Familias de acogida en León
«No todo el mundo vale para acoger a un niño que tiene fecha de caducidad»Rubén y Laura, y Lucía son los ángeles de la guarda de dos niños que están bajo el sistema de Protección a la Infancia de la Junta de Castilla y León y que, en colaboración con Cruz Roja, forman parte del programa de Acogimiento Familiar
No son sus padres, ni sus tíos, ni sus primos, pero se han comprometido a cuidarlos, educarlos y acompañarlos mientras estén lejos de su familia. En la provincia de León hay 72 niños, niñas y adolescentes en familias de acogida y 148 en centros residenciales a la espera de ser tutelados. Unos niños que se encuentran separados de su familia por diversas situaciones -que pueden ir desde incumplimiento a la imposibilidad de ejercer las responsabilidades de la crianza, la educación o el cuidado que se le han encomendado- y que tienen el derecho de vivir y crecer en un entorno familiar saludable.
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Para suplir esa carencia existe lo que se conoce como acogimiento familiar, una forma de cuidado alternativo que prevé el Sistema de Protección a la Infancia basado en la solidaridad de la ciudadanía y que permite a estos menores crecer en un ambiente familiar estable durante un tiempo determinado, teniendo como objetivo el retorno con su familia de origen cuando sea posible. Es la Junta de Castilla y León la entidad competente en materia de protección a la infancia y desarrolla y coordina el programa de acogimiento familiar con la colaboración desde hace 25 años de Cruz Roja y otras entidades sociales.
Rubén Fernández, Laura Estrada y Lucía Haro son esos ángeles de la guarda de estos menores que en un acto solidario y desinteresado ofrecen su hogar a dos de esos 72 niños que se encuentran en situación de desamparo en estos momentos en la provincia de León.
«Es un acto que hacemos por vocación, porque ella lo lleva en la sangre y a mí me gustan los niños y dijimos que antes de tener uno nuestro, ayudamos a los que ya están aquí». Son las palabras de Rubén Fernández, que junto a su mujer Laura Estrada, y pese a su juventud -apenas tienen 36 años- por su casa ya han pasado tres menores. «Empezamos con 28 y seguiremos hasta que nos necesiten», apunta Laura.
«No tengo pensado ser madre y esto me parece una fórmula estupenda y muy poco agresiva para empezar y quedarse con ella, y es una fórmula que funciona», matiza Lucía Haro, una leonesa criada en Badajoz y que desde su vuelta hace cuatro años, no dudó en acreditarse como familia monoparental.
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Rubén y Laura - Régimen de acogida temporal completa
Su primer contacto con el programa llegó por Laura Estrada y su trabajo en el Centro de Protección de Menores 'El Alba', del que se fue con la sensación de que tenía que hacer algo más. Buscó información hasta que dio con la solución que más les encajaba: la acogida.
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«A los 28 años pedimos toda la información, hicimos el curso y vino la primera niña. Estuvo 10 meses, luego paramos para ver cómo llevábamos lo de la despedida y decidimos volver a darnos de alta. Llegó otro niño que estuvo dos años, nos pilló la pandemia, volvimos a parar dos años y aquí estamos ahora», explica Estrada. Y aquí están ahora con un bebé de poco más de un año que llegó a su piso de León con apenas 5 meses y que se ha convertido en uno más de la familia: «Como no tenemos hijos no sabría como definirlo, pero si en algún momento necesitase algo de nosotros, lo va a tener. A mí me llama y me dice que necesita un riñón y allí lo tiene, no sé si ese sentimiento es de madre o no, pero es así», asegura.
Reconocen que la llegada tanto del pequeño. como de los niños anteriores les ha cambiado la vida, pero para bien porque han aprendido mucho de ellos: «Para nosotros es vida absoluta, es alegría constante. Vives más a tope, no te planteas cosas a largo plazo», reconoce Laura Estrada y Rubén Fernández matiza: «Porque no sabes si en un mes te van a llamar para decirte que se va».
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La modalidad que eligieron fue la de acogida temporal completa, lo que supone el cuidado y acompañamiento del menor las 24 horas del día, los 7 días de la semana. No existe un tiempo estipulado de estancia con las familias de acogida lo que lleva a desconocer cuándo se van a marchar: «El momento de la despedida es muy duro y claro que duele, pero merece la pena porque aquí seguimos» reconoce ella mientras que él lo compara con una adicción: «Es como que tienes el mono. Tener otro niño en casa y volverle a enseñar, aunque estés sufriendo porque en algún momento se va a marchar».
El difícil momento de la despedida
Les han enseñado a comer, a hablar o a caminar en un proceso que en muchos casos no es sencillo: «Desde el principio, tanto los niños como los adultos, tenemos que tener muy claro que es una persona que se va. Hay que tenerlo muy claro. No te lo quitan, no te lo arrebatan, no vienen un día a casa y te lo cogen, no. Se va. A mí no me quitan a nadie, yo voy donde hayan decidido que el niño debe de volver, si es con su familia biológica, bien y si es con una familia de adopción, pues la conoceremos y bienvenidos serán, pero a mí no me están quitando nada», reflexiona Estrada.
