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Meghan Markle y el príncipe Harry se besan a la salida de la capilla de San Jorge, en Windsor.

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Meghan Markle y el príncipe Harry se besan a la salida de la capilla de San Jorge, en Windsor. Efe

Meghan Markle y el príncipe Enrique, marido y mujer

Boda real en Windsor ·

Una bella ceremonia y los vítores de decenas de miles de personas en Windsor consagran un moderno matrimonio en la monarquía británica

Íñigo Gurruchaga

Londres

Sábado, 19 de mayo 2018, 08:12

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El príncipe Enrique, nieto de la reina Isabel II y sexto en la línea de sucesión a la corona británica, y la exactriz estadounidense Meghan Markle ya son marido y mujer tras una bella ceremonia religiosa en el castillo de Windsor, en torno al cual decenas de miles de personas se han congregado en una gran fiesta de celebración de una boda que era calificada en la televisión pública de Reino Unido, BBC, como moderna y la más universal en la historia.

El novio llegó antes de las 13.00 horas a la capilla de San Jorge del castillo de Windsor, donde le esperaban ya los invitados al enlace real. Vestido con su uniforme militar, estuvo acompañado a su llegada por su hermano, el duque de Cambridge, que ha sido el padrino y el encargado de llevar los anillos que se ha intercambiado la pareja. Los príncipes Enrique y Guillermo han sido de los últimos miembros de la familia real en entrar en el templo religioso, antes de que lo hiciera la reina Isabel II y, poco después, la novia.

En un soleado mediodía, Markle, nombrada duquesa de Sussex por la reina Isabel II, ha llegado a la capilla de San Jorge en un Rolls-Royce Phantom IV, acompañada de su madre Doria Ragland, desvelando el sencillo y elegante vestido diseñado por la británica Clare Waight, modista de la casa Givenchy, con velo, escote barco y el pelo recogido coronodo por una tiara, mientras que Enrique de Inglaterra vestía uniforme de gala militar. Markle ha sido acompañada, en ausencia de su padre por enfermedad, por el príncipe Carlos hasta su encuentro con Enrique. Ha pronunciado el 'I will' (lo haré) cuando el obispo de Canterbury, Justin Welby, ofició los votos. Apartándose de la tradición real, Enrique ha aceptado un anillo matrimonial de su ya esposa y lo lucirá en su vida cotidiana.

El día, de agradable temperatura, ha sido calentado por la homilía de Michael Curry, el obispo presidente de la Iglesia Episcopaliana, la rama de la Iglesia de Inglaterra. El contraste entre sus palabras sobre el poder del amor- 'ama a Dios y ama a tu vecino, eso es todo'- y su estilo, más apasionado de lo que se espera en un anglicano, introdujo el color y el calor americanos, acentuado con la interpretación posterior de 'Stand by me' por un coro de gospel.

Pompa

En las calles de Windsor, decenas de miles de personas- se estima que pueden ser cien mil- se han congregado ante el castillo con vestidos elegantes propios de un invitado, con sus ropas habituales y modestas, con abundancia de colores de la bandera británica. Una fiesta para todas las edades, con bandas de música entreteniendo la espera, con policías ovacionados por la masa cuando se desplazan en grupo.

El remate de la jornada pública ha sido el recorrido de los recién casados, en un landó Ascot, por el borde del pueblo de Windsor con el gran parque junto al castillo y el regreso por el Long Walk, el camino largo. Los vítores y el agitar de banderas británicas, estadounidenses, canadienses, jamaicanas o ganesas confirmaba la popularidad de la pareja y las ganas de fiesta, y de ver el gran espectáculo de la pompa militar y ceremonial británica.

Los duques recibirán en el castillo a sus invitados, entre los que se encuentran miembros de la familia real, amigos personales, famosos habituales- como los Beckham, los Clooney, Elton John o la presentadora de television americana Oprah Winfrey-, así como otros menos frecuentes, como el cantante James Blunt, amigo de Enrque, y amigas de Markle, cuya madre es la única miembro presente de su familia. Al atardecer, doscientos invitados disfrutarán de una fiesta en la mansión Frogmore con el príncipe Carlos de Gales como anfitrión.

Imagen. Miles de personas aclaman a los novios en Windsor..
Imagen. Miles de personas aclaman a los novios en Windsor..

Nuevos aires para la realeza británica

No hay ejemplo de boda real reciente que ofrezca mejor comparación con los cuentos de hadas. Meghan Markle, una actriz de poca fama, estadounidense, mulata, hija de divorciados sin fortuna y ella misma con un matrimonio roto, no podía, a sus 34 años, esperar que besaría a un príncipe, que la llevaría al altar. Pero en una cita a ciegas, en julio de 2016, conoció a Harry, al príncipe Enrique.

Atrás quedaron los tiempos en que una divorciada estadounidense -Wallis Simpson, cuya boda con Eduardo VIII le obligó a abdicar en 1936 después de un breve reinado de 11 meses- podía hacer temblar los cimientos de una institución que ha presidido la vida del país desde la noche de los tiempos, con una breve interrupción en el siglo XVII.

Markle es la primera mulata de la familia real que se recuerda, acercando más que nunca el palacio de Buckingham a los barrios jamaicanos de Londres, donde el enlace ha despertado también interés. «Está muy bien que esta persona llegue a la familia real, nos da sentido de pertenencia», declaraba la tendera caribeña Esme Thaw en su comercio de Brixton, el popular barrio de Londres.

La boda es una gran operación de relaciones públicas para la Casa Real británica, que podía haber optado por la privacidad que sus jóvenes miembros suelen reclamar, pero que ha preferido echar mano de la pompa y circunstancia que la hacen atractiva.

La ceremonia religiosa consagra la boda como parte de la dinastía de la Casa de Windsor y en la Iglesia de Inglaterra. Pero es la boda del hijo de Diana, que con 13 años caminó por el centro de Londres tras el féretro de su madre, observado por medio mundo. La repercusión de este enlace no relevante en la línea de sucesión se entiende como eco de aquella conmoción.

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