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Estampa de Picos de Europa.
Picos, un balcón moldeado por el hombre

Picos, un balcón moldeado por el hombre

El Parque Nacional es un reducto donde prima un constante remanso de paz en el que la ganadería ha cedido espacio al turismo y ha modificado la forma de vida

juan lópez

Viernes, 6 de enero 2017, 12:10

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Es muy difícil encontrar puntos en común entre el paisaje desértico de Arizona y los suelos húmedos del valle de Valdeón, en la vertiente leonesa de los Picos de Europa. Pero muchos de sus paisanos, por extraño que parezca, han convivido en ambos territorios. Algunos de ellos los aman por igual. Pero la tierra tira, y varios volvieron a la montaña. Es fácil encontrarse en un paseo a una decena de ganaderos jubilados que pasó una etapa de su vida no muy lejos del Gran Cañón, que recuerdan con orgullo. Una copla popular leonesa reza: Yo nací en la montaña y morir quiero en ella, por ser sus aires más puros y estar más cerca del cielo. Y en Valdeón hay buenos ejemplos.

Lo sabe bien, y así lo hizo, Tino Marcos, quien el 23 de septiembre de 1970 salió de Posada de Valdeón, con un contrato bajo el brazo, para alcanzar la ciudad americana de Flagstaff y trabajar con un gran rebaño de ovejas. Conocía a un hombre de aquí que ya trabajaba en Arizona. Estuve tres años con ovejas, pero luego también me dediqué a los restaurantes, trabajé en plantas nucleares y en la construcción, rememora con un cierto tono norteamericano y mientras disfruta de un plato de lomo bañado en queso de Valdeón.

En 1993 regresó a su pueblo, agradecido por siempre por el trato de los americanos y con un montón de anécdotas en el zurrón. Como él, lo hizo el 80 por ciento de los habitantes del valle, radicado con excelsa belleza entre los macizos del Cornión y de Los Urrielles, donde se encuentra la ultrafamosa garganta del Cares y el pico más alto de todo el sistema, Torre Cerredo (2.650 metros).

Picos de Europa, balcón de la Meseta, siempre fue una tierra marcada por la emigración. Eso motivó una potente iniciativa de sus habitantes por emprender. Por eso, se dice que es un tesoro natural moldeado por el hombre para adaptarlo a su forma de vida, principalmente ganadera, lo que ha dejado el monte sembrado de invernales abandonados, edificios que servían para cobijar a los animales. Un paraíso elevado a símbolo de quietud; un reducto donde prima un constante remanso de paz en el que la actividad de vacuno ha cedido espacio al turismo, en ocasiones intensivo debido a los 12 kilómetros de la ruta del Cares, la más transitada de España, que une la localidad asturiana de Poncebos y Caín, otro de los pueblos de renombre de Picos. Ha pasado del semiabandono -iniciado hace dos décadas en la cercana Caín de Arriba- al impulso del turismo, con casi más bares y alojamientos que viviendas.

Entre las modificaciones del hombre figuran las incluidas en la declaración de Parque Nacional, aprobada en mayo de 1995, por el que se protegía a 64.660 hectáreas de Castilla y León, Asturias y Palencia, si bien 25.000 de ellas corresponden sólo a dos ayuntamientos leoneses: Posada de Valdeón y Oseja de Sajambre.

Una niebla de verano

Dicen los mayores que si en San Juan se mete la niebla, la habrá todo el verano. Este año la hubo, recuerda Tino. Casi antes de justificar este dicho de Valdeón, un frescor comienza a entrar por la garganta del Cares y a media tarde había ocupado la hoya y enfriado la temperatura de un valle, que varía entre los 500 metros de Caín y los 900 de Posada. Sus ríos, como el propio Cares o el Sella, nacen en León y desembocan en Asturias y forman parte del conocido perímetro de Castilla y León y de la Confederación Hidrográfica del Cantábrico.

