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Retrato de Ventura de la Vega (Wikimedia Commons CC-PD) y sopas de ajo (Flickr, CC BY2.0)
Oda a las sopas de ajo
Gastrohistorias

Oda a las sopas de ajo

El escritor Ventura de la Vega dedicó una poesía a las sopas más tradicionales de la gastronomía española, un homenaje lírico-culinario que tuvo hasta música y partitura

Sábado, 8 de septiembre 2018, 07:16

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No hay duda. Las sopas de ajo, cuando están bien hechas (espesitas, gelatinosas, sabrosonas) y hay frío en el estómago son seguramente el alimento más reconfortante del universo. Pero difícilmente podríamos imaginarlas como fuente de inspiración lírica. Su carácter sencillo y populachero, amén de su ligera tendencia a acompañarnos durante toda la tarde, parece que no combinan bien con la poesía ni las musas pero hubo un tiempo en el que la reivindicación castiza y el sentido del humor convirtieron a la humilde sopa de ajo en protagonista de una famosa composición.

Sería el escritor y dramaturgo de origen argentino Ventura de la Vega (1807-1865) quien decidiera plasmar los perjúmenes de esta sopa en una poesía que, para más inri, recibiría después música de mano del maestro José María Casares. Miembro de la Real Academia Española desde 1845, Ventura de la Vega compuso en fecha indeterminada esta oda sopera que solamente se hizo célebre bastante después de su muerte. En junio de 1890 el gastrónomo Ángel Muro la recogió en su popular serie de 'Conferencias Culinarias' como curiosidad y de ahí pasó a las páginas de su fenomenal recetario 'El Practicón', con partitura incluida.

Partitura de las sopas de ajo musicales.
Partitura de las sopas de ajo musicales. Almanaque de Conferencias Culinarias (Ángel Muro, 1892)

Con el título de «sopas de ajo musicales» o «sopas de ajo inmortales» la dichosa poesía apareció en numerosas publicaciones de la época, y aunque un poco cursi es una simpática receta en rima. En memoria de Ventura de la Vega, el argentino amante de las sopas, les dejo aquí los versos completos y la primera parte de la partitura, por si se animan a ponerle ritmo.

Cuando el diario suculento plato,

base de toda mesa castellana,

gastar me veda el rígido mandato

de la Iglesia Apostólica Romana,

yo, fiel cristiano, que sumiso acato

cuanto de aquella potestad emana,

de las viandas animales huyo

y con esta invención lo sustituyo.

Ancho y profundo cuenco, fabricado

de barro (como yo) coloco al fuego;

de agua lo lleno; un pan despedazo

en menudos fragmentos, lo echo luego;

con sal y pimentón espolvoreado,

de puro aceite tímido lo riego;

y del ajo español dos cachos mondo

y en la masa esponjada los escondo.

Todo al calor del fuego hierve junto,

y en brevísimo rato se condensa,

mientras de aquel suavísimo conjunto

lanza una parte en gas la llama intensa:

parda corteza cuando está en su punto

se advierte en torno, y los sopones prensa;

y colocado el cuenco en una fuente,

se sirve así para que esté caliente.

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