La menor Amargura para León
La Real Cofradía de Minerva y Veracruz pone en la calle hasta siete pasos para hacer disfrutar a la ciudad de la pura esencia de su Semana Santa de la mano de miles de papones y una de las penitenciales centenarias de la capital
Fue la noche menos amarga que se recuerda en Minerva; más bien, todo lo contrario.
León se lanzó a las calles al paso de una de sus centenarias. No cabía nadie más en las calles, abarrotadas como en los buenos tiempos, y deseando ver la muestra del patrimonio que la Real Cofradía hace cada Miércoles Santo.
La Procesión Virgen de la Amargura no cumplió con su nombre, al menos en lo ambiental. Los pasos sí mostraban la pasión y muerte de Jesús y a una madre desconsolada ante su hijo yacente. Sin embargo, la capital ebullicía como en sus grandes noches, siempre al ritmo de una de las negras.
La noche de la Amargura
La Real Cofradía de Minerva y Veracruz llevó a la capital hasta siete pasos. El toque de ronda fue el paso previo al titular. El Lignum Crucis, con su reliquia de la cruz de Liébana, abría el cortejo entre una marea de capillos negros de decenas de manolas que se sumaban a esta procesión.
Tanta éste, como el siguiente, el Santo Cristo Flagelado del Amparo y la Caridad, surcaban León bajo los hombros de sus braceros, que volvían a sentir lo que significa una buena puja, y lo hacían guiados por la Agrupación Musical de Angustias y Soledad.
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Nuestro Padre Jesús de la Humillación y la Paciencia mostraba a un cristo afligido, a punto de ser llevado a la cruz, la cual cargaba ya la siguiente talla: Nuestro Señor Jesús de la Salud, acompañado por el romano que le guiaba el camino al calvario. Las noatas de la Agrupación Musical del Santo Cristo de la Bienaventuranza levantaba aplausos en cada baile de estas dos tallas al unísono.
Respondió y de qué manera Minerva al reto de regresar a las calles. Con cada paso, decenas de braceros suplentes acompañaban, mostrando las ganas que había en la sacramental de volverse a sentir papones.
Final de la pasión
Ya desde la cruz, el Santo Cristo del Desenclavo anunciaba la muerte. Y, tras él, lo hacía una desesperada madre, llegada desde Olot, con el paso de Nuestra Señora de la Veracruz. Al paso por la plaza de Don Gutierre, el sonido de la saeta, de la Banda de Jesús Divino Obrero, encogía los corazones y abría los oídos de las cientas de personas que allí aguardaban el paso de las siete tallas.
Y cerró la que daba nombre a la procesión. La Virgen de la Amargura, en gesto de súplica, ponía punto y final a su acto penitencial de la mano de la Agrupación Musical del Gran Poder.
Así vivió Minerva su regreso; así regresó la Veracruz a León. Hubo que esperar, demasiado, pero el Miércoles Santo se volvió a teñir de negro aunque este año la amargura solo estuviera sobre los tronos.
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