Pero Picos de Europa es algo más que un paisaje espectacular desde el que no es difícil avistar, con la ayuda de prismáticos, alimoches, buitres leonados y negros, águilas comunes, gavilanes o azores. Sus espacios emblemáticos de Barbujo, Moeño y Collado Jermoso o sus miradores de Pandetrave, Panderruedas, Tombo o Piedrashitas (ahora algo deteriorado) configuran un sistema de montañas en el que lo más importante es su gente. Estas tierras están pobladas de paisanos que salieron en busca de una oportunidad para cambiar su vida, rodeada de miseria, como afirman Felipe Campos y Julio Martínez, dos de los guardas de Valdeón y Sajambre. Entre ellos, queseros, ganaderos y hosteleros que impulsan cualquier actividad vinculada al turismo, pilar básico hoy en día de Picos, con marcada cultura asturiana, incluso en el acento.

Los dos guardas, que recorren la ruta del Cares en una soleada mañana hasta el puente de Los Rebecos, símbolo del camino, recuerdan que la senda se construyó entre 1941 y 1946. Antes se tardaba en cruzar la garganta 24 horas. Y a paso ligero. Todas las familias lo hacían porque estaban más cerca que de León y les proporcionaban los servicios, explica Julio el Cainejo, quien recuerda que salvó a un hombre que cayó al agua allí abajo, indica.

El puente de Los Rebecos, que sustituyó hace años al primero de hierro, traído de Bilbao, ayuda a unir dos regiones y es utilizado por muchos turistas que ocupan un par de horas en cruzar. Muchos de ellos extranjeros. Les encanta venir, sobre todo a los holandeses, resalta Felipe. No es de extrañar que premiaran al rebeco con el nombre del puente más conocido del Cares, pues la población se alimentaba principalmente a base de este animal de cuernos en garfio. Los cazadores venían, pagaban y se llevaban el trofeo. Pero dejaban el resto en el monte, narra Julio.

El abandono del tilo

Poco antes de atravesar en Kadjar el desfiladero de La Hoz se encuentra la cascada de La Jarda, una bella figura de agua que se puede tocar, ver y oler, como todo el valle de Valdeón. Más si el visitante se adentra en el monte de Corona, donde se encuentra el Chorco de Los Lobos, que los antiguos pobladores utilizaban para engañar y empujar al depredador hacia una trampa donde darle muerte. Una estrategia de caza citada por el escritor Julio Llamazares en Luna de lobos (2001). Este monte, hasta no hace mucho, ofreció también un recurso económico a muchas familias con el tilo, utilizado para medicina. Se pagaba a mil pesetas el kilo hace 30 años, con un kilo de producción por árbol. Quien tenía 700, recibía 700.000 pesetas, que era un dineral en aquella época, relatan los guardas. Hoy en día, los tilos abundan en Picos, pero su actividad está desaparecida.

Camino de Cordiñanes, pasando Posada, un grupo de jubilados concluyen su paseo con la fresca, ayudados con una vara cada uno. Se encuentra con los mellizos José y Amadeo, ganaderos de 75 años, que se dirigen a segar un poco de hierba para el medio centenar de vacas que poseen. Se sientan sobre un muro de piedra y arrancan, entre risas y recuerdos, una conversación centrada en su sueño americano, pues todos ellos emigraron a Estados Unidos. Alguno, como Abel, se quedó y ahora cuenta con una de las empresas líderes del sector cárnico en la ciudad de Los Ángeles; otros reinan en la construcción.

Cuidando animales también estaban los mellizos, tanto en Posada como en Arizona y en California, dos habitantes muy peculiares y conocidos en todo el Valle. Se quejan del abandono de las administraciones a la hora de limpiar y desbrozar los montes, porque los animales no tienen ni donde bajar el hocico para pastear. Tras afilar la guadaña con la piedra y la gachapa, empieza un movimiento acompasado que otrora dio de comer a muchos niños. Mientras siega, cambia de tema y muestra su preocupación por los daños que causan los lobos a la ganadería. Yo pondría un lobo en Canadá y otro en Francia. Los dos machos, y que la naturaleza decidiera, ironiza José. No en vano, tiene perjudicada una pierna por un coz de un animal al que curaba tras ser atacado por un lobo.

De queso en queso

Llegar a Posada y no pensar en Queso de Valdeón es prácticamente imposible. Leticia Alonso recibe y muestra la fábrica de Queserías Picos de Europa, su elaboración y la tienda. Un producto que se maduraba en cuevas, con humedad y oscuridad, para protegerlo de la mosca, y que presenta una mezcla de leche de vaca y cabra de ganaderos de toda la provincia leonesa, unos 306.000 kilos al año. El queso azul es muy típico de Picos de Europa, comenta esta joven, quien explica qu también Cabrales, al otro lado de los macizos, elabora este exquisito producto montañés.

