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Boris Johnson, candidato del Partido Conservador a la alcaldía de Londres. Reuters
Boris Johnson, un encantador inmoral

Boris Johnson, un encantador inmoral

Su inspiración es Grecia y Roma, le gobiernan el sexo y la ambición, su palabra no vale nada

Iñigo Gurruchaga

Londres

Martes, 23 de julio 2019, 13:10

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El hombre que de niño quería ser 'rey del mundo' es el nuevo líder de un Partido Conservador en peligro de muerte, según su diagnóstico. Si quienes le detestan en su grupo no lo impiden, será también el primer ministro de Reino Unido, cumpliendo una aspiración que ha mantenido desde que tenía veinte años. Llega a su meta tras combinar con éxito la representación teatral con una tenacidad fría.

Su afán será el de dejar en la Historia la huella de los predecesores que admira: Benjamin Disraeli, 'tory' extraño y discutido político del siglo XIX, que creó el conservadurismo alejado del dogma ideológico y escribía novelas mientras dirigía el país, y Winston Churchill, también hombre de letras, gran orador, indisciplinado y marginal antes de convertirse en líder carismático en circunstancias muy graves.

Que diputados y afiliados conservadores le elijan para resolver el monumental enredo del 'brexit' confirma su filosofía personal sobre la incoherencia de la vida. Un movimiento nacional que rechaza la Unión Europea por personificar el distanciamiento de la 'élite liberal metropolitana' de la sociedad que gobierna encomienda el desenlace de esta coyuntura a un elitista, cosmopolita y libertario.

Alexander Boris de Pfeffel Johnson nació hace 55 años en Nueva York. Su padre, Stanley, tenia 23 años, y había logrado una beca para proseguir sus estudios de poesía, que pronto abandonaría. Charlotte, su madre, tenía 22 y tenía el carácter liberal y bohemio que le llevaría a abandonar sus estudios en Oxford y a seguir a su marido por países, ciudades y decenas de casas, mientras daba a luz a cuatro hijos.

Hombre solo

Al, como le conocen en su familia, había heredado el llamativo pelo rubio platino que venía en los genes de su bisabuelo, un periodista turco que murió linchado por rivales políticos. Pero el rasgo que quizás más ha afectado a su psicología es que Johnson padeció una profunda sordera hasta los ocho años. Poco después de curarse, fue enviado a un internado.

Antes de ganar una beca para ingresar en el colegio de la élite, Eton, padeció en Bruselas, donde su padre trabajaba como funcionario de la Comunidad Económica Europea especializado en asuntos ecológicos, primero el colapso nervioso de su madre que tuvo que ser hospitalizada y después el divorcio de sus padres, tras las ausencias prolongadas de Stanley y su infidelidad incesante.

La educación sentimental de Boris Johnson puede entenderse como un aprendizaje desdeñoso del orden moral burgués, pero el rasgo de su personalidad que destaca en su biografía- siguiendo el relato de Sonia Purnell, en 'Just Boris' (Simplemente Boris, historia de una ambición rubia)- es que el líder británico es un hombre solitario. En profesiones gregarias como el periodismo o la política, no entabla relaciones, no conversa, consigue con encanto que se le ayude o perdone recreando el personaje del hombre de clase alta desaliñado y de hablar balbuceante.

Despedido en su primer empleo como periodista en 'The Times' por inventar una cita de un amigo de su familia, se consagró como corresponsal en Bruselas de 'The Daily Telegraph', yendo contracorriente del tedioso consenso de sus colegas sobre el avance inexorable de las regulaciones y la unidad europea, enviando crónicas exageradas o salpicadas de mentiras que avalaron el euroescepticismo de los últimos años de Margaret Thatcher.

De regreso a Londres, era un cotizado comentarista en los medios y el personaje que había compuesto en su adolescencia y juventud le convirtió en una celebridad nacional. «¿Tengo noticias para ti?» es un programa humorístico de la BBC en el que comediantes y personalidades participan en una chapucera competición en la que se premian los comentarios más graciosos sobre asuntos de actualidad. El caótico Johnson cautivó a las audiencias como invitado y ocupando la silla de presentador.

Impuntual y desordenado, el políglota que adorna sus despachos con un busto de Pericles, el ateniense que levantó la Acrópolis, fomentó la democracia y la filosofía, venció en las guerras y odiaba la rigidez espartana, era estrella de la televisión y la radio, dirigía el semanario 'The Spectator', era crítico de automóviles de lujo en la revista GQ. Negociaba muy bien sus salarios, era muy cuidadoso con su dinero.

Alcalde

Pero el periodista es un parásito de quienes cambian realmente la sociedad y son conmemorados con estatuas. Boris Johnson quería una estatua, ser político gobernante. Su primer escaño, en representación de la exquisita villa ribereña del Támesis, Henley on Thames, le llevó a un Parlamento en el que nunca ha triunfado, porque no cultiva amistades y complicidades con colegas de escaño y porque su genio de escritor no se traduce en la oratoria breve y aguda que gusta en la Cámara de los Comunes.

Sufriendo de aburrimiento, el peor de los males, y frustrada su ambición de ser primer ministro cuando otro alumno de Eton, David Cameron, fue elegido líder del partido, aceptó su oferta de ser candidato a la alcaldía de Londres. Cameron se libraba de la continua especulación sobre el deseo de Boris de desbancarlo. Johnson esperaba su destino (sustituir a un primer ministro a quien consideraba intelectualmente inferior) en una alcaldía metropolitana que le daba visibilidad nacional.

Sus primeros meses en el Ayuntamiento son descritos como caóticos incluso por sus colaboradores. Cadena de dimisiones y falta de dirección. Pero enderezó el curso y renovó su victoria frente al laborismo, en un Londres en el que los conservadores han perdido popularidad y votos en las últimas décadas. Ha esgrimido en la campaña por el liderazgo los méritos de su gestión municipal, acentuando la reducción de la delincuencia o su política contra la pobreza.

Regresó al Parlamento en 2015, un año antes del referéndum europeo que quebraría viejas amistades entre la élite gobernante. Habría escrito dos artículos- uno en favor de la permanencia, otro por el Brexit- para su columna semanal en el 'Telegraph' antes de deslizarse hacia la causa vencedora por argumentos sobre la soberanía, sumándose a una campaña que explotó el malestar popular con la inmigración a pesar de que él haya incluido en la lista breve de sus ideas políticas la de ser 'proinmigrante'. En el Gabinete de Theresa May fue un ministro de Exteriores recordado por sus torpezas.

Como su primer triunfo fue convertirse en una celebridad, lo privado es inseparable de sus logros en la política, el periodismo o la literatura. La lista de episodios conocidos por el público es muy extensa. Una síntesis de la personalidad política del nuevo líder británico podría ser que gusta más a la gente cuanto menos le conoce y que el otro lado de su popularidad es el odio que provoca en parte de la población.

No suele trabajar con mujeres que no ocupen un papel subalterno y es un golfo sexual que acumula hijos y separaciones. Tiene una capacidad notable de concentración cuando la tarea le interesa. Su seguridad intelectual le permite rodearse de colaboradores aptos para sus tareas, mientras él otea el horizonte y cultiva dos atributos para extender su poder: el encanto mediante el humor y la indiferencia ante la verdad o la mentira. Quizás ambos le sean de nuevo útiles para consumar el 'brexit'.

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