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Iciar Bollaín da indicaciones a Edlison Manuel Olbera Núñez, el niño que hace de Carlos Acosta.
'Yuli', el niño negro que no quería bailar

'Yuli', el niño negro que no quería bailar

Icíar Bollaín sube al espectador a las tablas del teatro en este atípico biopic sobre el bailarín cubano Carlos Acosta

Iker Cortés

Madrid

Martes, 11 de diciembre 2018, 18:02

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No es un biopic al uso. A fin de cuentas, ¿qué biopic cuenta entre las filas de su elenco con el protagonista de la historia? Icíar Bollaín (Madrid, 1967) sabe que tiene algo especial entre las manos, incluso a pesar de que la vida del bailarín Carlos Acosta bien podría enmarcarse dentro de uno de esos arcos argumentales de superación y sacrificio que abundan en este tipo de biografías ficcionadas. Pero en 'Yuli' -así es como lo llamaba su padre y así es como se llama la película que llegará el 14 de diciembre a los cines- hay algo «poco común», reflexiona Bollaín. Para empezar porque traza el retrato de un niño que no quería bailar y acabó convirtiéndose en una de las grandes estrellas de su generación. Y luego está el componente racial que envuelve toda la película: hijo de un camionero negro y biznieto de un esclavo, Acosta acabaría protagonizando 'Romeo y Julieta' en el Royal Ballet de Londres, un papel reservado hasta entonces para bailarines blancos.

Dice la cineasta madrileña que a menudo este género cinematográfico corre el peligro de resultar «plano» porque acostumbra a abordar la vida del protagonista de una forma más bien lineal. Su película trata de romper con esa norma no escrita. Lo hace colocando al Acosta real ya de vuelta en La Habana. Tras una vida llena de éxitos, el bailarín ha abierto una compañía con su nombre -un detalle extraído de la realidad que incluso permite a la directora jugar con la ruptura de la cuarta pared- y se encuentra ahora coreografiando su propia vida. Así, el largometraje va intercalando la narración tradicional, que aborda cómo aquel niño aficionado al breakdance dejó las calles, por empeñó de su padre, ingresó en la Escuela Nacional de Ballet de Cuba y acabó triunfando en los escenarios de medio mundo, con la traslación de ciertos momentos y emociones de su vida al territorio de la danza.

Y es en ese acercamiento donde la mirada de Bollaín sorprende. «Fue un reto total», admite la directora, que decidió evitar los teatros llenos y apostar por el tono intimista que ofrecen los ensayos. Dado que el baile es movimiento, hubo que encontrar el lugar idóneo donde colocar la cámara. «En el patio de butacas la acción hubiese resultado demasiado plana, pero con los planos cortos propios del cine se perdía el movimiento», añade. Al final tiró por la calle del medio y, con la ayuda del director de Fotografía, Álex Catalán, puso «una steadycam a bailar con ellos». De esta forma el espectador sube al escenario, «lo que le permite ver a los bailarines de cerca, sentirlos, escuchar su respiración y el repiqueteo de sus pies sobre las tablas», explica la madrileña.

«Era una negociación entre el camarógrafo y nosotros. Él debía entender por dónde iba la coreografía y nosotros debíamos olvidarnos de su presencia», explica Acosta. Para el cubano ha sido «muy doloroso» revivir su historia. No en vano escribió 'Nunca mirar atrás', la autobiografía en la que se ha inspirado el guionista Paul Laverty para la película, «como una especie de terapia para dejar todo ese pasado». Al participar en 'Yuli', se encontró nuevamente reviviéndolo todo y, en especial, la relación con su padre, Pedro Acosta, que vertebra todo el largometraje. Pedro inculcó en aquel joven el amor por sus raíces y también el valor del esfuerzo, un esfuerzo que, entendía, debía ser triple por el color de su piel. Pero también le acabó propinando tremendas palizas que se llevan a la película en forma de danza. Carlos encarna en esa coreografía a su padre. «Tuvimos que parar la tercera vez porque se me saltaban las lágrimas, me salí del libreto y parecía que el espíritu de mi padre se había apoderado de mí», confiesa.

Carlos Acosta, en una imagen promocional.
Carlos Acosta, en una imagen promocional.

Pese a todo, no queda rencor alguno. «Mi padre es bello. Me daba golpes pero porque a él le dieron golpes, porque es como se impartía disciplina en aquella época. Hizo lo imposible para que yo tuviera una vida mejor, con un resultado que yo jamás pude soñar», señala. Y vaya si lo consiguió. Procedente del barrio de Los Pinos, una zona periférica de la capital donde apenas había artistas -«Yo no sabía ni lo que era el ballet ni la danza clásica», explica- y se vivía sin un duro en el bolsillo, Acosta recuerda ahora la ingenuidad de quien daba entonces sus primeros pasos. Cuenta anécdotas que se mueven entre lo cómico y lo desgarrador como que al llegar a Londres con 18 años descubrió que la compañía ingresaba su nómina en un sitio llamado banco o esa sensación de aislamiento que le embargó al asistir a los primeros ensayos generales siendo el primer bailarín y sin saber una palabra de inglés. «Adaptarte a esas cosas te llena de dureza, por eso he llegado a donde he llegado. La soledad hizo que yo tomara el ballet como un refugio. No tenía a nadie, pero tenía una cosa que se llamaba ballet, era mi mejor amigo».

Hay mucho de esa soledad y de esa nostalgia hacia Cuba en el metraje de 'Yuli', pero «mereció la pena», dice quien regresó a La Habana para abrir su propia escuela de danza, hace un par de años. «No se trata de que le debiera nada a mí país, al fin y al cabo la educación gratuita era para todos y solo yo llegué a donde llegué con el esfuerzo y el talento personales, pero estoy muy agradecido a Cuba por darme la posibilidad de hacerme el bailarín que fui», concluye.

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