La copa de Terry

«Aquella experiencia fue de tal magnitud que en hoy día sigo soñando con cientos de jarras apiladas en la línea, por eso nunca me tomo la cerveza en jarra»

Miércoles, 17 de noviembre 2021, 10:03

Soy de los que piensa que los toros y el flamenco no se deben mezclar, de la misma manera que estoy convencido que uno tiene que escoger si quiere ser torero o banderillero, porque las dos cosas no pueden ser.

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Con dieciocho años uno afronta la vida intensamente, por eso una Navidad en vez de estudiar, decidí explorar el mundo laboral. Había oído hablar del hijo de un muy buen amigo de mi abuelo que se sacó la carrera de Derecho mientras trabajaba en la Renfe, y que una vez finalizados los estudios, entró en el gabinete jurídico de la compañía por la puerta grande. Aquel romanticismo me pareció acojonante y yo pensé que por qué yo iba a ser menos, porque yo también estaba preparado para trabajar y estudiar a la vez, aunque fuera a temporadas.

Lo que no sabía entonces es que el tiempo daría la razón a todos aquellos que me decían que había que dedicarse solo a estudiar. Una de aquellas navidades universitarias se me presentó la posibilidad de trabajar en la Vidriera Leonesa. La cosa pintaba muy bien, tres semanas intensas, sin descanso, pero si te apuntabas pronto te dejaban escoger turno. El jefe de personal era mi tío Maxi, quien evidentemente en la fábrica no podía decir que mantenía parentesco. Y así fue como me apunté junto con otros chicos en la que sería mi primera incursión laboral.

El ministro Escrivá, ante el amplio número de 'boomers' que prevén jubilarse, pretende subir temporalmente las cotizaciones. Los llamados Baby Boom son muchos y con buenas cotizaciones, por eso el gobierno empieza a sudar solo de pensar en cómo hacer frente a ese desembolso. Condenar a una generación que se enfrenta a un mercado laboral deteriorado y poco recompensado, y que seguramente no disfrute de las pensiones tal y como las conocemos actualmente, no es para nada justo. En muchos casos se da la contradicción de que el que apenas tiene nada, proveerá al que seguramente tenga todo, ahorro y casa pagada.

En la fábrica me apunté al turno de mañana, parecía el más interesante, de seis a dos y toda la tarde libre. No sé si me confundí, pero los madrugones eran terribles y si encima era un sábado, las horas de sueño se reducían bastante.

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Y allí, equipados con buzo y casco, nos llevaron a la línea de producción, donde se encontraba nuestro puesto. Era muy sencillo, del horno salían jarras que a mano teníamos que colocar en cajas. Algo mecánico que no exigía mucho más que mantener un buen ritmo. Y así ocho horas durante tres semanas. Mi tío Maxi nunca me contó aquello, ya que en las visitas típicas del colegio, había secciones más divertidas como el que conducía el 'torete' con los palés, o los que sentados a través de una pantalla tiraban las botellas de champaña que venían defectuosas, parando el tiempo como si fuesen naturales interminables.

Aquella experiencia fue de tal magnitud que en hoy día sigo soñando con cientos de jarras apiladas en la línea, por eso nunca me tomo la cerveza en jarra. La aventura solo tuvo un día bueno, y lo cierto es que compensó, porque aquellas tres semanas nos las pagaron como si fuéramos la élite de la fábrica, los cirujanos de la vidriera.

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Dicen que empiezan a escasear ciertas ginebras por falta de vidrio, que algunos bodegueros tienen problemas con el embotellamiento, que no quedan videoconsolas en el mercado y que el asunto del gas con el cierre del tubo de Argelia se puede poner complicado.

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