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Conscientes de esta realidad, ambos disfrutan cada día del pequeño y animan a todo el mundo a vivir esta experiencia: «Aunque sea dura la despedida, los ves irse tan bien que ya solo con eso sabes que ha merecido la pena. Para nosotros esto es nuestra vida y es muy gratificante».
Lucía - Régimen de acogida temporal parcial
Lucía Haro llegó al programa gracias a su mejor amiga de Badajoz, trabajadora de un centro de menores que, consciente del deseo de su amiga de no ser madre, le animó a buscar información en la comunidad: «Mi amiga me dijo que había muchas combinaciones de acogimiento, pregunté en la Junta de Castilla y León y encontré el que más me encajaba».
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Y el que más le encajó fue el acogimiento temporal parcial o lo que es lo mismo, un régimen de acogida durante los fines de semana y los periodos vacacionales a niños a partir de 6 años. Además, en este caso, lo hizo sola, como una unidad monoparental.
«Este proceso lo empecé sola y, de hecho, la acogedora soy yo porque yo tenía muy claro que era algo que estaba haciendo por mí, porque yo quería hacerlo y no quería obligar a mi pareja a que entrara en esta dinámica si él no estaba preparado. Le dije que lo haría por mi cuenta y que cuándo quisiera y le apeteciera estar estaría, pero que esto era un proyecto mío», reconoce Haro. Aunque la realidad ahora, afirma, es que su pareja está igual de involucrado que ella: «Se entienden estupendamente».
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«Es un niño que no da un ruido, no da un problema, yo creo que me han engañado», reconoce riéndose. Habla del niño de 11 años que durante los fines de semana y durante las vacaciones escolares vive con ella.
La primera vez que se vieron, hace casi año y medio, fue una situación incómoda para ambos, reconoce: «Estábamos los dos un poco cortados. Los niños se creerán que los adultos tenemos la situación controlada, pero para nada. Yo estaba casi tan nerviosa como él». Después llegó la primera salida en la que merendaron en una cafetería y ella le regaló un libro: «Ahora cada vez que pasamos por ahí me lo recuerda. Los dos queríamos hacer un esfuerzo muy grande por normalizar la situación y caernos bien porque si salía bien sabíamos que íbamos a pasar mucho tiempo juntos». Y salió bien.
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«Le recojo los viernes por la tarde y vuelve al centro el domingo a última hora. Y en vacaciones, lo mismo», un periodo de tiempo que, al principio, se planteó si sería útil: «Me dijeron que solo con acogerle tres fines de semana al mes era más enriquecedor que cero fines de semana al mes», y la convencieron. Desde entonces, su vida ha dado un giro de 90º. «No te cambia la vida pero sí que te la altera, te la modifica y ahora tus planes de fin de semana o de vacaciones son planes con un niño y estás deseando que llegue el fin de semana para hacerlos».
Una labor de acompañamiento
Pero convivir, aunque sea de manera parcial, con un niño de 11 años no es una tarea sencilla: «Ya es consciente de su situación y empieza a preguntarse por qué todos sus compañeros viven con sus padres y él no o qué ha hecho mal él o su madre para no poder estar juntos». Y ahí comienza un difícil trabajo de acompañamiento porque «al final no es un secreto, ellos tienen que entenderlo y normalizarlo y, sobre todo, que sepan que aunque estén separados eso no significa que sus padres no los quieran, simplemente tienen un problema y tienen que solucionarlo», explica.
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Un acompañamiento y crecimiento en el que, reconoce, ambas partes ganan: «Yo también obtengo mucho de esta relación, me lo paso bien, me conozco a mi misma y ver cómo juntos vamos descubriendo cómo hacer frente a determinadas situaciones me parece un aprendizaje muy enriquecedor». Apoyada por su familia desde el primer día, Lucía Haro no piensa en el momento en el que A. no vuelva a su casa y reconoce que serán ellos los que más sufran: «Yo ya he hecho el ejercicio de saber que esto tiene fecha de caducidad porque en las formaciones te preparan mucho para este momento».
Porque es una de las bases fundamentales de estos programas, que el menor pueda volver con su familia: «Yo entiendo que no todo el mundo vale para acoger a un niño que sabes que tiene fecha de caducidad y que sabes que se va a ir», reconoce.
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Y es que Haro tiene muy clara una cosa: «Si yo el día de mañana soy útil para ese niño porque necesita ayuda para sacarse el carnet de conducir o para lavar una prenda delicada, sabe que mi puerta estará abierta para él porque de eso se trata y todo habrá merecido la pena».
Un gesto desinteresado, valiente y que, según ambos casos, «engancha» haciendo repetir a cada familia que lo experimenta, ya no sólo por el bien de los menores sino también por el suyo propio.
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