Mayenne, el arte de viajar sin prisas

Al noroeste de la región de los Países del Loira, lindando con Normandía y Bretaña, esta antigua zona de paso ofrece al viajero tesoros de patrimonio artístico escondidos en una naturaleza que invita a un disfrute relajado

Virginia Carrasco

Laval (Francia)

Sábado, 12 de julio 2025, 00:13

Perderse en pueblos medievales totalmente conservados. Disfrutar de la pasión contagiosa de numerosos artesanos. O navegar, montar en bici y caminar por una naturaleza tan amplia y diversa que es el paraíso soñado de los que les guste las actividades al aire libre. Son sólo algunos de los planes que pueden hacerse en la provincia de Mayenne. Y todo con una ventaja única: el ritmo, pausado, lo pone el visitante. Sin prisas, sin agobios, sin colas ni tumultos de gente, con calidad. 'Slow tourism' lo llaman. O la realización de que la tranquilidad es el verdadero lujo.

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Sainte Suzanne, de `La perla de Maine' al tarot

Sainte Suzanne puede ser el punto de partida de esta ruta recorrida con calma. Además de estar dentro de la lista de pueblos más bonitos de Francia desde 2010, es una de las siete Ciudades con Carácter que hay en el departamento de Mayenne (de un total de 200 que existen en todo el país). Un sello de calidad que garantiza su interés histórico y la conservación de su patrimonio. Antes de adentrarse en la conocida como 'la perla de Maine', es recomendable acercarse a uno de sus miradores, Le Tertre Ganne. El desvío merecerá la pena: desde allí se tiene una vista de postal del pueblo, con la senda extramuros que le rodea, 'le promenade de la Poterne', que se puede recorrer luego relajadamente si el sol no aprieta mucho.

Arriba, detalle de un letrero con una figura de las cartas del tarot. A la izquierda, vistas del pueblo desde lo alto del castillo. A la derecha, la senda extramuros conocida como 'le promenade de la Poterne' que rodea el pueblo de Sainte Suzanne. Virginia Carrasco

Ya dentro de sus murallas, no hay que perderse su castillo del XI, símbolo de la resistencia de la población ante el fracasado asedio de Guillermo el Conquistador. En su interior, alrededor del patio de armas, se pueden ver los restos de su puente levadizo, la torre del homenaje o los antiguos establos y panadería, así como el palacio construido en el siglo XVII. Recorrer sus calles empedradas de cuento también deparará sorpresas. El viajero puede deleitarse con un concierto improvisado de algún versado transeúnte que decida acercarse a tocar el piano al aire libre que se encuentra a los pies de la iglesia de Santa Susana, patrona de los novios. O encontrarse aquí y allá letreros con figuras de las cartas del tarot, en homenaje a las barajas de naipes y cartas que se mandaban a París durante el siglo XVIII y se realizaban con el excelente papel creado por los molinos de agua a orillas del río Erve que atraviesa la localidad.

Pasión artesana en pueblos con encanto

Pasión artesana en pueblos con encanto

La siguiente parada es Saint-Pierre-sur-Erve. En este pintoresco pueblo con carácter, se pueden encontrar entre junio y septiembre obras de artistas de la provincia que convierten sus calles en improvisadas salas de arte. Esculturas de todo tipo se diseminan dentro de su iglesia del siglo XI, en sus fachadas de piedra o a orillas del puente medieval que cruza el río.

Cinco kilómetros escasos separan Saint-Pierre-sur-Erve de Saulges, el tercer punto de interés. Más allá de las dos iglesias que se pueden apreciar en el casco histórico (la de Saint Pierre, merovingia del siglo VIII y una de las más antiguas de Francia, asombra por su curiosa arquitectura), su importancia radica en las 22 cuevas prehistóricas (algunas con pinturas rupestres) que hay en el valle. Sus alrededores harán la delicia de los amantes de la escalada en roca o la espeleología. Por un lado, hay más de 150 vías de acceso libre acondicionadas; por otro, dos grutas, Margot y Rochefort, están abiertas al público y se pueden visitar con guía.

