Residencias y covid 19

Diálogo y entendimiento, dos palabras fáciles de pronunciar y a veces difíciles de poner en práctica

Miércoles, 16 de diciembre 2020, 14:20

Esta maldita anormalidad nos ha obligado a reinventarnos en todos los aspectos de nuestra vida cotidiana, nos ha obligado a cambiar los hábitos y costumbres, nos ha mediatizado hasta el punto de no reconocernos ni cuando nos miramos a un espejo.

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Nos ha cambiado a todos, a los que han sufrido o sufren el rigor de una enfermedad cruel, a los que soportan en soledad los aislamientos preventivos, a los sectores económicos, nos castiga en una de las facetas fundamentales de la persona, somos seres sociales, vivimos en grupo, en familia, es parte de nuestra esencia, una esencia que nos ha ayudado a llegar hasta aquí, un hecho clave para que un bebé pueda sobrevivir, y un anciano seguir viviendo. Ese anciano que se sacrificó para que nosotros viviéramos mejor y que ahora descansan en residencias de la tercera edad.

Y es de estos últimos de quienes quiero hoy hablaros, de esos con los que tenemos una deuda eterna, de los guerreros en época de descanso, de los que son más débiles y también de sus familias, que sufren la dureza de una enfermedad y la intransigencia de un protocolo que sin duda hay que revisar.

Escribo hoy, porque de mis reuniones con las plataformas sociales de afectados por la gestión de las residencias de ancianos, me ha llegado el lamento de las familias que sufren con nuestros mayores el aislamiento excesivo de un sector que ha buscado en ocasiones una rentabilidad económica de una actividad, que debería ser, hoy más que nunca, un servicio público asentado en el bienestar de nuestros padres y abuelos.

Ellos piden una revisión del protocolo donde no se castigue a los afectados y a sus familias con la incomunicación, sino que se les premie, con el rigor que sea necesario, con la cercanía familiar y el contacto que marque un protocolo preventivo y definido que haga del mismo una actividad segura. Quieren saber qué está pasando en el interior de las propias residencias, quieren que se investigue, no sólo para buscar responsabilidades sino también para evitar volver a repetir los errores de anteriores en las mal llamadas «olas», quieren trasparencia para que se sepa quién tiene buena praxis y quién no, desean que los partes de situación que se trasmiten tengan la fiabilidad máxima y piden que las ratios de atención a nuestro mayores sean repensados y adaptados a una situación de emergencia como la que estamos viviendo.

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Piden muchas cosas, todas ellas lógicas, gracias a que poseen el conocimiento que da el sufrimiento de padecer una situación anormal, en un tiempo anormal y con administraciones públicas y privadas, más preocupadas por oscurecer que por trasmitir una información veraz. Pero sobre todo lo que piden y exigen es humanidad, humanidad para mejorar el trato personal de nuestros mayores, humanidad para que sepamos en todo momento cómo están, humanidad para poder mantener cercanía y seguridad, y piden humanidad para que nadie se quede en el camino física y mentalmente.

Y no piden nada que no querría cualquiera en su situación, porque cerrar los ojos a esta realidad es cruel y nuestros padres y abuelos ya no merecen esto, merecen la atención y cariño de sus familiares, tienen derecho y, sobre todo, necesidad de poder ver a sus hijos, a sus nietos, a su familia, porque la soledad y el aislamiento no puede ser una opción, no en los últimos años de una vida.

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Lo más triste de todo, es que lo que gritan y suplican es que necesitan que quien toma las decisiones les escuche, que la clase política se siente y preste atención a lo que demandan, en definitiva, lo que nos están diciendo es que nunca una sociedad avanzó sin que la política y la sociedad dialoguen y compartan el peso de las decisiones. Diálogo y entendimiento, dos palabras fáciles de pronunciar y a veces difíciles de poner en práctica.

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