La murga de la extrapolación

La campaña de Madrid ha demostrado que lo de menos son las ideas y lo de más los eslóganes afortunados

Eduardo Fernández

Miércoles, 5 de mayo 2021, 10:45

Las elecciones autonómicas madrileñas han introducido algunas variables en la cultura política española, que van a tratar de utilizar los partidos políticos en todos los sitios, León incluido. O si no las han creado, las han cambiado suficientemente como para dar sensación de novedad. Ya saben ustedes que los politólogos servimos para poner nombres sobreesdrújulos a realidades sociales que cualquiera de ustedes describiría con mayor sencillez y clarividencia. Pero cuando una disciplina trata de ganarse un sitio en el Olimpo de las ciencias, a falta de método científico experimental se llena de jerga incomprensible y la Ciencia Política no iba a ser menos. Hoy es el día del intrusismo profesional. Los politólogos tenemos que hacer una carrera de cuatro años y luego colegiarnos. Existe el Colegio Oficial de Ciencias Políticas y Sociología, al que religiosamente pago mi cuota colegial sin chistar, porque se la ganan sobradamente defendiendo la profesión como pueden. Pero como sucede con los entrenadores de fútbol y con los virólogos, cada ciudadano lleva un politólogo dentro y lo mismo pontifica sobre el cambio del sistema electoral sin saber cuántos componentes tiene éste, que hace una extrapolación de las elecciones madrileñas hacia arriba, para las generales, y hacia abajo, para las locales a la Junta Vecinal de Antimio de Abajo.

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Total, es como cuando los economistas fallan las predicciones; todo el mundo está ya en la siguiente crisis y no se recuerda el fiasco de los fallidos profetas, lo que para Tezanos será un alivio, porque si no, alguien querría azotarle hasta que sangrara, que diría ese dechado de coherencia en fuga que es El inquilino de Galapagar por excelencia (la mayúscula es imperativa, como en el caso de Mi persona para referirse a Sánchez). Y hablando de murgas, las que personalmente he oído del fugado sobre las puertas giratorias de la política. Después de nunca dejaré mi casa en Vallecas -hasta ahí le persigue el triunfo popular- llega «las puertas giratorias son una forma legal de corrupción, que las grandes empresas utilizan para comprarse exministros y expresidentes, son un peligro para la democracia», afirmación del 24 de abril de 2019. Vamos a ver qué puerta escoge y cuánto le dura, no vaya a ser que prefiera no volver a su plaza de profesor y se busque una de esas puertas giratorias para acabar sirviendo a una empresa con la que embolsarse lo que falta por pagar de la casa sin necesidad del sueldo ministerial de la pareja.

Esta mañana todos hacen extrapolaciones de los resultados de Madrid, lo acercan a lo que quieren y ya habían pronosticado la debacle (esto tampoco se puede aplicar a un CIS abonado al ridículo del descrédito en el que si queda un profesional independiente debería estar hoy clamando contra el servilismo de su jefe con Moncloa). En la jerga politológica se quedó obsoleto lo de la política líquida, que ayer repetían los desfasados de la izquierda intentando tragar aire para explicar su fracaso sin paliativos, y se está imponiendo un término, el de turbopolítica, que hace referencia a las inconsistencias de la dinámica actual, llena de incertidumbre social, siempre acelerada, atacada de posesión absoluta de la verdad -de esa estupidez que se ha impuesto de «mi verdad»- y de considerables dosis de ruido mediático. Lo importante no es hacer, sino hacer ver que se hace. Tampoco pensar, sino excitar la pulsión ajena. La crisis social y económica lo ha exacerbado todo. Y ahora a ver quién baja el suflé. Yo soy experto en torrijas, pero no es suflés. Pero en esto igualo con el gobierno, que tampoco sabe cómo bajar la crisis.

La campaña de Madrid ha demostrado que lo de menos son las ideas y lo de más los eslóganes afortunados. El de comunismo o muerte, no, cómo era, ese me ha encantado. La radicalización de la política se demuestra en la perenne apelación emocional. Pero en malo, lo digo por salvar a los leonesistas emocionales frente a los racionales. No sé si este tipo de política se podría hacer sin la simplificación mental que las redes sociales inducen en el votante medio, ay el votante medio, ese que se estudia como si existiese de verdad. La turbopolítica elemental de hoy se basa simultáneamente en la desinformación y en excitar la cosa del prejuicio en la misma medida que la política tradicional de ayer excitaba con similar fruición el sexismo y la codicia, no crean que esto es un canto a que cualquier tiempo pasado fue mejor. Lo de la desinformación es impresionante, en particular en los grupos de edad que se supone más formados. La mejor generación de nuestra historia tiene de la historia el mismo conocimiento que de la física cuántica. Eso sí de realities y alineaciones de fútbol, como para un doctorado. La manipulación operada por las falsas noticias es más fácil en los que solo se (des)informan por las redes sociales y, claro, esto es terreno abonado para los populismos que se alimentan por los extremos. Porque las zonas templadas de la ideología exigen reflexión y constatación y hoy no hay tiempo para eso antes de votar.

Llevo años dedicado a estudiar la interacción en las ideologías entre ideas políticas y creencias. Pues hemos vuelto a las creencias. Lo que yo creo vale, aunque crea que la tierra es plana, que el capitalismo tiene la culpa de que no tenga cualificación profesional o los inmigrantes de la crisis económica. Que dicen los expertos que eso genera placer cognitivo. Ni idea oigan, pero que engendra gilipollas como montañas, seguro. La respuesta no puede ser la desafección de la política y la desmovilización. Por eso, que el PP gane con una alta participación hace incontestable su triunfo. Con y sin extrapolación, el PP de Ayuso ha arrasado.

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