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Arriba, escultura al aire libre en el pintoresco pueblo de Saint-Pierre-sur-Erve. A la izquierda, la artesana Géraldine Mézange en su taller de Lassay-les-Châteaux donde trabaja de manera artesanal el fieltro de lana. A la derecha, el interior de la cueva prehistórica de Rochefort en el valle de Saulges. Virginia Carrasco

Se puede acabar el día en Lassay-les-Châteaux. Aquí viven o trabajan muchos artesanos locales que quieren convertir la localidad en el epicentro de la artesanía local y rural de la zona. Géraldine Mézange, que hace virguerías con el fieltro de lana, o Alain Legros, que extrae de troncos de madera verdaderas obras de arte, son algunos de los más veteranos. Junto a sus talleres, nuevas promesas como la paisajista y pintora Alice Stevens vienen atraídos por su influencia.

No cabe duda de que el pueblo es inspirador. Víctor Hugo se dejó caer por aquí con su amante, y pintores como Camille Pissarro y Ludovic Piette también supieron apreciar la belleza del lugar. Merece la pena un paseo al atardecer para contemplar en el lago los reflejos del castillo del siglo XII, aún hoy habitado que se puede visitar. Perderse por el jardín medieval, entre plantas medicinales y árboles frutales, o deambular por la rosaleda con más de 4.000 ejemplares de 300 especies distintas. Por sus calles, salpicadas con curiosos amigos felinos que salen al paso, es fácil encontrarse con uno de los 11 lavaderos diseminados por el pueblo, o imaginarse a mujeres y niños en el mercado de la plaza central donde vendían las telas para las velas de los barcos.

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Mayenne, 1000 años de historia

Mayenne, mil años de historia

En Mayenne todo tiene su cadencia. Pasar de los pequeños y tranquilos pueblos con carácter a una ciudad de 13.000 habitantes es sólo el fluir natural en este recorrido sin prisas y con pausas. El castillo de Mayenne, que se levanta a orillas del río del mismo nombre, es, en sí mismo, un recuerdo viviente de 1000 años de historia y arquitectura. Construido como palacio carolingio en piedra en el siglo X ante los ataques vikingos (es uno de los mejor conservados de toda Europa), se convirtió en fortaleza en el siglo XIII y pasó a ser cárcel a partir del siglo XVII. Transformado en museo ya en el siglo XX, ha sabido preservar, apreciar y poner en valor la idiosincrasia de su periplo por el tiempo, y el viajero puede disfrutar y entender de forma clara, divertida e inmersiva los distintos restos que permanecen de cada época a lo largo de su visita. Lo interesante es que es un museo y un sitio arqueológico al mismo tiempo. Durante las excavaciones, se recuperaron más de 2000 objetos de la vida cotidiana que se exponen en colecciones que varían y aumentan con los años. Pero la joya de la corona es su extraordinario conjunto de juegos de mesa, con 37 piezas de ajedrez y otras tantas de otros juegos, como el actual backgammon, realizadas entre los siglos X y XII y talladas en cuernos de ciervos y huesos de otros animales.

Arriba, vista panorámica del castillo de Mayenne junto al río del mismo nombre. Abajo a la izquierda, piezas de ajedrez talladas entre el siglo X y XII de la extraordinaria colección de juegos de mesa del museo. A la derecha, estatua de Juana de Arco con la basílica de Nuestra Señora de los milagros de fondo. Virginia Carrasco

El paso de la historia más reciente también se puede apreciar en la basílica de Nuestra Señora de los Milagros, bombardeada durante la Segunda Guerra Mundial. Y si el viajero está atento y es curioso, podrá observar en uno de los puentes que llevan al casco histórico una placa conmemorativa en honor de James Mac Racken, un soldado estadounidense que se convirtió en héroe local al evitar, durante la contienda, la destrucción de la única vía de acceso para la población. Las pequeñas historias que conforman la Historia

