte de 'cama elástica' para el próximo obstáculo.

La malla anti-trepa o las telarañas de cables de acero son algunas de las medidas fracasadas

En realidad, la telaraña y las mallas anti-trepas se han venido mostrando tan ineficaces para combatir los asaltos como el resto de medios físicos instalados desde el año 1998 en ambos perímetros. No ha habido ningún invento que haya parado las avalanchas. Ni las polémicas concertinas de cuchillas; ni los flejes -alerones inclinados hacia la parte marroquí, que son al final usados como trampolín por los inmigrantes-; ni las «bayonetas en prolongación de los postes»; ni los aspersores de agua con pimienta (que nunca se han usado); ni la elevación de las vallas hasta los seis metros; ni el triple vallado; ni las alambradas ciclónicas en la parte española; ni las fosas y la doble alambrada de espino del lado marroquí.

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