Del rey a Fernando de Arvizu

Con el recuerdo fresco de Felipe VI al León que alumbró el parlamentarismo, me acuerdo de Fernando de Arvizu y confío en acudir a la siguiente audiencia real de su brazo.

Eduardo Fernández

Miércoles, 22 de septiembre 2021, 09:16

A principios de este desconcertante mes de septiembre el rey ha recibido a la Comisión Académica y Científica del V Centenario de las Comunidades. No de las de Castilla, sino de las Comunidades a secas. Hemos tenido ocasión de departir con el monarca sobre varios temas históricos y la hora larga que hemos compartido con él ha sido muy reveladora. A veces la cercanía, imposible habitualmente, disuelve algunos clichés y lugares comunes y con la monarquía pasa como con todo en la vida cuando se lo conoce, que no deja de producir cierta empatía. Por ejemplo, la primera vez que me tomé un café con un diputado de Podemos constaté alborozado la ausencia de cuernos y cola, así como un aroma a colonia y no a azufre; y él que no me empeñé en envolverle en la bandera de España y atizarle con un rosario todo el rato que estuvimos charlando. Con todo, yo me encuentro más cómodo como los de la Guerra Fría, sabiendo quién es el malo entre los enemigos. Y envolviendo el rosario en la bandera, por cierto.

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Durante un viaje de visita a las tropas españolas desplegadas en el Sahel -espero que no sea el siguiente sitio en que se salga huyendo vergonzantemente dejando a los que se enfrentan a la barbarie integrista solos como en Afganistán- un diputado de Podemos tuvo ocasión de ver que en Koulikoro el ministerio de Defensa (ese que querían cargarse a toda costa) había construido no un bunker o un arsenal, sino una escuela para niños y niñas que, en caso contrario, jamás habrían sido alfabetizados. Sí, también para niñas, lo que no está nada mal a pesar de la amenaza de los bestias de Boko Haram o filiales semejantes, que consideran que el sitio de las niñas está en casa, en la ignorancia y en el sometimiento.

El caso es que la escuela la impulsaron los militares españoles, que a su paso no dejan solo latas de CocaCola como los yankis, sino cultura, y la atendían un maestro maliense y cuatro monjitas colombianas que cualquier día de estos, con las incursiones de los islamistas, terminarán mártires por atender a los varios centenares de jóvenes que se agolpaban en el colegio. Mi colega podemita juró no volver a meterse con los militares y las religiosas nunca más, y es que no hay como huir de los estereotipos para percibir los matices de la vida.

Por cierto, allí estaba un comandante médico de Ponferrada, porque los leoneses tenemos un radar especial para encontrarnos en los sitios más inverosímiles. Conocer a nuestros militares, ver la labor entregada de muchos misioneros católicos y charlar con el rey arrumba muchos de esos estereotipos. Si alguno de los académicos con los que visité Zarzuela entró republicano, salió monárquico.

No desvelo nada inconveniente si digo que, además de lo que nos llevó allí, el rey compartió la preocupación por el revisionismo histórico parcial que pretende borrar la huella hispánica de varios lugares del planeta que, curiosamente, utilizan el español para denostar a España, porque ya se sabe que el guaraní, el aimara, el quechua, el náhuatl y el yanomami son lenguas que se prestan mal para describir el estado idílico, desarrollado y pacífico de la América precolombina antes de que llegaran los españoles a sembrar la discordia entre pueblos que jamás guerrearon entre ellos.

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Y al hablar de los valores democráticos el rey subrayó, fuera de cualquier previsión, el ejemplo que la Curia regia plena de León de 1188 había dado al mundo y recordó sus visitas a nuestra tierra. No me dirán los de inclinaciones leonesistas más abiertas que no está nada mal la cosa, ir por las Comunidades y que el rey ponga como mejor ejemplo a León, Cuna del Parlamentarismo.

En ese momento épico faltaba una persona por una molesta convalecencia y yo quiero acordarme de él hoy. Me dirán ustedes que cuál es la razón para mencionar este asunto particular y tendré que reconocerles que ninguna más allá de la amistad, pero Leonoticias es casa benévola para estas cosas. Faltaba en la audiencia quien lo mismo ha investigado sobre la Curia leonesa que sobre los comuneros leoneses y sobre muchas otras cosas más con erudición, rigor y amenidad al tiempo, que es maravilla que envidio hasta enrojecer, y eso que yo no tiendo al rojo. Faltaba Fernando de Arvizu, catedrático de Historia del Derecho en nuestra universidad, maestro de juristas en León y profesor de los que apenas hay hoy. Mi primera clase en la universidad lo tuvo como docente -sin que imagine un bautismo universitario más teatral con aquella voz, aquella pajarita y aquel bigote nobiliario- y mi tribunal de tesis como presidente. Con Arvizu cometió el PP la mayor ignominia que recuerdo en las guerras de las listas y él la sufrió con la resignación y la caballerosidad de quien está por encima de las nimiedades de la política, porque le importaba León más que una sigla y la universidad más que un cargo.

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Opinaba George Bernard Shaw que un caballero es aquel que da más al mundo de lo que toma de él, y este es el caso de Arvizu. Nadie hubiera vestido esa audiencia mejor que él, nadie hubiera representado a la ULE con más acierto, y nadie hubiera contado alguna anécdota de Carlos V más interesante. Así que, con el recuerdo fresco de Felipe VI al León que alumbró el parlamentarismo, me acuerdo de Fernando de Arvizu y confío en acudir a la siguiente audiencia real de su brazo.

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