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Laval, la capital naíf del turismo fluvial

Laval, la capital naíf del turismo fluvial

Para terminar, los entusiastas del turismo fluvial están de suerte, porque Laval, capital del departamento, ofrece un atractivo único para conocer la ciudad y sus alrededores desde un punto de vista diferente: el río. Si el tiempo acompaña, es totalmente recomendable embarcarse en una de las pequeñas barcas eléctricas capitaneadas por uno mismo y navegar durante un par de horas atravesando esclusas y dejándose llevar por el cauce tranquilo del río junto a esporádicos piragüistas. Desde la misma barca o ya en la ribera, se puede contemplar una increíble vista panorámica de la ciudad, con la torre del homenaje de su castillo reflejándose al atardecer en sus tranquilas aguas.

El esplendor de su pasado medieval es perceptible también al caminar por sus calles empedradas, con sus casas de entramado de madera y sus tejados de pizarra. La Grande Rue, calle principal durante la Edad Media, la portentosa puerta Beucheresse (en una de cuyas torres nació el pintor naíf Henri Rousseau) o el jardín botánico de la Perrine (donde se encuentra enterrado y desde el que hay unas vistas impresionantes del conjunto histórico) son lugares imprescindibles por los que deambular.

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Arriba, casas de entramado de madera, típicas del casco medieval. A la izquierda, una mujer observa varias obras en el Museo de Arte Naif y Artes Singulares ubicado en el castillo de Laval. A la derecha, la puerta Beucheresse, en cuya torre nació el pintor naíf Henri Rousseau. Virginia Carrasco

Se puede acabar el recorrido en el castillo de Laval, donde hay la posibilidad de hacer una visita guiada por el castillo viejo o descubrir de manera gratuita el Museo de Arte Naîf y Artes Singulares, que se encuentra desde 1967 dentro de sus dependencias. Con obras de pintores como Rousseau o Séraphine de Senlis, alberga tanto paisajes como retratos hechos por artistas eminentemente autodidactas que crearon un estilo pictórico no academicista que aún tiene un importante peso en Laval.

Gastronomía local y alojamientos tradicionales

Cualquier viaje que se precie debe de estar aderezado por el buen comer, el saber beber y el descansar al dormir. En la región de Mayenne saben satisfacer al viajero echando mano del gusto por las cosas bien hechas que solo el tiempo permite. En cuanto a la gastronomía, hay opciones para todos los gustos. Los golosos pueden deleitarse con un chocolate artesano y orgánico en la Chocolatería Bim de Sainte Suzanne, donde Charline Gledel ofrece visitas pedagógicas del proceso del cacao desde su plantación hasta su consumo en el taller contiguo a la tienda. Si se es más de salado, el restaurante Caf&Couette, en el mismo pueblo, sienta en sus mesas a locales y turistas por igual. Y L´Esprit Cuisine, en Laval, ofrece innovadores y sabrosos platos con productos locales (y sorpresa final en el postre)

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Para quienes quieran brindar, aparte de las buenas cervezas locales que se pueden tomar en las tradicionales 'guinguettes' (bares al aire libre a las orillas del río), no hay que subestimar la sidra, que es típica de la zona. Una apuesta segura es la Sidrería Melleray-la-Vallée, donde llevan cuatro generaciones elaborando la suya propia (de pera y manzana). Y para descansar se puede elegir las típicas chambre d'hôtes, casas de huéspedes con alojamiento y desayuno, que permiten disfrutar de la hospitalidad local. La Belle Avette en Lassay-les-Châteaux, Le Bas Chitray en Menil o el Domaine de Bachmay, en Laval, son buenas opciones, pero si se quiere un hotel, con spa y piscina, el Logis Parc Hôtel & Spa en Château Gontier no defraudará.

En definitiva, una región para descubrir ahora que aún conserva toda su magia.

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