La planta cuenta con 15 empleados. Ana Isabel es una de ellas. Con una maña que demuestra las miles de ocasiones que lo ha hecho, envuelve el queso en hoja de plágano. Un toque que contribuye a su maduración y que empezó cuando aún no había bolsas. Lo envolvían para no manchar el zurrón, reitera Alonso. Se trata de la única empresa que se encuentra dentro de la IGP Queso de Valdeón, una evolución que va ya por la tercera generación. En la actualidad se exporta el 70 por ciento, principalmente, que casualidad, a Estados Unidos, donde el bisabuelo de Leticia ya emigró a principios del siglo XX y abrió el camino a los valdeoneses. Pueden presumir, además, de que estudios científicos han demostrado la presencia en el queso de compuestos anticancerígenos.

Al otro lado del macizo occidental, o de Cornión, se encuentra Tita Quesos Artesanos, de la asturiana Carmen Menéndez, que llegó a Oseja de Sajambre desde la cuenca minera por su interés para poner en marcha una quesería artesanal, como lo hacían las abuelas, encontrar sabores que ya no existen. El pueblo ya contaba con una infraestructura, pero parada, con lo que se ahorró parte de la inversión. Más de un año después, esta ingeniera de energías renovables recalca que su pilar es la leche de vaca y cabra de la zona, que únicamente se alimenta de pasto. Sólo trabajamos con producto crudo y al queso se echa sal marina y cuajo natural y se recubre con una corteza de moho natural. Lo tratamos con mucho cariño y trabajo hasta la venta, explica. El 90 por ciento lo vende en la comarca y el resto en tiendas especializadas de Oviedo y León. Hemos tenido muy buena aceptación porque es una tierra quesera de toda la vida. Su proyecto pretende ampliarse con la posibilidad de madurar el queso en cuevas, pluralizando los aromas y sabores.

David González Siero, del Hostal Abascal en Posada, ejemplifica otra de las necesarias iniciativas privadas. A veces se multiplica. Ofrece comidas y raciones para los que hacen rutas y conocen la zona, a cualquier hora y sin condiciones. Recientemente organizó una caravana del amor con numerosa asistencia. Cuenta con servicio de taxi y 4x4 y la colaboración con una empresa de turismo activo para facilitar a sus clientes lo que ellos demanden, sin incrementar el precio. Yo hablo con ellos directamente y los clientes se aprovechan. Si así consigo que estén una noche más, pues genial, sostiene. Esa firma es Tobaventura, de Daniel Martínez, que llegó de León capital por su pasión hacia el barranquismo, la espeleología, las rutas o la vía ferrata, que atraerá turismo de altura a la zona. Todas estas actividades las organiza y facilita a un cliente principalmente poco especializado. El 80 por ciento son extranjeros, sobre todo holandeses.

Un loco de las alturas

También al sector hostelero se dedica el asturiano Julio Cernuda, de Santa Marina de Valdeón, el primer pueblo del valle. Le dio el sí a un albergue sin haber pisado nunca el pueblo. Llevo aquí 12 años porque estoy enganchado al entorno, certifica. De hecho, pocos conocen las alturas como él. Se dedica a la alta montaña y es corredor de trails, carreras que durante horas recorren las zonas más abruptas de los sistemas montañosos. Él mismo organiza la Transvaldeónica, que se celebra el último fin de semana de agosto, con 300 inscritos, con 28 kilómetros y 4.200 metros de desnivel.

Puede presumir de haberse clasificado en 2015 entre los diez primeros en el Tor des Geants, en los Alpes, la carrera que está considerada más dura. Son 330 kilómetros, con 48.000 metros de desnivel acumulado. El ganador empleó 80 horas, con sus días y noches. Ha fichado por el equipo inglés Montane, lo que le permitió volver a disputar el 11 de septiembre esta emblemática carrera, para la que se preparó casi a diario en Picos y en la que una lesión le impidió luchar por el triunfo cuando transcurría entre los primeros. Como correr aquí no hay nada en España, ensalza Julio. Me gusta un recorrido con desnivel y técnico, sinuoso. Pero con control. Ya me he pegado varias leches, ríe, rodeado de un entorno idílico que acompaña a la felicidad...

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