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Emmanuel Macron, Theresa May, el príncipe Carlos de Inglaterra, la reina Isabel II, Donald Trump y su mujer, y Prokopis Pavlópulos asisten a la ceremonia de conmemoración por el 75º aniversario del desembarco de Normandía en Portsmouth, Reino Unido. EFE
Las playas de Normandía

Las playas de Normandía

La unidad de los líderes que se reunirán en Francia para rendir homenaje a las víctimas de la Segunda Guerra Mundial es menos sólida que nunca. Europa se enfrenta a nuevas amenazas

David Fred Mathieson

Miércoles, 5 de junio 2019, 13:24

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Gold, Sword, Juno, Utah, Omaha... los nombres de las playas de Normandía ocupan un lugar muy especial en la historia. Hace 75 años que las fuerzas de los aliados invadían el norte de Francia contra una resistencia feroz del ejército alemán. Sólo en el primer día hubo 10.000 bajas en una batalla sin cuartel. Harían falta algunos meses más de combates sangrientos antes de que los ejércitos aliados llegaran a Berlín para derrocar al régimen de Hitler y declarar que, de una vez por todas, el terror del nazismo había terminado. Esta semana, los dirigentes de esa antigua Alianza volverán a Francia para rendir homenaje a los que lucharon y a los que murieron durante el conflicto. Sin embargo, la unidad de los líderes que se reunirán en Francia esta semana es mucho menos sólida que nunca y Europa se enfrenta a nuevas amenazas tanto externas como internas.

En primera línea de los líderes que estarán en Normandía, el presidente Trump de los Estados Unidos pero, a diferencia de sus predecesores, su hostilidad a la Unión Europea (UE) es bien conocida. En la época de la posguerra, los presidentes llegaron a Europa desde Washington como amigos y aliados. Al final de la Segunda Guerra Mundial fueron los EE UU los que impulsaron la formación de la OTAN para defender Europa con una firmeza implacable contra la Unión Soviética. En plena Guerra Fría, John F. Kennedy visitó la por entonces dividida capital de Alemania para declarar su solidaridad con la frase «ich bin ein Berliner!» (yo soy un berlinés), mientras que 25 años más tarde el presidente Ronald Reagan llegó al mismo lugar para exigir a los comunistas «¡quitad este muro!» que dividía la ciudad en dos. Y en 1989 el Muro de Berlín sí fue derribado, pero desde entonces EE UU tuvo una sucesión de presidentes cada vez más aislacionista –y ninguno más que Donald Trump–.

El actual presidente estadounidense ha marcado sus distancias con Europa de varias maneras importantes. Trump insiste en que los países europeos deben contribuir en mayor medida a los costes de la OTAN, la piedra angular de la defensa europea, y cumplir con los acuerdos de los socios, según el cual cada uno debe aportar un 2% de su PIB a los gastos militares. Mientras tanto, en Helsinki, Trump levantó sospechas cuando se reunió con el presidente Putin de Rusia a espaldas de sus socios en la OTAN sin compartir ninguna información o las conclusiones del encuentro. También hay tensiones en ambas partes en el ámbito del comercio y Trump ha descrito a la UE como un «enemigo» debido a los aranceles que existen para proteger los mercados europeos contra las importaciones procedentes de los Estados Unidos. En particular, el presidente Trump quiere más comercio libre para los productos agrícolas de los EE UU, mientras que Bruselas se empeña en proteger a los productores europeos de la competencia desleal y a los consumidores de alimentos de una calidad frecuentemente cuestionables. En cualquier caso las grietas entre los viejos aliados ya son visibles.

Trump también se ha involucrado en el debate sobre el 'brexit', un elemento muy importante del segundo desafío para Europa, la cohesión interna. Durante una entrevista hace unos días, Trump respaldó al muy euroescéptico Boris Johnson, uno de los candidatos para ser el próximo primer ministro británico, y dijo que el derechista Nigel Farage sería un jefe negociador «excelente» para llevar a cabo el 'brexit'. Sin duda, son sugerencias que, de cumplirse, encajarían mucho mejor con los intereses de los Estados Unidos que los europeos. Afortunadamente, el caos del 'brexit' ha servido para romper las ambiciones de otros partidos en Europa que promovían políticas euroescépticas y querían seguir el mismo camino que el Reino Unido. Incluso líderes populistas como Marine Le Pen, Matteo Salvini y Victor Orban ya dicen que su objetivo es «permanecer y reformar» las instituciones de la UE en lugar de salir del bloque de los 27 por una razón sencilla: una cohesión mayor entre los estados miembros será imprescindible si el continente quiere prosperar en el siglo XXI. Es inevitable que en las próximas décadas tres potencias globales –los Estados Unidos, China y la India– van a dominar la economía global. Europa debe decidir si quiere ser un cuarto poder. En solitario, ningún país europeo será capaz de defender su interés o incluso competir con los gigantes. Pero juntos, una Unión Europea cohesionada de más de 500 millones, con un mercado único y una política coherente de defensa, sí puede sobrevivir y prosperar. Las playas de Normandía y la presencia del presidente Trump esta semana nos recuerda que tenemos varias opciones y que tenemos que eligir: volver a la fragmentación del pasado, a merced de superpoderes, o forjar una Europa más cohesionada para enfrentar el futuro.

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